Alguien me sorprende con su ingenuidad inmensa, capaz de enfriar a cualquiera. Me ha dicho por teléfono que después de algunos síntomas sospechosos —incluyeron febrícula y tos— realizó el ejercicio de «los diez segundos», y llegó a una conclusión feliz: «No tengo el coronavirus».
Por fortuna, ya convencí al «aguantador de respiración» de que acudiera al médico, primera fórmula en una época de urgencia, en la que un supuesto catarro pudiera engañarnos y, al final, ponernos la vida en una cuerda floja.
Más allá de la anécdota, mi mayor preocupación en un momento tan crucial es que otros, contra todo juicio, sigan creyendo, como ese personaje, en diversos absurdos recetados por cualquier impostor, y lleguen a borrar las más elementales prácticas de la cordura, a convertirse en veletas fáciles de manipular por un mínimo viento.
Me inquieta que pocos o muchos, convencidos por equis motivos, salidos de su insensatez, no vayan de inmediato a los centros asistenciales ante la aparición de cualquier síntoma y terminen con un triste desenlace, como ejemplificaba en una de las conferencias de prensa José Angel Portal Miranda, ministro de Salud Pública.
Tanto él como el doctor Francisco Durán García, director de Higiene y Epidemiología del Minsap, y otras autoridades sanitarias han insistido en la importancia de una detección temprana del virus para estar más lejos de la gravedad o, incluso, de la pérdida de la vida.
Han hablado también de los numerosos casos asintomáticos que han sido descubiertos en las pruebas de PCR (siglas en inglés de «reacción en cadena de la polimerasa»). Debido a eso mismo, todos los que presenten síntomas respiratorios, por mínimos que sean, deberían ir «a los que saben», como decían mis ancestros para referirse a los profesionales de batas blancas.
¿No tenemos ejemplos en Cuba de pacientes que al principio escondieron los síntomas de la enfermedad y ese tiempo perdido aceleró después un final fatal? Sin embargo, no escasean quienes se voltean a la realidad, se pasan por las axilas las recomendaciones —cuales termómetros inservibles— y siguen aferrados a una sandez sumamente peligrosa.
Quien dialogó conmigo por teléfono destapó una rutina: «Todas las tardes varios amigos hacemos juntos el ejercicio y descartamos la COVID». Si no se tratara de un asunto tan delicado alguien hasta pudiera sonreír.
En realidad su «ejecución respiratoria» no es nueva, fue colocada en Facebook y replicada por cadenas de WhatsApp a principios de marzo y decía textualmente: «Inhala profundamente y sostén la respiración por más de diez segundos. Si puedes hacerlo sin toser, sin incomodidad y mala ventilación eso muestra que no existe fibrosis en los pulmones, básicamente indicando que no hay infección».
Debemos comprender, definitivamente, que vivimos un contexto de confrontación, una lucha entre las supuestas verdades salidas de la imaginación o las redes, y la explicación fidedigna, entre la ingenuidad y la cautela, entre lo desatinado y el uso de la lógica.
Seguramente en el futuro se esparcirán otros «ejercicios» y noticias buenas o malas sobre el SARS-CoV-2.
Al final todo pasará por el tamiz de la información y del contraste de fuentes. De manera que la extirpación de las cancerígenas bolas o de los cuentos de camino tendrá que salir del bisturí de la ciencia. Tal método nos mostrará el camino para acudir temprano al médico y seguir la mejor conducta que aconsejan estos tiempos complejos.