«Mijo, nunca vayas a quitarme mi casita si pasa algo; si hay cambios…». Esta mujer me sorprende. La conocí de niño: me llamó Joaquinito para invitarme a pasar a su hogar, antes local ocupado por la cafetería y una consulta en la planta baja de la clínica Los Ángeles, en Línea entre J y K, Vedado, propiedad de mi padre.
Le digo, la tacita con café en mi mano: «¿Cómo puedes pensar que yo deseo la devolución de este edificio sacado de las costillas de la gente y que ahora alberga a un montón de familias?». Prometo escribir una y otra vez sobre el asunto, cual golpe contra cualquier tipo de escepticismo.
La Revolución me hizo persona. Sin amarla, habría sido un hijito de papá con el hígado revuelto al no comprender y hasta odiar las luchas de mi pueblo. Me perdería hasta la diversión: cómo se goza haberles dado miles de patadas por los fondillos a los ricachones y a los yanquis. No habría encontrado a «…mi Mella, mi Guiteras, mi Fidel…» ni estaría dichoso por «…mi nariz india, mi boca ancha, mi pelo rizado…» como escribí en un poema hace 50 años.
Hubiera ocultado a mi hijo y a mi hermano mezclados, a pesar de ser más claros que yo; no apreciaría la belleza de mis nietas, mis nietos y mi bisnieto, lejos de la blancura absoluta: ¿dónde está? Tampoco estrecharía con cariño y admiración las manos del obrero, del guajiro, del negro, de la mujer, y no habría disfrutado del amor de mi esposa mulata.
Me habría quedado sin los privilegios de ser fundador de la Asociación de Jóvenes Rebeldes y de la Unión de Jóvenes Comunistas, los Comités de Defensa de la Revolución, el periódico Juventud Rebelde, la Editora Abril y la Unión de Periodistas de Cuba. Esencial en mi vida: corresponsal de guerra en Vietnam en 1972.
Tampoco valoraría el honor de llevar el nombre de mi bisabuelo mexicano, el general Joaquín Ortega, quien a las órdenes de Pancho Villa hizo huir a los invasores gringos cerca del Río Bravo.
He cantado en la prensa a las proezas atléticas, y también en libros: la biografía de Kid Chocolate, la historia de los Juegos Olímpicos y Panamericanos. Novelé las aventuras de un púgil profesional; convertí mis vivencias como político de una unidad militar durante la Crisis de Octubre en cuaderno testimonial premiado en el concurso 13 de Marzo.
La Editora Política publicará otro sobre mi labor en la tierra del Tío Ho.
Recorrí la guerra de España contra el fascismo: a los comandantes Rodolfo de Armas, Moisés Raigorodski y Alberto Sánchez les dediqué sendas obras. La combatiente internacionalista María Luisa Lafita fue mi segunda madre: sin su apoyo no hubiera podido atrapar esas historias galardonadas en diversos certámenes. Profesor de periodismo, ayudo a forjar en Cuba y el extranjero.
De ser fiel a mi origen de clase y traidor a mi patria, no veneraría a tantos creadores de diversas generaciones que aportan su cubanía a lo universal. No me rodearían, como camaradas y espejo, tantos caídos por conquistar la libertad y defender la nacionalidad que mucho debe a aquellos creadores. Pablo de la Torriente Brau no sería mi ídolo. Sano orgullo por haber sido un soldado en las lides victoriosas por Elián y por los Cinco Héroes.
A los hijos de… Helms y Burton, les digo que no quiero la propiedad que yo iba a heredar. Volvió a manos de sus legítimos dueños. Aquel centro mutualista con recibos y pagos, lo «cambié» por la salud, las escuelas, la cultura, las fábricas, la tierra, las calles, el agua, el aire… para todos y realmente míos, dentro de lo colectivo, y una dignidad que no tiene precio.
Existen en la actualidad sociedades mixtas, mayor peso del turismo, una propiedad menos social en otros casos: son vías para que la independencia no escape y la fuerza del humanismo y la igualdad, sin confundir con la injusticia del igualitarismo, venza definitivamente. Por ese momento, soy de los que combaten, militante del Partido, sin dogmas y sin concesiones de principios.
La emoción me ha invadido hasta lo más íntimo al ser honrado con alguna distinción nacional o internacional. La recibo en nombre de mi patria chica, Cayo Hueso, en Centro Habana, barrio al que tanto debo; de mis guías iniciales en lo político y en lo profesional; de mis compañeros de combate, como estos dos periodistas ya fallecidos que merecían más: Guillermo Cabrera Álvarez y Manuel González Bello.
Soy cubano de Fidel. No niego errores: los derrotaremos. Se transformará todo lo que deba ser transformado para fortalecer el socialismo, «hacerlo más próspero y sostenible», como planteó José Ramón Machado Ventura, Segundo Secretario del Comité Central del Partido, en el discurso de clausura del acto central por el aniversario 63 de los asaltos a los cuarteles Moncada y Céspedes.
Retorno con aquella mujer temerosa: aquí hay y habrá cambios, pero para que la Revolución conquiste mayor potencia. Y estamos claros. Como expresó Machado Ventura en la ya citada reunión, serán los «necesarios y al ritmo que decidamos… Cada uno será fruto de la decisión soberana de los cubanos; ninguno, ni el más mínimo, obedecerá a presiones externas, buena parte de ellas con el propósito, solapado o abierto, de desmontar la obra revolucionaria».
Compañera, ese algo que me dijiste es el triunfo pleno de la bondad sobre la maldad.