Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Se llamará Ernesto

Autor:

Yunet López Ricardo

Era un día de octubre de 1967, y sería de los más tristes de toda su vida. En ese entonces él era jefe de Servicios Médicos en la 1270, unidad que defendía la Ciudad de La Habana, y mientras daba una clase de preparación combativa, el comandante Orlando Pupo lo mandó a llamar al Estado Mayor.

«Me pidió que me sentara y me trajo un vaso de agua», cuenta, porque el comandante Orlando sabía que para el capitán del Ejército Rebelde Omar Fernández Cañizares no sería fácil escuchar lo que debía decirle.

«Me dijo: “Tengo que darte una mala noticia. Fidel me pasó un cifrado que dice que asesinaron al Che en Bolivia”. Y cuando aquel hombre me dijo eso, con la voz encogida me levanté y le respondí: “No puede ser Pupo, no puede ser, eso es mentira”. “Es cierto, el cifrado está firmado por Fidel Castro”», me aseguró.

Y después de eso Omar se fue adonde nadie pudiera verlo. Lloró. Pasó toda la tarde bajo un árbol, solo, como quienes, ante el reloj de las realidades más crudas, no cesan de intentar volver el tiempo atrás.

«Eso fue para mí como si se hubiese muerto un hijo, un hermano…», dice hoy a sus 86 años.

Ese día doloroso, sentado en aquellas raíces y con el pecho muy apretado, lo estremecieron muchos recuerdos. Pensó en los tiempos en que fue viceministro de Industrias del Che, o las veces que volaron mientras el guerrillero argentino pilotaba un Cessna. «Él sabía, y se tiraba. La primera vez que lo vi pilotando le dije: “Aquí nos caemos un día”. Pero dominaba la avioneta. Aprendió observando a su piloto, y preguntando. Era muy inteligente», rememora y regresa a  la mañana que aterrizaron en Holguín para visitar la hilandería de Gibara.

Nostalgia, angustia, impotencia… y otra vez recordó esas imágenes que les grabaron sentados uno al lado del otro, cuando el avión que los llevaría por países de Asia y África y algunos de Europa —para estrechar las relaciones comerciales, culturales y políticas de la joven Revolución—, estaba a punto de despegar.

Era ese el primer viaje del Comandante Ernesto Guevara al extranjero luego del triunfo, y Omar, que se había incorporado a la columna 32 José Antonio Echeverría y había sido dirigente de la Federación Estudiantil Universitaria, fue el segundo al mando.

 Ahora, después de tantos minutos compartidos, el Che estaba demasiado lejos, y él allí, entre hojas secas y con las palabras del comandante Pupo martillándole los pensamientos, esforzándose por seguir imaginándolo caminando a su lado, o viéndolo preguntar a quienes sabían de economía cubana —sobre todo acerca de costos de producción y calidad—, o revisando el funcionamiento del sistema presupuestario que él mismo había creado.

Como una ráfaga, con lágrimas que se repiten aún después de casi 50 años, le llegaron las horas del último día que lo vio. «Antes de irse al Congo pasó por mi casa. Me dijo que se iba para Corea en viajes comerciales y me pidió que no abandonara mi responsabilidad de aquel momento como Ministro de Transporte», dice y el sillón siente el peso de una tristeza que no se acaba.

«Cuando supe de su muerte, Marina, mi esposa, estaba embarazada de nuestro primer hijo. Aquel día no me despedí de nadie en la unidad y llegué a la casa más temprano de lo acostumbrado.

«Le conté a ella lo que había pasado. Toqué su panza de siete meses y le afirmé: «Ese se llama Ernesto, y si es hembra, Ernestina».

Aquel diciembre de 1967 llegó a Cuba otro Ernestico. «Como tantas otras cosas, ese hijo me recuerda su risa clara, los regaños, los consejos del Che»; y los vuelos en la avioneta Cessna, los tres meses del viaje, los días en el Ministerio de Industrias, porque desde aquella tarde en el Estado Mayor de la unidad 1270, Omar aprendió que el guerrillero argentino de las fuerzas de Fidel se fue para seguir naciendo.

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