Lecturas
Cuando se habla de verdugos, recordamos siempre a Francisco de Paula Romero, que ya en los años 30 del siglo pasado fue el último de los que ejerció en Cuba el cargo que en un tiempo recibió el pomposo título de ministro ejecutor. Le decían Paula Romero, y se valía del garrote para ejecutar las sentencias.
Hubo otros, y algunos de ellos han sido recordados en esta página por el escribidor, que un buen día se sorprendió al saber que el garrote era itinerante y el verdugo debía abonar una fianza por cada condenado antes de darle muerte. Recuperaba su dinero cuando cumplía su tarea, y lo perdía cuando por alguna razón no la llevaba a cabo, aunque el motivo fuera ajeno a su voluntad, como la muerte del reo.
Un verdugo célebre fue José María Peraza. Ejerció su macabra función en la villa de Trinidad. Fue condenado a morir en la horca en 1767 por haber matado a su mujer a cuchilladas, pero no pudo cumplirse la sentencia, como tampoco la de otro reo, por carecer Trinidad entonces de ministro ejecutor. Se pidió a Santa Clara el que ejercía en esa ciudad, pero el hombre murió durante el viaje. Así, Peraza, a cambio de conservar la vida, se ofreció para desempeñar el cargo de verdugo e inició su rosario de ejecuciones con su propio compañero.
Llegó a adquirir una destreza inusitada en su profesión. Se dice que no era raro que una vez que el sentenciado quedaba colgado de la soga, se le montara a horcajadas en los hombros y le pateara el pecho a fin de acelerarle la muerte. Cierta vez, al realizar esa operación, se partió la cuerda y reo y verdugo quedaron confundidos en un tétrico abrazo, lo que permitió al sentenciado salvar la vida.
José María Peraza recibía 125 pesetas por cada ejecución. Se las tiraban sobre el tablado, y el hombre, luego de recogerlas, daba las gracias al público. Parece que nunca utilizó ese dinero para satisfacer sus necesidades, sino que lo repartía como limosna entre los pobres y ordenaba misas por el alma de sus «clientes».
Tras 20 años en el cargo, Peraza dejó de ser verdugo. Lo nombraron mataperros municipal, labor que realizaba también con gran destreza, evitando sufrimientos inútiles a los animalitos. Envejeció y en sus años finales vivió de la caridad pública. No pocas mujeres llevaban sus limosnas hasta la choza de Peraza, pero ya próximas a la cesta que el sujeto tenía dispuesta para recibir las dádivas, se volvían de espaldas para no ver la cara del verdugo. Peraza murió a los 103 años de edad, en 1847. Había nacido en 1744.
Miguel Tacón, en sus tiempos de Capitán General de la Isla de Cuba (1834-38), regaló al Ayuntamiento de La Habana una vajilla de plata en cuyas piezas iban grabadas las armas de la ciudad. Su costo, en números redondos, fue de 20 000 pesos en oro español.
El valioso obsequio estaba bajo la custodia del Alcalde. Al cesar este en el cargo, entregaba la vajilla a su sucesor mediante un inventario riguroso que se llevaba a cabo en ceremonia solemne. El Marqués de Esteban, último alcalde español que rigió los destinos del municipio habanero, imitó en 1898 el gesto de sus antecesores y la traspasó al alcalde designado por el gobernador militar norteamericano. A partir de ese momento, nada ha vuelto a saberse del regalo del general Tacón.
¿Cayó en el Palacio Presidencial el premio gordo de la Lotería Nacional en tiempos del presidente Alfredo Zayas? Periodistas e incluso historiadores aseguran que así ocurrió. Que dicho mandatario, al que apodaban El Pesetero, ganó el «gordo» al salir premiado el billete 4 444. Es de esas mentiras que de tanto repetirse tienden algunos en convertir en verdad. Cuatro es gato en la charada china. Zayas llegó al poder por el Partido Popular, llamado, por lo raquítico de su membresía, el partido de los cuatro gatos. De ahí arranca la cosa. En verdad, el 4 444 no aparece en la relación de los números premiados entre el 20 de mayo de 1921 y el 20 de mayo de 1925, período durante el que Zayas ocupó el poder.
