René Batista Moreno. Autor: Cortesía del periódico Vanguardia Publicado: 21/09/2017 | 05:01 pm
CAMAJUANÍ, Villa Clara.— Todavía conservo entre mis rudimentarios archivos personales aquella entrevista que en diciembre de 2004, cuando apenas concluía el semestre inicial del primer año de Periodismo, realizara con las premuras propias de un ejercicio académico al periodista, poeta e investigador folclórico camajuanense, ya fallecido, René Batista Moreno.
Con cuántas incertidumbres e inquietudes iría a aquel encuentro en el que por primera vez asumía el difícil rol de las preguntas frente a un intelectual maduro con más de 30 obras publicadas, quien de no ser por el capricho de una aguda enfermedad que lo llevó en pocos días a la muerte, hoy estaría arribando a sus 70 años.
Hombre instruido desde la constancia del autodidactismo, dado a la conversación más simple y encumbrada, de carácter serio y gentil al mismo tiempo. Vigilante popular que en su andar escrutador de tradiciones, entre tertulias, cafés y otros desvelos literarios, jamás reparó en aconsejar y advertir, en atraer al buen camino a los más jóvenes.
Merecedor de las Distinciones por la Cultura Nacional y Félix Elmuza. Entre sus primeros lauros recibidos estuvo el premio de poesía Julián del Casal de la UNEAC, en 1971, y el premio Memoria de 2009, otorgado por el Centro Cultural Pablo, por el proyecto investigativo que tristemente no pudo ver publicado.
Se trata del bestiario La fiesta del tocororo, presentado en Santa Clara en la reciente edición de la Feria Internacional del Libro, un texto en el que se mueven de conjunto la fabulación y la realidad al mostrar más de cien monstruos raros, entre güijes, madres de agua, aparecidos, jinetes sin cabezas y muchos otros seres nacidos de la fantasía humana.
A la autoría de Batista Moreno pertenecen también las obras Componiendo un paisaje, Camilo en el Frente Norte, Los bueyes del tiempo ocre, Ese palo tiene jutía, El sensible zapapico, dedicada a su entrañable amigo Samuel Feijóo; y la compilación de la décima humorística en Cuba, Yo he visto un cangrejo arando, entre muchas otras.
Recuerdo que en aquel intercambio de hace más de seis años le pregunté hasta cuándo escribiría y me dijo con acento audaz: «Hasta que me muera. A veces los pies me duelen y ya no puedo ver lo que quiero, pero eso no importa. El cuadro de mi campiña lo tengo grabado muy dentro».
Con el ánimo de homenaje, que de seguro él no ambicionaría, pero que sobradamente merece este rastreador empedernido del folclor criollo y contribuyente fiel de nuestra cultura cubana, he decidido volver a las páginas amarillentas de mi primera entrevista para compartir algunas de sus respuestas, como incansable defensor de la identidad local, que a fin de cuentas es también la de Cuba y la de todos.
—¿A qué edad se remontan sus primeras inquietudes literarias?
—Como nací en la colonia cañera La Ofelia, en una zona cercana a Camajuaní plagada de poetas, desde pequeño participaba en las actividades campesinas. Oía las tonadas de Felo García, Ricardo Chávez y otros improvisadores. Me gustaban tanto las décimas que las cambiaba por huevos a los vendedores ambulantes. Mi tía Luisa, a la que debo mucho, me decía con esmero versos, y todo eso poco a poco fue calando.
«Cuando vine a vivir al pueblo empecé a nutrirme de otras experiencias. Cuando acababa la escuela por las noches, iba a las sociedades donde con frecuencia leía algunos periódicos y revistas. De esa manera fue gestándose mi interés por lo que pasaba a mi alrededor, por develar las historias de la gente por comunes o particulares que fueran.
«Poco a poco fue despertándose en mí un apetito interesante por convertirme en una persona culta, a pesar de ser yo entonces un simple trabajador de la pizzería del pueblo, oficio bastante alejado de todos mis afectos por la lectura».
—¿Nunca abandonarías el campo por el encanto de las grandes ciudades?
—Las amplias concentraciones me asfixian. En ellas me siento desprotegido. Veo tanto ladrillo y cemento que me aterrorizo. Jamás me he ido ni pienso hacerlo. Como tenemos los pies muy pesados no podemos andar tanto. Yo me identifico mucho con Feijóo cuando dijo: «Si la naturaleza me puso aquí, aquí muero».
«Pienso que nunca habría existido un René Batista folclorista y escritor en otra región. El folclor solo prospera en el campo de las entrañas. ¿Qué haría yo viviendo en Cifuentes, por ejemplo? Todos los pueblos tienen sus costumbres, pero uno no las asimila de la misma forma».
—¿Cuándo conoció a Feijóo?
—Al conocer la existencia de la revista Signos empecé a colaborar y publicar. Un día él me mandó a buscar a su oficina. Quería conversar conmigo. Se interesó por Camajuaní y me hizo saber que le encantaban sus paisajes. Cuando nos volvimos a encontrar lo convidé para venir juntos a mi casa y cedió.
«Desde aquel momento no teníamos horas para recorrer los caminos y las guardarrayas. Perseguíamos hasta la sombra de los árboles. No éramos investigadores académicos. Los colegios y las academias exigen un estilo de vida que no era compatible con nosotros y nunca logramos aceptar.
«A Feijóo me gusta recordarlo como un enamorado de las maravillas del campo y con el deleite del guajiro, el río, las palmas. Todos le decían el Loco Mayor y muy bien que lo tenía ganado. Siempre me llamó Doctor Manigua o don René y él se autotitulaba Doctor Pata de Chivo».
—¿Cómo se explica que un camajuanense tan defensor de las tradiciones parranderas no se involucre en ellas como protagonista?
—Las parrandas emanan como un fenómeno cultural de pueblo. Yo nunca digo «ganaron los chivos, ni ganaron los sapos». Desde 1953 hasta la fecha no se ha ido de mi colimador ni un solo espectáculo.
«A todas las celebraciones parranderiles les entrego un valor incalculable, pero más bien me implico desde el ángulo que exige la escritura y la investigación. Soy de los que vela hasta por el más ligero incidente para luego redescubrirlo, pero no me gusta la multitud. Pienso que mi protagonismo se materializa mejor después, cuando escribo».
—Si tuviera que escoger entre el periodismo y la literatura, ¿cuál elegiría?
—Creo que a ambos. No creo que he hecho otra cosa que no lleve por esos rumbos. Me formé al calor del periódico Vanguardia. Si olvidara mencionarlo se me fugarían muchos años de historia.
«Me siento bien con el trabajo y la búsqueda y el archivo de las pinceladas cotidianas. Mi obra semeja una crónica de paso lento pero rítmico, una crónica de campo más que de ciudad, crónica que al igual que el buen periodismo, debiera al menos llevar la intención de trascender cualquier punto y seguido».