Omara conmovió el pasado sábado a los asistentes en la presentación de su último disco. Para la ocasión se hizo acompañar del sexteto Encuentros Cubanos. Autor: Yander Zamora Publicado: 21/09/2017 | 04:59 pm
Omara sentada en un sofá. Cómoda repasa su música y se oye a sí misma regalando acordes, como las finas margaritas que en el suelo la reverencian. Anda Omara recordando, sabe que con su voz dibuja el rostro de Cuba en el pentagrama. Sencilla, como lo es, solo agradece con un nuevo disco los muchos años que ha amado esta Isla, y lo dice con una estrofa que inmortalizara Pablo Milanés, y que ahora nos invita a disfrutar de Gracias.
Recorrer nuevamente su vida en estos instantes melódicos es un privilegio para la cantante. Escogió cada uno de los 13 temas del álbum y les impregnó su huella. Serena afirma que con ellos quiso homenajear a «Elena (Burke), Moraima (Secada) y al cuarteto D’ Aida.
«He tenido suerte de conocer a tantos artistas importantes que creo esa fue la savia para poder seguir interpretando las cosas bellas que encontramos aquí», confesó la Portuondo en la presentación del disco, facturado por la disquera Montuno Producciones en 2009 y que ahora licencia la EGREM para su distribución nacional.
Un enigma puede ser para muchos su voz intensa y enérgica, pero Omara siempre asegura que es heredera de la proyección vocal de Zoila Gálvez, Rita Montaner y Paulina Álvarez. «He admirado a esas mujeres», dice y otra vez menciona la palabra mágica que es un emblema en su último álbum.
Tiene que retribuir también a sus padres por ser los primeros en inducirla al canto. «Eran músicos por naturaleza, tenían armonía y afinación. Eran autodidactas. Las cosas que me aprendí —como el Drume negrita (Eliseo Grenet), Veinte años (María Teresa Vera y Guillermina Aramburu), o La bayamesa de Sindo Garay—, me las enseñaron en mi casa».
Son esos detalles de su existencia los que hacen de Gracias un volumen autobiográfico. En él, la Diva del Buena Vista Social Club no solo le da vuelo a sus interpretaciones, sino que añade instantes que la han marcado.
A través de un viaje fotográfico anexado al CD, se le ve con su hijo Ariel y su nieta Rossio, a quienes ha pasado vía ADN el gusto por la melodía.
Por supuesto que las instantáneas no excluyen a la cantante en plena proyección artística y cómo, con sencillez, posa especialmente para el fonograma, como sucedió en las fotos que le tomara Tomás Miña para la portada y contraportada del álbum.
Pero es ese manojo de temas que ha grabado recientemente el hilo que enlaza una parte importante de lo que ha sido su carrera. Allí hace florecer la canción como género y modula, con soltura de soberana, letras cuyos autores han implantado un sello con ellas.
Se desplaza así por Ámame como soy, su especial homenaje a la Señora sentimiento, «una de las personas con las que aprendí cómo es que se camina en estos senderos» del arte. Igualmente, escribió en el disco Omara, la canción es el cumplimiento de un anhelo porque «siempre quise cantarla» y junto a su compositor lo materializa.
De Pablo también hace suyo Tú mi desengaño, pero esta vez la interpreta en solitario. «Es una canción que me fascina, pero siempre he creído que solo Pablo podía cantar sus canciones. En este disco, me atreví y a él le ha gustado», explicó.
Un sueño de «años» ha sido el de grabar Rabo de nube de Silvio Rodríguez. Lo asume a su modo y, aunque de Silvio ya le habíamos escuchado —y con el tiempo adueñarse— de La era, esta vez explora otros tonos para ofrecer iguales sentimientos.
Vuela pena llegó a Omara gracias al director de programas de televisión Amaury Pérez. Él le comentó un buen día que su hijo había compuesto una canción. En 1974 hizo un videoclip con ella y ahora nos la devuelve de un modo particular. Ha dicho que cuando la escuchó por primera vez, le pareció tan desgarradora que desde entonces siempre «está en mi cabeza».
Un dúo ya se erige como inolvidable en el CD. Junto al brasileño Chico Buarque retoma la versión al español que hiciera Daniel Viglietti de À flor da terra (O que será), un verdadero manifiesto de los lazos que unen a la isla caribeña y el gigante sudamericano.
Otros músicos de lujo ha invitado la Portuondo. En Nuestro gran amor, creada por su hijo Ariel Jiménez, la acompaña Chucho Valdés en el piano y Cachaito López en el contrabajo —de quien quizá fuera esta su última grabación.
En Lo que me queda por vivir, de Alberto Vera, y el sencillo que da título al álbum —escrito especialmente por el uruguayo Jorge Drexler—, Omara canta al futuro y a esos frutos que «la vida me tiene que dar». Tiempo, al tiempo, al tiempo/ cada huella irá encontrando su arena/ cada beso deteniendo un momento/ y cada canción matando una pena, entonan Drexler y la cubana para asegurarlo.
Al compendio musical se suman temas populares como Drume negrita —un título de E. Grenet que cuenta con excelentes arreglos de Richard Bona—, y Cachita, donde se escucha, además de las voces de Omara y su nieta, el sonido de la clave de Andrés Coayo.
Conmueven también otras historias en minutos: Adiós felicidad (de Ela O’ Farril), Cuento para un niño (Martín Bernardo Rojas Torriente) y Yo vi (una versión de Swami Antunes de Campos Jr.). En ellas la artista reconoce su capacidad de amar y su condición de caribeña.
Grabado entre los estudios Abdala (Cuba), el Classic Master de São Paulo y Cia dos Técnicos de Rio de Janeiro (estos dos últimos ubicados en Brasil), Gracias se complementa con las ideas de sus productores Alê Siquera y Swami Antunes de Campos Jr., y un grupo de destacados músicos procedentes de varios países, entre ellos el joven pianista cubano Roberto Fonseca.
Gracias deja una estela de regocijo entre quienes lo escuchan, y se ha ganado con merecimiento el Gran Premio de Cubadisco 2009 y el Grammy Latino, otorgado ese año. Omara desde su sofá, ahora se alista para continuar conmoviéndonos.