No encuentro todavía la razón por la que diciembre siempre me sorprende tanto, me alegra y me entristece, me lleva y me trae; me entusiasma, me provoca, me enmaraña y acaba pidiéndome más. Aunque inquiero con firmeza, no hallo el porqué de tantas sensaciones encontradas en una hoja, que por ser la última del calendario, de vez en cuando se me desprende sola.
Y es que a esta hora, cuando el año recoge su maletín sin vuelta atrás, echando lo que pudo y no fue, lo que quedó y quizá no sea, y todos, de común acuerdo, estamos llamados a ser entusiastas comadrones en el singularísimo «parto» de otros 12 meses que ya casi casi asoman la cabeza, más que por lo prometido o idílicamente soñado, me atrevo a brindar por lo que siempre estará por llegar, nacer o renacer, emprender o intentarse otra vez, pues el fin de un camino anuncia siempre un comienzo.
Pero no dilatemos más el brindis y con alegría echemos ante todo en la copa el mejor de los vinos, o sea, el que está por venir, el que ha de hacernos agua la boca ante la expectativa del tiempo nuevo, o la añoranza de otras cuatro estaciones con las que se nos despabile el frío de los aislamientos y las incertidumbres por lo desconocido o por emprender; nos alivie el calor así rompa termómetros de intenso, renazca lo bueno y duradero con el espíritu de otra primavera y, como en otoño, nos caigan las hojas de la suerte encima.
Si por imprevistos, caprichos o reacciones apenas entendidas nos ha quedado un mal sabor, busquemos cómo quitárnoslo o al menos aliviarlo. Ahora mismo, revuelva el brebaje provocador de sus autorreflexiones con cierta dosis de un «ron» estimulante que lo espolee, lo incite y lo embote con mesura hacia los empeños venideros. No se embriague, pero emborráchese de aliento, sienta que puede más y más, aunque parezca que le cuesta trabajo.
Si no es amante del ron, desentiéndase por unos minutos de su ebriedad sentimental y hasta de complicados pensamientos con un trago de cerveza clara y fresca, con la levadura suficiente para que se eleve y sienta su mente «cebada» de buenos deseos. No se derrote con facilidad por lo que suceda, valdrá siempre seguir amando el tiempo de los intentos, los recomienzos, las oportunidades que se dan y no vuelven, o las continuidades diferentes.
Aliñe su bebida de fin de año con la hojita de la siempreviva, y más que por la proeza o el espejismo a largo plazo, apueste por lo que predice, sin equívocos, el horóscopo de las cotidianidades, del día a día, del roce con la verdad, de la energía y el placer común.
Y antes de que este singular deleite etílico le desboque los sentidos por los presumibles cauces de la alegría, sin que luego haya arrepentimientos, pregúntese con seriedad y agudeza qué es lo que verdaderamente quiere usted, hacia dónde desea ir, qué busca y aspira a tener, cómo darle asideros a nuestras inconstancias y giros más comprometidos.
Para mí diciembre es ya como una especie de mojito agridulce mezclado con aguardiente puro, un mejunje entre lo que queda y sigue, entre lo que se nos va y va quedándonos por hacer. Diciembre casi siempre me desborda la copa y hasta me la vacía para que en los próximos 12 meses comience, una y otra vez, a llenarla.