Se cansó ayer el intrépido corazón de Tomy, el gran caricaturista cubano. Sus diástoles y sístoles no pudieron seguir marcando el compás de una vida tan inquieta. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:01 pm
Se cansó ayer el intrépido corazón de Tomy, el gran caricaturista cubano. Sus diástoles y sístoles no pudieron seguir marcando el compás de una vida tan inquieta. Sus arterias desafiaron ese talento artístico imparable, que barrió cuanta zancadilla se le atravesara.
El miocardio feraz de Tomás Rodríguez Zayas, ya fatigado de tanta entrega, fue incapaz de emular con esa voluntad mítica que lo empujaba como un jinete incansable del humorismo gráfico cubano desde aquella mañana en que, con el monte y la tierra en sus zapatos, partió de su natal Barajagua y se apareció en Juventud Rebelde con los sueños casi adolescentes de dibujar la vida y reírse de ella. O al menos sonreírse, con mucha agudeza y hondura.
Tomy fue un artista insólito en el envoltorio de un impenitente muchacho campesino. Un verdadero labriego de la belleza y la verdad. Y su inmensa obra gráfica, que hace rato ancló en la posteridad, fue una cátedra silvestre sin academias ni retoques: A pura vida, y con una sed de saber y sentir que fue saciando autodidactamente por todas las guardarrayas y autopistas de este mundo.
No escatimó su talento, así como fue fecundo en el amor y la amistad. Su generosidad le hizo postergar muchos empeños mayores para embellecer la inmediatez, el aquí y el ahora del periodismo, en el antológico DDT de Juventud Rebelde, y en cuanta publicación cubana o foránea le incitara.
Más que laureado y respetado por tantos artífices del pincel, Tomy nunca dejó de ser el eterno caminante de la caricatura, con esos silencios a cuestas que le permitían observar el mundo para captar sus latidos. Y no hubo proyecto artístico, político o social que le convocara y no lo tuviera en zafarrancho por Cuba y por la Revolución. Hombre leal a toda prueba, fiel a sus ideas y a la vez eterno inconforme hasta el resabio. Limpio de ambiciones y montaraz ante las mediocridades y conveniencias.
Como en toda su vida, mostró mucha entereza y calma en todos estos días en que estuvo internado en el Cardiovascular. Cada vez que le llamaba por teléfono para darle ánimo, él terminaba convenciéndome de que disfrutaba una suerte de «reservación turística» para descansar. «Chévere», como acostumbraba a decir. Y soñaba, hacía proyectos ahora que se había jubilado del diario, para pintar sin las urgencias, junto a sus dos hijos varones.
Aun cuando le falló ahora, habrá que bendecir siempre el corazón de Tomy, que resistió tantos arrestos y lo llevó tan lejos y tan cerca a la vez. No lo imagino yerto, sino caminando sudoroso por una vía celestial, urgido por llegar a una nube y allí comenzar de nuevo a dibujar la vida.