Billy Joya actuó bajo las órdenes del general Gustavo Álvarez, jefe del tenebroso Con militares patrullando las calles, toque de queda nocturno, casi mil arrestos y la confección de listas negras, Honduras parece una vieja foto en sepia que augura jornadas terribles.
La contracara es un movimiento popular renovado después de la «limpieza» que destruyó ese tejido social en los años 80, cuando Estados Unidos convirtió al país en virtual portaaviones y centro de entrenamiento para su intervencionismo en el devenir de Centroamérica.
Sin embargo, esos que siguen en las calles demuestran que esta Honduras se niega a volver a ser la rampa de lanzamiento de los halcones y apunta que, en efecto, la dantesca fotografía es de nuestros días.
Su beligerancia se levanta como un desafío para los usurpadores después del asesinato de dos jóvenes —uno casi un niño—, «escogidos» por los francotiradores entre la muchedumbre que esperaba el regreso de Manuel Zelaya el domingo en el aeropuerto de Toncontín. Fue una desoída advertencia.
A poco más de una semana del golpe, actores visibles y otros agazapados tras la asonada permiten ir destejiendo los hilos de la trama que amenaza a Honduras y a la región, si la impunidad premia a los recalcitrantes entronizados en Tegucigalpa. Sus historias dibujan la zaga que nos llevará a la mano que sacó a los gorilas de la jaula.
Zafando entuertosUno de esos tenebrosos personajes es Billy Joya Améndola, cuya reaparición en el escenario hondureño como «asesor político» del régimen de facto remite a los tenebrosos años de las guerras «no declaradas», emprendidas por Estados Unidos bajo el nombre pomposo de «conflictos de baja intensidad».
En marzo de 2009, el embajador Hugo Llorens propiciaba el encuentro de Thomas Shannon, subsecretario de Estado norteamericano para asuntos hemisféricos,con uno de los opositores de Zelaya, el candidato presidencial Porfirio Lobo Sosa. Foto: Getty Images Requerido por la justicia hondureña en 1995, cuando la Fiscalía de Derechos Humanos dictó orden de capturarlo por el secuestro y la desaparición de seis estudiantes en 1982, la sola presencia de Joya ahora en Tegucigalpa despierta sospechas, y la lógica indignación de una ciudadanía que no ha olvidado sus fechorías.
En febrero de 1999 se le acusó por la desaparición de Hans Albert Madisson; meses más tarde en ese mismo año fue acusado por la detención ilegal, tortura y abuso de autoridad por el caso de los esposos Reyes Bacca.
El Comité de Familiares de Detenidos y Desaparecidos de Honduras lo ha señalado como responsable de crímenes de lesa humanidad, y se afirma que consta su responsabilidad directa en al menos 16 operativos que dejaron más de una decena de asesinatos. Entre esos operativos: la Campaña, la Matamoros, la San Francisco, la Florencia Sur, la Aurora, Guamilito y Loarque.
Joya era experto en infiltración y guerra psicológica. Estuvo entre los fundadores de los llamados grupos élites Lince y Cobra que fueron, en verdad, escuadrones de la muerte para asolar la sociedad. Pero sus primeros «méritos» datan de su desempeño como capitán del tenebroso Batallón 316, un cuerpo dedicado a la vigilancia, el secuestro y la tortura que tuvo por instructores a los militares argentinos, quienes a la sazón ya eran expertos en esas materias y, por supuesto, a la CIA.
El Comité de Familiares de Detenidos y Desaparecidos de Honduras lo acusa también de desempeñar diversos cargos bajo el seudónimo de Licenciado "Arrazola": enlace entre consejeros norteamericanos y el Batallón 316; jefe del Destacamento Técnico Especial; coordinador entre Tegucigalpa y San Pedro Sula del 316; y enlace de los asesores argentinos y el 316.
Honduras fue utilizada como base de la contra nicaragüense durante la guerra sucia de los años 80. Según develaron en su momento documentos desclasificados y testimonios obtenidos y publicados por el diario The Baltimore Sun en 1995, la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU. fue clave para el Batallón 316, cuyos integrantes eran trasladados a lugares secretos en territorio estadounidense, para recibir entrenamiento en técnicas de vigilancia e interrogatorio.
Su misión era mantener a Honduras libre de «izquierdistas», de modo que el territorio pudiera ser usado por el entonces presidente norteamericano Ronald Reagan para su guerra no declarada contra la Nicaragua sandinista, al tiempo que desalentaba a la guerrilla salvadoreña. Así se estrecharon los nexos entre Washington y Tegucigalpa, y se usó a la nación centroamericana como soporte de los soldados yanquis, mediante el establecimiento de nuevas bases militares y, además, como asiento de la denominada «contra».
Pero entre las víctimas del 316 no estaban solo los «comunistas» que el régimen hondureño decía combatir sino, también, simples estudiantes, periodistas, sindicalistas...
