Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Wi fi… jación

Autor:

José Alejandro Rodríguez

Ante tanto aparatico sofisticado de las tecnologías de la información, ante tal voraz promiscuidad a lo internet, inter nos confieso que temo la burla de los nativos digitales cuando evoco al viejo germano Gutenberg, con su imprentica que nos legó el tesoro del libro, y reprodujo masivamente el conocimiento y la emoción en las medianías del siglo XV.

Migrante sempiterno, siempre primerizo en un océano infinito de gigabytes, imagino en materia de comunicación el deslumbramiento que provocaban los aedas y juglares de la antigüedad, cuando iban de aldea en aldea recitando poemas y contando historias ante la mirada atónita de aquellos solitarios analfabetos. Era la conmoción de la oralidad, la emoción compartida.

Rehén del tiempo perdido como soy, retrógrado obseso del cara a cara, observo tantos muchachos con wi fi… jación y chateo que ni miran a su alrededor, conectados a otro confín. Entonces viajo a mi infancia, a las tertulias familiares donde mis padres descubrían el mundo y sus enigmas a pura conversación, relamiendo la belleza de los vocablos, imaginándolo casi todo sin apenas artilugios y prótesis de la comunicación.

Acostumbrado ya a la vertiginosa reducción de las distancias, al manoseo de la inmediatez, a lo tácito que va esquinando la fantasía, me pregunto a veces si a fuerza de viajar vertiginosamente en las autopistas de la información, ya no distinguiremos nada por las ventanillas del conocimiento y la emoción. ¿No estaremos postrándonos ante la tecnología, esclavizándonos por ella en vez de aprovecharla para expandir el saber y el sentir entre los terrícolas?

He visto a personas enmudecidas, chateando a cinco o seis metros una de otra sin mirarse, ni advertir el brillo en los ojos, el mohín de contrariedad o la sonrisa cordial. He visto padres e hijos que casi ni se hablan, uncidos a su ipods, autómatas de la máquina y sus caprichos, obviando el sol y la luna, las aves volando, los atardeceres efímeros.

Cuando alguien se aísla por sus audífonos con cierto onanismo musical y ya no comparte una canción, como lo hice en mi juventud con los discos gregarios de Los Beatles, ¿no estará viajando hacia la soledad?

Al final, optimista incurable, me resisto a creer que las tecnologías nos domestiquen y tiranicen. Sé que muchos nativos digitales, sobre todo personas inteligentes y sensibles, se burlarán de estos temores y aprehensiones analógicos, y me convencerán de que la parafernalia informática y lo que sobrevenga, aún cuando enyuguen a unos, expandirán el saber y el sentir de otros en dimensiones insospechadas.

Por lo pronto, la garantía mayor es que las tecnologías de la información no han podido desprenderse del gran nexo humano que es la palabra: esa que repartían generosamente los juglares y aedas de la antigüedad; la que Gutenberg propagó con su imprenta, masificando la idea y el sentimiento. Esa es mi fe: letra por letra, analógica o digital.

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