A muchos los ¿sorprendió? esta temporada de lluvias, aunque siempre irrumpen más que las anunciadas, empezando porque en nuestro país existen dos períodos estacionales: uno lluvioso, de mayo a octubre, y otro poco mojado de noviembre a abril.
En el primero se acumula poco más del 70 por ciento del total anual de precipitaciones y aumentan la actividad eléctrica atmosférica y las temperaturas extremas. No obstante, expertos del clima han destacado que estas predicciones caracterizan al período estacional de conjunto, pero no significa que cada mes dentro del período tiene que presentar el mismo comportamiento.
¿A qué viene esta clase de Meteorología?, ataja usted, amable lector… Bien, aterrizo: resulta que algunas personas e instituciones no tienen en cuenta que nuestros meses más aguados corresponden a mayo, junio, septiembre y octubre, y ejecutan tareas que desafían a la naturaleza.
¿Ejemplos? En medio del anuncio de las precipitaciones de este mes hubo quienes levantaron el techo de sus casas o partes de estos para arreglarlos. O fundieron placas, con el agua prácticamente cayéndoles encima. O acometieron otras acciones constructivas sensibles de afectarse. O transportaron mercancías sin la debida protección.
Tampoco es nuevo este desatino. En tiempos de mayor bonanza —digo, de botar el dinero— frecuentemente estaba a la vista el riego agrícola en medio de un aguacero. Y qué decir de la organización de fiestas y actos públicos al aire libre cuando de antemano se pronosticaban lluvias.
¿Habrá alguien que nunca haya salido empapado por uno de esos desaciertos? Lo dudo. Hasta presiento que han aflorado otros percances de ese tipo en su memoria. Lógico. No hay que buscarlos e investigar: irrumpen ante los ojos.
«¡Oiga!, pero con tantos meses bajo la amenaza de lluvia no podríamos hacer nada!», diría usted… Pero, por favor, no coja el rábano por las hojas: solo se trata de adaptarse a esa circunstancia y actuar con perspicacia. No olvide que la información meteorológica sobre la inmediatez de lo que se nos puede venir encima fluye cotidianamente, aunque casi siempre tenemos los oídos más abiertos cuando se trata de un ciclón… y aun así hay que recalcar la necesidad de estar atentos a los partes.
En tratar de atemperarnos a la situación climatológica, tan cambiante por todo lo que sabemos, no estamos en cero ni mucho menos, ni aun en la agricultura, que a cielo abierto está, inexorablemente, muy desfavorecida.
Para contrarrestar esa verdad verdadera, por ejemplo, se desarrolla la campaña de siembra de frío, que garantiza más del 60 por ciento de la producción de cultivos varios del país entre septiembre y febrero, los meses menos lluviosos.
De hecho, al existir menos riesgos de pérdida por inclemencia del tiempo, se le destina mayor aseguramiento de recursos, mientras que la zafra azucarera se abre en invierno, la mejor época para acabarla antes de llegar la primavera.
Son solos dos muestras de cómo hacer al menos el esfuerzo por atemperase a las circunstancias naturales, en contraste con quienes se dejan ¿sorprender?, por incredulidad o porque interponen a la sabiduría, la suerte. Esos que casi siempre terminan empapados. Y embarcados.