La combinación gráfica recoge el instante en que Sixta Núñez corta la cinta que deja inaugurado el Parque. «Llegó como acostumbra a hacerlo. Me viré y tenía ante mí a aquel hombre alto de uniforme verdeolivo, que puso sobre mi hombro su mano grande y preguntó:
—¿Cuánto cuesta la entrada?
—50 centavos, Comandante.
—Vamos a bajarla a 30 centavos…»
La escena descrita ocurrió hace más de cuatro décadas, donde poco antes el talento del arquitecto Mario Girona había dado vida a una hermosa obra que, con el tiempo, devendría emblemática en la ciudad balneario de Varadero: el Parque de las 8 000 taquillas.
Hoy Sixta Núñez tiene 85 años, pero entre las muchas remembranzas que atesora, no ha podido olvidar la repentina aparición del Comandante en Jefe Fidel Castro y las palabras cruzadas con él. «También recuerdo muy bien el día en que me escogieron para cortar la cinta que inauguraba el Parque. Todo fue muy emocionante, imagínese, una mujer humilde como yo, el doctor Baudilio Castellanos García, el abogado que defendió a los moncadistas, me pidió que lo hiciera. Aquello parecía increíble, como también le pareció a mi amiga Gladis, a quien él le dijo que izara la bandera. Ya Gladis no está entre nosotros, pero les digo una cosa: si en definitiva el Parque vuelve a ser lo que fue, ¡quisiera ser yo quien cortara la cinta otra vez!...»
EL PORQUÉ DE UN PARQUEUno de los inspiradores de la obra, el doctor Baudilio Castellanos (al centro), el día de la inauguración. Durante mucho tiempo el Parque fue cita obligada de miles de veraneantes o de quienes quisieran ir a Varadero en cualquier mes: no podemos olvidar que Cuba es un verano todo el año. Amén de guardar las pertenencias en su correspondiente taquilla y contar con servicios sanitarios y duchas, podía disfrutarse de la cafetería-restaurante, a la que dio paso posteriormente el popular Coppelia, siempre en medio de un ambiente natural de ceibas rotarias, hicacos y uvas caletas, muy propicio para el solaz de niños, jóvenes, adultos y ancianos.
De 1915 data la primera construcción asentada en dicho entorno. Fue el hotel Varadero, lugar exclusivo para la burguesía de la época. Cuarenta y cinco años después, en la Avenida Playa y calle 44, el Parque de las 8 000 taquillas se encargaría de sustituirlo, una obra para uso popular en el corazón del futuro polo turístico, pero sobre todo en cabal armonía con el ideario de la recién triunfante Revolución.
A partir de ese instante se convirtió también en sede de actividades deportivas, recreativas y culturales, funcionando como punto náutico donde tenía su base el Club de Remo.
Sin embargo, a finales de la década de los 80 el lugar comenzó a dar las primeras señales de abandono, las que se multiplicarían, con su correspondiente dosis de justificación, bajo los efectos del período especial sufrido en la década siguiente.
¿ABUELOS AL RESCATE?Entre los que se proponen la recuperación del lugar muchos son abuelos, pero junto a ellos hay personas «de la segunda edad» que los apoyan con mucho amor y entusiasmo. A fin de cuentas, ya lo dice la tonada: «Joven ha de ser, quien lo quiera ser…».
Miembros de la Universidad del Adulto Mayor y del Club de los 120 Años de la ciudad de Varadero, se han propuesto no dejar perecer esta obra arquitectónica pensada y ejecutada no solo como símbolo de las tradiciones del balneario, sino para la práctica del turismo integral de los cubanos y visitantes extranjeros, que remeda a una construcción típica de las costas adriáticas.
Ildelisa Pujol es vicedirectora de la Universidad del Adulto Mayor de Varadero (CUAMV), que agrupa a 212 estudiantes, la mayoría incluidos en el Club de los 120. Vanguardia Nacional del Sindicato de la Salud además, ella refiere que «el Parque fue el punto de reunión social de la comunidad de Varadero y centro de referencia para los visitantes, lugar de encuentros para el comité de jubilados y su práctica de ejercicios libres. Su construcción cambió completamente la estructura social de la ciudad. Las mujeres se sumaron a las actividades laborales y muchas trabajaban de forma voluntaria, con sus propios recursos, en la limpieza y mantenimiento de las taquillas.
«En lo económico trajo muchas ventajas y prosperidad para la comunidad. El largo período en servicio fue un ejemplo de sostenibilidad de la inversión.
