Alexei Byvok, un empresario ruso, quería estar seguro del amor de su novia, y por eso buscó una forma original, aunque de muy mal gusto, de pedirle matrimonio. El joven contrató a un director, un guionista, a actores y maquillistas para que le ayudaran a dramatizar su muerte en un accidente de tráfico. Cuando Irena, la pretendiente, llegó al lugar del siniestro y vio a su novio en el suelo rodeado de sangre, rompió a llorar. Fue en ese momento cuando el «difunto» le pidió matrimonio. La muchacha se enfadó tanto que quiso matarlo, esta vez de verdad, pero al pasar su estupor, le dio el «sí».