Reviso La Lista, anuario de la Renta de la Lotería Nacional. Mi ejemplar fue editado en 1956, y como curiosidad incluye la relación de números agraciados con el primero, segundo y tercer premios de la Lotería hasta 1955. Casi todas las cifras distinguidas son de cinco dígitos. Pocas tienen cuatro y muy pocas, poquísimas, son de tres. Las de dos dígitos son excepcionales.
Setenta fue el número premiado con el «gordo» en el sorteo del 31 de diciembre de 1921. En noviembre de 1920 hubo tres sorteos suspendidos. La Lotería se reanudó en Cuba bajo la presidencia del mayor general José Miguel Gómez. En el primer sorteo de esa etapa, 10 de septiembre de 1909, el número premiado fue el 10 967.
Seis charadas se «tiraban» en Cuba hasta 1959. A la china, que parece ser la más extendida, se sumaban la india, la americana, la cubana, la hindú y otra más que llevaba el nombre de Matanzas. Los números diferían de una a otra. Uno es caballo en la china y también en la hindú. Es sol en la india, y camello en la americana, tintero en la cubana y pescado chico en Matanzas. Cuatro es, como ya se dijo, gato en la china, pero es soldado en la india y vela en la americana, llave en la cubana y militar en la hindú, en tanto que es pavo real en Matanzas. En la cubana, 45 es presidente y también José Miguel, y 88 es espejuelos y también Miguel Mariano. Son los únicos mandatarios representados.
La Lista trae las seis charadas y el significado de los cien números que conforman cada una de ellas. De manera especial inserta el significado de cada uno de los números de la charada china. Así, 24 no es solo paloma. Es también música, carpintero, cocina y pescado grande. El 28 es chivo, y también bandera, político, uvas y perro chico, en tanto que 62 es matrimonio y además nieve, visión, academia y carretilla.
Completan este cuaderno los meses en que salieron cada uno de los números, y versos que marcaron hitos memorables en su devenir y el número que les correspondió, como aquel de «Un candelón que nadie lo apaga», y tiraron el cuatro. O aquel otro de «Un sabio que no adivina» y salió el 22, sapo.
Antes de 1959 funcionaban en La Habana 19 estaciones de la Policía Nacional, que tenía su jefatura en la calle Cuba, esquina a Chacón. La Policía Judicial tenía su sede en el antiguo colegio de Belén; la Policía Marítima, en el muelle de Santa Clara; y la Secreta, en Reina y Escobar. Había una Policía Jurada en el Mercado Único. El cuartel maestre radicaba en Salud y Aramburu, donde se localizaba asimismo la Sexta Estación. El hospital de ese cuerpo represivo estaba en Oquendo y Estrella, y el Departamento de Tránsito, frente a la plazoleta de Agua Dulce.
En Cuba y Chacón funcionaba también la Primera Estación, mientras que el Buró de Investigaciones se ubicaba en 23 esquina a 32. Numerosos jóvenes antibatistianos fueron torturados y asesinados en ese castillejo de cercas exteriores electrificadas, según se decía. Fue demolido poco después del triunfo de la Revolución, cuando dejaron de funcionar estaciones como la Quinta, en Belascoaín y Figuras, predio predilecto del tenebroso teniente coronel Esteban Ventura Novo. Las estaciones de policía tipo castillitos fueron edificadas por orden del coronel José Eleuterio Pedraza, en sus días de jefe del cuerpo.
No había entonces tantos ministerios como hoy. Casi todas esas dependencias del Gobierno se ubicaban entonces en La Habana Vieja. Comercio, en Teniente Rey y Mercaderes. Educación, en Muralla y Oficios. Salubridad, en Belascoaín y Estrella. Trabajo, en Monte y Egido, y Estado, en Capdevila número 6. Gobernación (Interior) en el viejo colegio de Belén. Justicia, en Belascoaín y Desagüe. Hacienda, en Obispo y Cuba. Obras Públicas, en Cuba y Sol, y un ya inexistente Ministerio de Defensa Nacional, en Monserrate y Empedrado. Agricultura ocupaba el edificio del actual Ministerio del Trabajo, en la Rampa habanera, y Comunicaciones, radicaba donde mismo radica hoy, en el entones recién estrenado Palacio de las Comunicaciones, en la Plaza Cívica, hoy Plaza de la Revolución.