Los mandatarios de Rusia y EE. UU. abordaron los temas más acuciantes del contexto geopolítico planetario. Autor: ANSA Brasil Publicado: 15/02/2025 | 10:11 pm
Parece insólito que el mismo hombre que pone de cabeza al mundo con su vuelta al añejo proteccionismo comercial y un intento de casi nueva repartición del mundo mediante una política de presión para el expansionismo —para algunos, también, de cierto aislacionismo—, sea el mismo que conversó telefónicamente hace unos días con el presidente ruso Vladímir Putin: un diálogo de hora y media que él consideró productivo y que Moscú no calificó, aunque se abordaron los temas de más interés para el Kremlin.
Donald Trump lo había anunciado desde varios días antes. Estaba listo para conversar con Putin. No obstante, Europa se sintió herida porque el intercambio se realizó sin confirmación previa, «desconociendo» EE. UU. que el Viejo Continente, como miembro de la OTAN, también ha estado metido hasta el tuétano en la agresión indirecta o directa a Rusia, lo que ha hecho como Washington, mediante el sostenimiento financiero y militar a Ucrania.
Pero el Estados Unidos de los tiempos de Joseph Biden dio más. Y está claro que Trump, fiel a su política de America first, parece dispuesto a recaudar por todos lados: cese del pago de cuotas a importantes instituciones y pactos internacionales mediante la exclusión de su país de ellas—como ha ocurrido con la Organización Mundial de la Salud y el Acuerdo de París—, decretado aumento de un 25 por ciento a los aranceles que gravan el acero y el aluminio, lo que será firme en marzo y afectará a sus socios europeos, y cierre escandaloso de la Usaid al «descubrir» lo que hace rato se denunciaba: el cuantioso dinero que esa entidad dedica hace décadas a subvertir distintos países del mundo, aunque la joven y bella vocera de la Casa Blanca
solo se haya referido a programas de respaldo a la mujer y contra la homofobia, que ella calificó sin sonrojo y despectivamente como «m…».
Como buen magnate que ha hecho carrera en el sector inmobiliario, Trump cuenta con ingresar a las arcas de la Reserva estos ahorros y al parecer, también, los que obtendrá con el cese de la ayuda militar a Kiev, un propósito en el que su antecesor en la Casa Blanca invirtió unos 66 000 millones de dólares en los últimos tres años.
Cesar el sustento a Ucrania significará, de un modo u otro, certificar el fin de un conflicto con Rusia ya definido, porque obligará al presidente Volodímir Zelenski a negociar con Moscú, algo que el mandatario evadió hasta hace muy poco, envalentonado por el respaldo de Occidente; hasta que la profundización de las fisuras en Europa relacionadas con esa ayuda y, luego, la llegada del ahorrativo empresario Trump, debieron persuadirlo de que no tenía alternativa.
La guerra ya estaba decidida porque Ucrania sola no puede, y ya se sabe que el conflicto con Rusia habría tenido salida política desde el mismo año 2022, inicio de la confrontación bélica, de no ser por la injerencia de Occidente.
La clave ha estado en la resistencia de Moscú, que no solo ha sido autosuficiente para mantenerse puntera en el frente bélico pese a que ha estado enfrentando el poder armamentístico de varios países juntos, incluyendo al de EE. UU.
Además, y ayudada por el obligado desarrollo de su industria de defensa, la economía rusa ha vuelto a crecer en 2024 más que el año anterior y que el resto de las economías europeas y la estadounidense: 4,1 por ciento de PIB equivalente a un máximo histórico de 200 billones de rublos.
Sin el respaldo militar de Washington y con la Unión Europea imposibilitada de otorgarle los mismos recursos, Kiev está obligada a volver a la mesa de conversaciones, y ahora otra vez en serio, con la participación de Moscú.
Y para Washington no será mal negocio anotarse el punto de que facilitó la salida política del conflicto, como prometió Trump cuando anunció que «acabaré con todas las guerras».
Claro que todavía no puede afirmarse que el ocupante de la Casa Blanca vaya a cerrar por completo la tubería a Kiev. La «sugerencia» del mandatario estadounidense de que podría entregarle más armamento a cambio de acceso a sus «metales raros», ha dejado el asunto en suspenso. Pero algunos estiman que se trata de que con vía expedita a los recursos mineros de Ucrania —tan preciados hoy para el desarrollo tecnológico—, EE. UU. pretendería resarcirse, únicamente, de lo que ya gastó en esa contienda.
Tampoco hay motivos que justifiquen pensar que el diálogo entre Putin y Trump sea una aceptación por Washington del orden multipolar que Rusia encabeza junto a China y que, por tanto, representa.
Pero no es menos cierto que la llamada telefónica a su Presidente significa un reconocimiento; una muestra de respeto a la posición y la fuerza política —y militar— de la nación rusa.
Observadores como The New York Times han calificado la llamada como «colapso de los esfuerzos de Occidente por aislar diplomáticamente» a Rusia, atenazada por cientos de sanciones comerciales de EE. UU. y Europa que ha sabido vencer.
Es que la política de la administración republicana puede ser demente; pero parece que no es ciega.
¿Quiénes pierden?
La no entrada de Ucrania a la OTAN, como ha estado pidiendo Kiev y le había prometido la Alianza Atlántica violando los Acuerdos de Minsk, y reconocimiento a los territorios del Dombás que se pronunciaron en elecciones por adherirse a Rusia, son dos requisitos de indispensable respeto antepuestos por Moscú para la solución política al conflicto.
Las declaraciones de distintos funcionarios estadounidenses indican que la administración republicana coincidiría con ambas. O que las acepta.
A su suerte después de haber sido empujada a la guerra por Occidente y sin conseguir la entrada a la Alianza, no solo quedará Ucrania, que pudiera depender únicamente de Europa para su reconstrucción.
Además, queda a la zaga la propia Unión Europea, un bloque que tras la caída del llamado socialismo real, en lo que ya es el siglo pasado, algunos suponían sería el contrapeso a la hegemonía estadounidense. Sin embargo, el Viejo Continente se supeditó, y hoy pudiera estar cosechando las consecuencias de haber «compartido» la unipolaridad.
Salvando las excepciones de contados aunque notables países y políticos europeos que se han opuesto a la estrategia del bloque hacia el conflicto ruso-ucraniano, sus posiciones de cara al diferendo quedan mal paradas.
Washington ha abandonado a Europa sin conseguir el intento infructuoso de golpear a Moscú, mientras la Casa Blanca emerge como exitosa intermediaria y, por tanto y en apariencia, vencedora.
También queda descolocada la OTAN, cuyo secretario general, Mark Rutte, luego de pedir encarecidamente y durante meses a los socios de la Alianza que aumentaran sus presupuestos de Defensa para poder dedicar dinero a Kiev, ha solicitado ahora que, al menos, se cuiden las apariencias.
«Negociemos la paz —accedió, en una reciente reunión de los ministros del ramo— sin que se vea como una derrota de Occidente».