Aunque la inflamación, la infección y las hemorragias locales son las complicaciones más frecuentes de las perforaciones, existen otras más graves, acompañadas en ocasiones de elevado riesgo de muerte. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:32 pm
Hace pocos días conocí a Brian, de 20 años, buen carácter y nobleza a flor de piel. Andaba él reparando distintas piezas de automóviles. Varias partes de su cuerpo estaban embarradas de grasa negra. Es ayudante en un taller de mecánica automotriz, donde aprende los secretos de todo tipo de carros.
La presencia de elementos metálicos que atraviesan los labios de Brian resulta chocante ante los ojos desacostumbrados de la mayoría de las personas de más edad que conocen al joven. Los adornos, conocidos entre cubanos como pírsines, son una de las formas del llamado «arte corporal», fenómeno que trasciende fronteras y que cada día es más frecuente en las nuevas generaciones.
El término que los identifica se deriva del inglés pierce y piercing, que se pueden traducir como perforar y perforante, respectivamente, y el Diccionario Panhispánico de Dudas, de la Real Academia Española, lo recoge como pirsin, con el plural pírsines. De esta manera nos referimos al procedimiento mediante el cual se colocan objetos en el cuerpo, casi siempre de metal o de plástico, traspasando la piel, las mucosas y otros tejidos; generalmente se excluye de esta definición la perforación de los lóbulos de las orejas para la sujeción de pendientes.
Para algunos, los pírsines llegan a constituir un ingrediente indispensable de modernidad, un fenómeno social que en la contemporaneidad pudo haber surgido como signo de identidad de personas marginadas, y que se manifestó en grupos humanos como los miembros del movimiento punk a finales de los años 70 del siglo XX.
La historia nos transporta de manera forzosa a ancestrales culturas de diferentes partes del mundo, con sentidos religiosos, estéticos, eróticos o de identidad, enfocados de una manera diferente al presente.
Umbrales
Tan atávicas como la humanidad misma, las perforaciones han estado presentes en todas las civilizaciones. Por ejemplo, en el antiguo Egipto el ombligo anillado llegó a ser una práctica que solo la realeza era digna de usar: eran tiempos donde los ombligos más profundos eran los más preciados.
En los templos mayas y aztecas los sacerdotes se perforaban la lengua como símbolo de comunicación con los dioses. En otras tribus indígenas de América del Sur sus miembros se colocan plumas de colores que atraviesan la nariz para indicar su rango.
Roma tampoco escapó a este tipo de modificaciones. Se cuenta que los miembros de la guardia del César llevaban aros en los pezones como muestra de su virilidad, coraje y fuerza, además de usarlos como colgadores de sus cortas capas empleadas en su vestimenta.
Esta práctica también se llevó a cabo en la época Victoriana, cuando generalmente las mujeres eran las que la empleaban con el fin de realzar el volumen de sus pezones.
Otra de las costumbres ancestrales es el anillado nasal de las mujeres en la India. Practicada en uno o en otro lado de la nariz —dependiendo de la etnia o tribu—, son ejecutadas por las abuelas a sus nietas de pequeña edad, antes de casarse.
Desde la época de la Inquisición, y específicamente a partir del concilio de Trento, algunas sectas religiosas han usado el anillado genital como método de castidad y de expiación de la culpa. También los marinos y piratas realizaban perforaciones en diferentes lugares de sus orejas y marcaban su piel con tatuajes cada vez que cruzaban la línea del Ecuador. De esta manera lucían con orgullo este original currículo que les daba respeto y admiración ante el resto de los marinos.
Después de un período largo de desuso, las perforaciones se han popularizado y en la actualidad constituyen una moda incomprensible para muchos. No es raro encontrarse a alguien en la calle con excéntricos objetos que le traspasan disímiles partes del cuerpo.
¿La razón?
Desgraciadamente existen pocos estudios enfocados en las
motivaciones de quienes hoy se realizan perforaciones. Casi todos coinciden en algunos puntos como la moda y la individualidad (distinguirse de otros), un cierto acento en la vida personal, la afiliación a determinados grupos o tribus urbanas, la protesta (especialmente en adolescentes, contra padres o autoridades), las motivaciones sexuales y otras razones no específicas. Esta última tendencia incluye a quienes actúan sin un juicio concreto, o impulsivamente.
