Desconozco por qué esta vez no usa lentes. Se sienta junto a mí. Recuesta a su derecha una guitarra. No dice una palabra; tampoco yo. Intento mantenerme impávido, elocuente… digno; a la altura del momento. Estamos en un salón blanco de esos que de tan neutros parecen callar. Finalmente una palabra, bueno, realmente cuatro: ¿y esa cara muchacho?-me pregunta con tono de burla, casi.- Entonces saca un pedazo de papel, tararea un poco, corrige algo que debió faltar y sonríe: «ya está».
Sigo sin entender pero me limito a escuchar, algo así no sucede todos los días. Tiene la mirada alegre, el rostro estoico y esa forma tan suya, tan criolla, de enfocarse: cuasi perfecta, incuestionable siquiera. Era él. Junto a mí. Totalmente tangible. ¡Demasiado genial para ser verdad!
«Quiero que escuches, me des tu opinión y luego, si quieres, escribes algo sobre esto; ya sé que te gusta mi música y que estudias Periodismo, por eso estás aquí». Exquisitamente sospechoso. A estas alturas ni recuerdo como llegué allí. Me lee: Poco vale la noche cuando el amor se va sin dejar morir la pasión en nuestro pecho(…)juez se vuelve el reproche ahora que apaga, el invierno, el calor de nuestra cama. Toma la guitarra y da vida a las letras. En una palabra: perfecto. Me aventuro a la crítica con temor al absurdo en un ejercicio de orgullo fatuo: «siento esa canción más como balada» a lo que me responde inmutable: «si fuera una balada yo no sería Formell».
Sí, Juan Formell el ganador de dos Grammy Latino, me leía el tema que estrenaría cuando Van Van cumpliera 46 años. Me observa de manera irónica mientras escribe algo en el papel que no alcanzo ver; luego se recuesta en el sofá, mira hacia arriba, se acaricia la barbilla y musita con picardía:
-Eres de los que no se quedan callados ¿verdad?, te pareces mucho a mí cuando tenía tu edad… 25 ¿no?
-24- respondo casi interrumpiéndole -ni uno más.
Me mira de manera tajante y filosofa un poco:
-Los años te enseñan que el único temor es morir sin dejar huella y cuando uno es artista nunca muere, ni los años pesan tanto… Por eso mi canción es un songo o salsa o popular bailable, como quieras llamarle, porque Formell es vida, es música, es alegría… es Cuba.
Después ¿o quizás pasó antes? sonreímos al obligarme, casi, a bailar como «buey cansado» al ritmo de Temba Tumba Timba… En este momento mi sueño se vuelve inconstante, brumoso, a pedazos, inconexo; supongo que desperté y a pesar de intentarlo no recordé qué sucedió en lo siguiente.
«Formell ha muerto. A la edad de 71 años el prestigioso músico cubano» (…) Luego de un año la noticia aún me estremece, varios medios cubanos y extranjeros la repiten como campanadas fúnebres. Formell ha muerto, dicen ellos, y yo lo sabía, pero negado a creerlo, quizás, solo quizás, soñé con la entrevista jamás le haré.