La ONU acaba de publicar un voluminoso informe emboscado de tablas y gráficos, que evalúa el estado actual de la inseguridad alimentaria en el mundo. Dice que hoy existen 854 millones de personas desnutridas en el mundo, tres millones menos que hace diez años, cuando se celebró la Cumbre de la Alimentación en Roma. «La reducción del número de hambrientos es tan débil que puede ser una cifra dentro de los límites del error estadístico», escribió en el prólogo del documento Jacques Diouf, el director general de la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura).
La lluvia cesó como un potro cansado. Las muchachas asomaron a las puertas como las flores abren luego de la lluvia. Mijagua, un pueblito campesino, era un oloroso pañuelo tendido en las márgenes de su río.
«Tomarse una licencia» es una frase conocida. Incluso pasó hace unos días ante mis ojos, en cierta misiva justificadora de lo injustificable. Los remitentes se excusaban de haber faltado a los altos propósitos iniciales de un espacio cultural porque «en verano nos tomamos ciertas licencias». O sea, traduzco: del otoño a la primavera hacemos las cosas bien, mientras que en el estío nos relajamos un poco. ¿Quizá porque la mollera se calienta más de lo común?, pregunto.
Mi madre encendió también su vela al riesgo de que el mosquitero cogiera candela y la madera de las paredes de mi casa le llenara la barriga al lenguaraz fuego. Frente a su Virgencita de la Caridad estaba una pequeña foto del «Capitán tranquilo, paloma y león, cabellera lisa y un sombrero alón...» de Mirta Aguirre, y también mío. Camilo se había perdido y el pueblo lloraba. Camilo extraviado y el pueblo rogándole a Dios, a todos los santos y a sus arcángeles, porque solo fuera un juego a las escondidas.
En los últimos años del pasado siglo y en los primeros de este, la televisión ha sido algo así como la novia del deporte. Y tanto se han compenetrado, que la «pequeña pantalla» ha logrado cambiarle la cara al mundo del músculo.
Pinochet fue encausado por algunos de los crímenes en Villa Grimaldi, visitada de nuevo por la presidenta Michelle Bachelet y su madre. Foto: AFP y REUTERS
A cualquiera que no lo obnubile la jactancia, desde que comienza a pertrecharse de conocimientos le retumba en los oídos la advertencia clásica helénica: «Solo sé que no sé nada».
El miércoles estalló el tonel. El diario germano Bild publicó cinco fotos en las que un grupo de efectivos de su país hacían burla de cadáveres profanados. La expulsión del ejército y la aplicación de sanciones planean sobre las cabezas de los infractores. Tal aberración «demuestra unos valores (sic) que son exactamente lo contrario de lo que inculcamos a nuestros soldados», aseguró el titular de Defensa, Franz Josef Jung.
El domingo 22 leí en JR dos páginas muy alentadoras. Tan alentadoras que me impulsan a comentar algo de lo leído en el reportaje encuesta titulado Contra la subversión silenciosa del mercado, parte final de una serie. Me interesó, en particular, cuanto los especialistas dijeron sobre la calidad, que es una palabra repetida, deseada, programada, y que siempre se nos escurre sin alcanzar la categoría de concepto actuante en nuestra vida social y económica.
Pero, ¡sorpresa!: no estamos hablando del malévolo führer, sino de un personaje que ha entrado al gobierno de un país cuyos ciudadanos —en su gran mayoría— perdieron a varios de sus antepasados en los mataderos del III Reich: Israel.