También entre adultos el tema es recurrente. En el grupo de WhatsApp Senti2, por estos días se debate cómo tener pareja estable sin renunciar a la libertad de hacer cosas que te gustan o te interesan
La felicidad no puede ser ganada, no es una propiedad. Es la experiencia espiritual de vivir cada minuto con amor, gracia y gratitud.
Denis Waitley
«Si me enamoro pierdo libertad», nos dijo un estudiante de secundaria a principios de este año en un taller sobre sexualidad y autoconocimiento que impartimos en el Centro A+ adolescentes, de La Habana Vieja.
De inmediato le preguntamos hasta qué punto siente ese miedo por experiencia propia o solo está repitiendo algo que ha escuchado de otras personas o en una canción de moda. Levantó los hombros y balbuceó: «No sé… Yo no he tenido nada serio. Estoy para descargar sin amarre. No quiero cuidar ni que me cuiden porque eso es sufrimiento».
El resto del grupo se dividió ante tales argumentos. La mayoría de los varones y dos chicas asintieron. El resto desaprobó con expresiones y gestos. Un adolescente se nos acercó al final del taller para verter sus criterios.
Para él los hombres coartan la libertad de las mujeres y la propia con esa manía de control que para colmo llaman amor romántico: «Muchas veces —dijo— lo que sienten es capricho, un gusto físico, o les interesa ella porque es la más atractiva y quien la conquista está “arriba”, pero no tienen en cuenta los sentimientos de la propia chiquita, le hacen la vida difícil hasta que acepta y en un par de semanas se aburren, porque a nuestra edad es difícil ese control total».
Como ejemplo evidente mencionó una canción del grupo Aventura, en la que el joven cuenta todo lo que ha hecho para tenerla y la chica le responde que lo suyo no es amor: «Lo que tú sientes se llama obsesión». Y ese es uno de los peores motivos para formarse un proyecto de relación.
También entre adultos el tema es recurrente. En el grupo de WhatsApp Senti2 (que desde hace un par de meses sustituye a nuestros encuentros presenciales con el público), por estos días se debate cómo tener pareja estable sin renunciar a la libertad de hacer cosas que te gustan o te interesan.
Como «la calle está mala», dicen algunos, si aparece la persona adecuada hay que «plantarse» y renunciar a sueños e impulsos. Otros opinan que así no hay felicidad y la esencia de la relación se pervierte de todos modos; por tanto, no tiene sentido formalizarse con alguien para renunciar a tus propias ganas de vivir y consumirte en la dependencia, los actos incoherentes y las renuncias compulsivas que nunca satisfacen del todo al ser inseguro.
Es raro el día en que esa paradoja no surja en diálogos públicos o privados con terapeutas de pareja, líderes espirituales o juristas especializados en familia de todo el orbe. Según sus ideologías, algunos recomiendan que la mujer se someta al mandato social y el hombre aprenda, cuando menos, a frenar sus impulsos y esconder deslices.
Las posturas más éticas hablan de claridad en lo que se pretende con cada vínculo y de negociar estilos de relación que satisfagan las necesidades de ambas partes, además de construir un proyecto de convivencia física y emocional que no mine aspiraciones personales en nombre del ego.
El inspirador de la fundación internacional El Arte de Vivir, Sri Sri Ravi Shancar, afirma que, para ser enriquecedora, una relación debería venir del espacio de la contribución, no de la demanda: Si vas a una pareja pensando en qué puedes obtener de esa persona, entonces será una relación molesta, y eso incluye la aparente seguridad que puede darte el que ella o él dejen de hacer lo que les gusta para que no sientas sus acciones como amenaza.
Pero si la actitud que asumes es querer ser parte de esa persona y hacer lo posible por contribuir a mejorar su vida (incluido su desarrollo hacia lo externo del vínculo), entonces la relación durará. Y durará feliz, con el amor que todos los humanos merecen y pueden dar.
Las parejas deberían tener una meta en conjunto, como dos líneas paralelas que avanzan hacia el infinito, como rieles equidistantes que compensan los desniveles del camino. «Pero si todo el tiempo están enfocados en el otro, una parte de ellos se encontrará, y luego se cruzarán y avanzarán alejándose», describe Shankar, basado en las enseñanzas de la cultura védica, patrimonio de la Humanidad.
Con su consejo concuerdan especialistas de la sicología moderna y mentes cultas de todo el planeta: la confianza y la alegría por el bienestar del otro es esencial para la estabilidad de la pareja. En lugar de estarse vigilando todo el tiempo, deberían darse libertad de actuar, de relacionarse con otras personas desde el respeto a lo que a ambos les importa, y mantenerse enfocados en una meta que los haga fluir juntos, para que la relación se sostenga porque es lo mejor para ambos y para sus sueños, no porque la obsesión o la suspicacia de un individuo mantenga la rienda corta a las ganas de vivir del otro.