Interesado en conocer la forma de pensar y las causas de la atracción por los pírsines, conversé con Brian, quien llegó a confesarme: «Realmente no sé porqué lo hice. Unos amigos insistieron y me embullaron».
—¿Quién te lo hizo?
—Un muchacho en su casa, por dos CUC. Él te inyecta la anestesia y todo.
—¿Es médico?
—No, no, nada de eso… Solo sé que se ha especializado en esto.
Como Brian, muchos jóvenes no saben explicarse las razones que le llevaron a perforarse la piel. Él me comentó que hasta hace poco tenía otro pirsin, pero en la lengua. Cuando se lo puso estuvo varios días con una molestia insoportable y no podía hablar ni comer bien. Se quitó el objeto porque tuvo miedo de que le produjera cáncer, como alguien le había comentado cierta vez.
Además tenía aún fresca la experiencia vivida por un amigo que se había complicado con un pirsin en la ceja: sufrió una infección y hasta tuvieron que operarlo; se quedó con un daño permanente en un nervio de la cara y por eso ahora tiene el párpado caído y la imposibilidad de abrir bien el ojo.
En uno de nuestros encuentros, Brian me contó la historia de su amigo, y me pidió detalles sobre lo que realmente pudo haberle pasado. No le oculté la tendencia generalizada que tenemos muchos médicos de declararle la guerra al pirsin, con independencia del respeto que damos a los gustos y a la voluntad individual de las personas que, muchas veces, no están bien informadas sobre decisiones que les atañen de modo directo.
Riesgos para la salud
Según varias investigaciones científicas, la práctica de las perforaciones no solo puede causar complicaciones como la inflamación, la infección y las hemorragias locales. Aunque estas son las más frecuentes, existen otras más graves, acompañadas en ocasiones de elevado riesgo de muerte.
Estos eventos adversos dependen del sitio anatómico escogido para la perforación, del material empleado y de la experiencia y capacitación de quien la realiza. Pero la mayor parte de los percances se deben a la falta de medidas higiénicas, ya sea en la colocación del objeto, en la limpieza o en el cuidado posterior a dicha inserción.
Según datos publicados en revistas médicas, la probabilidad de sufrir complicaciones tras la realización de una perforación es mayor que la relacionada con el tatuaje.
Se estima que entre un diez y un 20 por ciento de las perforaciones se infectan localmente. Las más temidas son las infecciones sistémicas (diseminadas a otras partes del cuerpo); entre estas se identifican las bacteriemias, la endocarditis (infección de las válvulas cardiacas) y la transmisión de los virus del sida, del herpes y de la hepatitis B y C, entre otras.
Pueden causar, en ocasiones, dermatitis (inflamación de la piel) por causas alérgicas o irritativas, sangrado, deformidades cicatriciales conocidas como queloides, granulomas y desgarros traumáticos.
Dentro de las prácticas más peligrosas se hallan las realizadas en la cavidad oral, como las de la lengua, donde después de realizadas el tiempo que lleva la remisión de la inflamación y el dolor de este órganos es de tres a cinco semanas. Pueden causarse, además, problemas más tardíos en la masticación y la deglución de los alimentos, rotura de dientes, caries, e incluso la temida obstrucción de la vía aérea por edema o por broncoaspiración del objeto.
A pesar de todas las advertencias que un día revelé detalladamente a Brian —sin tener en cuenta el vacío legal sobre los lugares y las prácticas empleadas— sé que muchos persistirán en modificar sus cuerpos por muchas razones. Lo más importante es saber que la libertad de perforar también implica responsabilidad desde muchos puntos de vista. Así debe ser vista la elección, para que esta no se convierta de modo imprevisto en pirsin sombrío de por vida.
Fuentes bibliográficas
D. I. Meltzer (2005): Complications of Body Piercing. Am Fam Physician; 72:2029-2034.
J. Holbrook, et al (2012): Body piercing. Clinical Dermatology; 13:1-17.
J. Mataix, et al (2009): Reacciones cutáneas adversas por tatuajes y piercings. Actas Dermosifilogr; 100:643-656.