La labor del contingente «policial» fue tan reconocida por la administración Reagan, que esta condecoró al comandante de las Fuerzas Armadas de Honduras y jefe supremo del 316, el general Gustavo Álvarez, con la Legión de Mérito. La nominación de un halcón como John Dimitri Negroponte para el cargo de embajador en Tegucigalpa hacía más expeditas las cosas para la Casa Blanca, que entre 1980 y 1984 aumentó la ayuda militar a Honduras de 3 900 millones a 77 400 millones de dólares.
«Ejecuciones extrajudiciales, detenciones arbitrarias y la falta del debido proceso caracterizaron estos años de intolerancia», estampó en un informe el Comisionado hondureño de Protección de los Derechos Humanos.
Se dice que Joya era ejecutor destacado de las locuras del general Álvarez, lo que lo convirtió en uno de los miembros más destacados del 316.
Su regreso espanta pero, ¿quién lo trajo ahora aquí?
Otros pejesMás «famoso» que el mismo usurpador Roberto Micheletti, por su pensamiento cavernícola y fascistoide, es el denominado canciller del régimen de facto, Enrique Ortez Colindres: otra pieza que engarza, y quien sin duda apuesta al retorno de aquellos tiempos represivos.
En su triste carrera «diplomática» hay un hito muy especial que debe tomarse en cuenta: fue el representante ante la ONU de aquel otro régimen de exterminio de los años 80.
No hay pruebas de que sea compinche de Joya pero, después de escucharlo vituperar de Chávez y el comunismo y hasta llamar a Barack Obama «el negrito ese que no sabe nada» —por lo cual se le exigió ofreciera disculpas al Presidente de Estados Unidos—, no debe sorprender que tenga gran afinidad con él.
A propósito, fue precisamente el embajador norteamericano en Tegucigalpa, Hugo Llorens, uno de los primeros en manifestar que se sentía indignado por la expresión de signo racista que emitió Colindres contra el jefe de la Casa Blanca; pero le bajó el tono a su queja cuando tildó el agravio apenas como «una expresión desafortunada».
Muy probablemente tampoco Llorens tendría muchas ganas de regañar a Colindres. Su nombramiento no se lo debe a Obama, sino al finiquitado Bush y, aunque ha «condenado» el golpe, hay testimonios que dan cuenta de que se reunió, algunos días antes, con los protagonistas de la asonada.
Billy Joya actuó bajo las órdenes del general Gustavo Álvarez, jefe del tenebroso Batallón 316. Todo indica que Llorens estaba al tanto de los planes, si bien fuentes dignas de crédito aducen que su recomendación fue esperar hasta después de la consulta, frustrada por el rapto violento de Zelaya.
Conociéndose la trayectoria del «asesor» Joya y la calaña de Colindres, no extrañará tampoco la revelación de la investigadora venezolana-estadounidense Eva Golinger quien, de algún modo, vincula a Micheletti y su cohorte con el senador republicano John McCain.
Documentos develados por la analista dejaron conocer que fue el archirreaccionario legislador y ex candidato presidencial McCain quien invitó a los golpistas a Washington esta semana, para que dieran una rueda de prensa donde ofrecerían más detalles sobre la pretendida «sustitución forzada» que, supuestamente, les abriría las puertas de la credibilidad.
Condenados por la comunidad internacional, la insistencia en hacer valer el mentiroso argumento tratará seguro de arrancar concesiones en el proceso mediador que conducirá el presidente tico, Oscar Arias, mientras el mundo sigue exigiendo la restitución incondicional de Zelaya.
Otros dos nombres ligados a los trabajos sucios de la reacción y la derecha han salido también a flote, vinculados a los golpistas. Según develó Radio Miami, el subsecretario de Estado en el gobierno de W. Bush, Otto Reich, y Carlos Alberto Montaner, un periodista-CIA que usa un punzón retorcido por pluma, han estado en contacto directo con los golpistas y, ¡claro!: Montaner les ha aconsejado «resistir».
Ya en ese contexto, encaja y se explica perfectamente el hecho de que la primera y casi única voz en Estados Unidos que apoyara públicamente a los golpistas, fuera la de la también reaccionaria congresista republicana Ileana Ros-Lehtinen.
Evidentemente molesta por el respaldo de la OEA a Zelaya, ha pedido ahora que se congele buena parte de los fondos que Washington da a la organización interamericana para que sean transferidos nada menos que a la National Endowment of Democracy (NED), de muy reconocida trayectoria en materia de subversión y desestabilización de los procesos nacionalistas que están en marcha en el continente.
Para probar su identificación con los golpistas, acompañó personalmente a la «delegación» enviada por aquellos a Washington gracias a la iniciativa de McCain, como lo mostraban este jueves las fotos publicadas, bombos y platillos, por el derechista diario hondureño La Prensa, otro hablantín protagonista de la asonada.
...Muchos cabos todavía están sueltos, mas los hilos nos van conduciendo bien. Puede que sea Dios quien los críe, pero no es precisamente el diablo quien los junta, sino ese redomado gusto por las causas sucias.