La historia contada oralmente por personas respetables —aunque no aparezca aún en letra de imprenta— tiene un enorme valor patrimonial. El documento escrito posee mucha más apariencia de veracidad, pero también hay grandes tergiversaciones e imprecisiones escritas que han pretendido siempre, de modo malsano, ser verdades.
Carlos Marx en su célebre ensayo El 18 Brumario de Luis Bonaparte, dejó para el futuro esta sentencia: «Las tradiciones de las generaciones muertas pesan, como una losa, sobre las cabezas de las generaciones vivas».
Las traducciones no son traiciones. Aunque el proverbio italiano llama al «traductore», «traditore», los traductores no son traidores, como tampoco lo son los narradores orales que transmiten de una generación a otra lo que aprendieron de sus padres y abuelos. La historiografía mundial basa muchas de sus más relevantes conclusiones en las tradiciones orales.
La oralidad tiene tanto de veracidad como la escritura más antigua. Buena parte de los sucesos históricos más impresionantes de los tiempos remotos del mundo, son tan ciertos como lo que los viejos documentos y libros nos cuentan. Sin la oralidad, una gran parte de lo vivido por la humanidad estaría perdido irremisiblemente. Y si la Biblia se lee, es, justamente, por la oralidad.
No todos los grandes o simples sucesos protagonizados por los seres humanos a través de los siglos pudieron ser vistos, escritos, fotografiados, grabados, mediante dispositivos de los que nos proveen hoy las tecnologías de la información y las comunicaciones. Si bien hoy no se dispone de fuentes sonoras que conserven la voz de Platón, Aristóteles, Salomón, Newton, Einstein, Lincoln, Confucio, Kant, Hegel, Marx, Engels, Napoleón, Galileo, Bolívar, Sucre o Cristóbal Colón..., no quiere decir que no hayan sido valiosos estrategas de pensamiento y palabra, que supieron decir, con verbo latente, lo que era necesario decir y hacer saber en cada momento.
Los primeros testimonios literarios de todos los pueblos, en todas las latitudes y épocas, fueron orales. Los hombres primero hablaron y contaron sus experiencias, antes de que aparecieran los instrumentos y modos de grabarlas. Gütenberg inventó ese prodigio civilizatorio que fue la imprenta, seguramente consciente también del valor de la oralidad que se perdía o podía perderse para siempre, si no se recogía y se dejaba registrado en nuevos soportes.
Más allá de que las tecnologías y las invenciones científicas han multiplicado los recursos y las vías para el almacenamiento y procesamiento de la información, nadie puede desconocer el valor comunicativo y la riqueza testimonial que entraña el dinámico mundo de la palabra dicha.
Detalles, creaciones, descubrimientos, hechos culturales, novelas, libros y descripciones de todo tipo, han logrado mantenerse en el tiempo a través de las tradiciones contadas por personas que ni siquiera sabían leer ni escribir.
En no pocos países y comunidades muchas costumbres se han logrado salvar gracias al lenguaje oral. El escritor Miguel Ángel Asturias, premio Nobel de Literatura, escribió su trascendente libro Leyendas de Guatemala, tomando como fuentes relatos de una «nana» o nodriza indígena que para entretenerlo, se los decía a él desde que tenía cinco años de edad. Se vive en nuestras tierras un mundo mágico de leyendas y anécdotas, algunas de ellas recogidas también por Asturias en su otra obra Historia del maíz.
El escritor Virgilio Rodríguez Macal en sus novelas La mansión del pájaro serpiente y El mundo del misterio verde, describe la vida animal del Petén guatemalteco, sin haber visitado nunca esa región, gracias a la tradición oral salvada en la música y las canciones que han sobrevivido sin contar con partichelas originales.
Los escritores cubanos Adys Cupull y Froilán González defienden el hecho de que las vivencias captadas oralmente constituyen una de las formas que hicieron posible conservar, por ejemplo, la memoria histórica del paso de José Martí y su esposa Carmen Zayas Bazán por las tierras de México, Guatemala y Honduras, como se puede apreciar en el libro de ellos Por los caminos reales, publicado en México en 2010.
Todas las personas construimos nuestros imaginarios y universos simbólicos a partir de lo que compartimos y socializamos. Y el mundo de la palabra, de la conversación y el relato que se escucha y transita de oído en oído, siempre ha tenido un peso esencial en esos procesos.
Brindemos entonces por la tradición del buen decir y sigamos defendiendo ese legado de generación en generación, porque lo que se cuenta de lo que fuimos y somos es fuente viva para la salvaguarda de nuestra cultura y nuestra identidad, y para entender mejor lo que seremos.