El colectivo se ha dirigido a diferentes instancias de los niveles local, provincial y nacional, con el fin de evitar la desaparición del Parque en su concepción original, lo cual, a juicio de todos, resultaría un daño irreparable a la tradición y a la comunidad de la ciudad.
Quienes se empeñan en rescatar el lugar sostienen que se debe mantener y preservar el Parque de las 8 000 taquillas como centro de reunión social y comunitaria, iniciar su restauración de acuerdo con su forma inicial y función histórica, para el servicio y beneficio social.
Los miembros de la CUAMV y del Club de los 120, como conservadores y veladores de las tradiciones comunitarias, estarían dispuestos a participar en la organización y la reconstrucción, así como en la operación posterior destinada a preservarlo. También argumentan que debería declararse Patrimonio Cultural.
INQUIETUDES Y REMEMBRANZASPara Margarita Herrera, de 69 años y vecina de la calle 52, en el barrio Tibol, la idea del Parque fue magnífica, la gente venía desde lejos y tenía donde guardar sus cosas, agua, comida y servicios sanitarios. «Así la playa no se ensuciaba ni andaba gente deambulando con los bultos encima. Recuerdo que iba con mi esposo y los niños a correr y montar bicicleta...
«Nosotros, los jubilados —afirma Margarita— no tenemos un lugar donde reunirnos, donde haya bancos y sombra. Yo creo que nunca debían haber dejado que se destruyera. Si los creadores lo vieran, no lo iban a creer...».
A sus 82 años, 8 hijos y 23 nietos, Juan Torres (pescador y vecino de la calle 53), recuerda que trabajó como chofer en la construcción del Parque junto con el ingeniero jefe italiano: «también recuerdo a Celia Sánchez, que le daba vueltas a la obra, y los maratones de natación que se organizaban. Por cierto, allí iban los Zafiros a dar recitales, y en una ocasión estuvo Danny Rivera... Entre otras cosas, el Parque se puso fuera de servicio porque empezó a tener problemas de tupición en el alcantarillado. Creo que sería beneficioso recuperarlo...».
Los entrevistados hablan sobre la existencia de un proyecto que comprende un complejo comercial. Para ellos la idea no aporta los valores antes expuestos; por el contrario, solo promueve el consumismo. Además consideran que su rentabilidad no superaría la de un proyecto con la concepción original del parque de las 8 000 taquillas.
Aseguran que en la ejecución del proyecto de rescate, cuentan hasta el momento con el apoyo de instituciones como la Unión Nacional de Arquitectos e Ingenieros de la Construcción de Cuba (UNAICC), la EMPAI No. 8 y, en especial, la del arquitecto de la obra original, Mario Girona.
«Yo vivía cerca del Parque, esa era la suerte porque iba con mis amigas que también tenían niños y los llevábamos a montar en el carretón con chivo que costaba 20 centavos, y en velocípedo y bicicleta. Éramos cuatro madres con sus niños, y a veces nos quedábamos hasta las diez de la noche. Cuando jóvenes noviábamos allí. Así que nuestros hijos son también, de cierta manera, hijos del Parque», refiere Nidia Teresa Herrera, de 65 años, cinco hijos, y vecina de la calle 44.
Por su parte, Ángela Hernández Sotolongo, de 75 años, vecina de la calle 45, barrio Cayo Confites, rememora con cierta nostalgia que la mejor y más sabrosa comida de todo el pueblo se comía en el restaurante del Parque. «Filete de tiburón y de caguama a 1,50 pesos… Mi mamá era lavandera y trabajaba en las taquillas, se llamaba Tomasa Sotolongo. Desde que se llegaba a Varadero se sentía la música de la victrola. Muchas veces bailé con el Benny al ritmo de Santa Isabel de las Lajas... Se los aseguro: el Parque era la vida del pueblo...»
A quienes a lo largo de sus vidas no escatimaron esfuerzos en ser útiles a la sociedad y fundar familias decorosas, les asiste el derecho de solicitar que se rescate una obra que sienten suya. Y mucho más cuando continúan desempeñando papeles clave desde un aula o el Club de los 120.
No hay final más apropiado que las palabras con que Ildelisa Pujol, a nombre de sus compañeros, concluye la misiva enviada a diferentes instancias del país: «La terminación del Parque fue un gesto humanitario que contribuyó al desarrollo social de la comunidad. Estamos dispuestos a aportar nuestros conocimientos y experiencias, y la edad no nos limita para dejar disponible una obra en nuestra ciudad que continúe cultivando valores humanos para las futuras generaciones».