Lecturas
En Isla de Pinos, a comienzos del siglo XX, resultaba muy fácil para los pineros reconocer a los caimaneros entre los extranjeros residentes en aquel territorio. La cosa se complicaba con los asiáticos y con gente de otras nacionalidades, pues a los japoneses les llamaban chinos, y los canadienses y europeos allí asentados eran para ellos, de manera invariable, americanos. De ahí la dificultad del historiador Juan Colina La Rosa para precisar la existencia de una colonia formada por más de cincuenta familias provenientes de Canadá que en aquella fecha llegaron a la isla en busca de fortuna. Se les tenía como estadounidenses y a William Joseph Mills, el más conspicuo de sus personajes, como a uno de los más grandes inversionistas de Estados Unidos en la zona. Pues no. En verdad William Joseph Mills nació en Bingranton, Ontario, Canadá, y en Isla de Pinos, donde falleció, pasó los últimos cuarenta años de su vida. Era el propietario y presidente de la Isle of Pines Steamship Company, la línea naviera que conectaba a Nueva Gerona con el Surgidero de Batabanó, empresa que sus descendientes perdieron en 1955, cuando, presionados por el gobierno de Batista, fueron obligados a venderla. Encontré estos datos en un viejo número del año 2004 de la revista pinera Carapachibey y no quiero dejar pasar la ocasión para compartirlos con los lectores de esta página.
Casa junto al ríoMills llegó a Cuba, con toda su familia, en 1901. Tenía entonces 42 años de edad y hacía mucho que se hallaba fuera de su país. En Siracusa, Nueva York, había contraído matrimonio, en 1889, con Anne Benneth Tomlinso, y nacieron sus tres hijos, entre ellos Robert Davis, el primogénito, que a su muerte lo sucedería como cabeza de la empresa de vapores.
Al arribar a Isla de Pinos, Mills construyó de inmediato una casa de madera para vivienda, al estilo de las existentes en su país natal, al lado del río Callejón, cerca del poblado de Santa Bárbara. Allí residiría hasta el final de su vida, dice Colina La Rosa y añade que su compañía fue una de las empresas más importantes del territorio, pues dominaba completamente el tráfico marítimo hacia y desde la Isla Grande. Conformaban la flota el barco Protector, arrendado a sus propietarios y que prestaba servicios desde el siglo XIX; el James J. Cambell, que se movía por una propela de rueda situada en uno de sus laterales, y además el Veguero, el Isla y el Cuba, hasta que a partir de 1905 el Cristóbal Colón fue el buque insignia de la compañía. En estos, advierte Colina La Rosa, se trasladaron a Isla de Pinos muchos de los primeros colonos norteamericanos. Cinco pesos era el precio del pasaje de segunda clase en esas embarcaciones, y no incluía servicio de comida a bordo. El de primera, que sí la llevaba incluida, tenía un valor de siete pesos con sesenta centavos.
El ciclón del 26El ciclón del 20 de octubre de 1926 fue terrible para La Habana. Es asimismo la más grande tragedia natural sufrida por Isla de Pinos. La atravesó de sur a norte con vientos sostenidos de más de 200 kilómetros por hora y arrasó todas las edificaciones y los sembrados que encontró a su paso. Los barcos de Mills no corrieron mejor suerte.
Tanto fue el estrago que funcionarios de la embajada británica en La Habana visitaron el territorio pinero a fin de inquirir sobre el destino de la colonia canadiense allí asentada. Eran entonces unas 55 familias, casi todos cosechadores de toronja; granjeros en su mayoría procedentes de Ontario y el medio oeste canadiense, aunque también había en el grupo pensionados del ejército. Cada una de esas familias era dueña de la tierra que cultivaba, o al menos de una parte de esta. «Muy trabajadores, diligentes y de buen carácter», constataron los funcionarios británicos en su visita.
El historiador Colina La Rosa cita en su artículo para la revista Carapachibey parte del informe que elaboraron los diplomáticos:
«... todos los asentamientos humanos en mayor o menor medida fueron destruidos. El puerto de Nueva Gerona está en ruina. Los árboles han sido derribados, ocho o diez barcos están completamente destruidos, la mayoría de los edificios han quedado en los cimientos y muchos de aquellos que no fueron derribados han sufrido daños tan severos que son virtualmente inhabitables».
También en otras localidades eran evidentes los estragos. «La villa de Santa Bárbara, en la cual vive un gran por ciento de los canadienses, ha quedado en la cimentación de las casas y las condiciones en Santa Fe son peores... Ni siquiera el diez por ciento de las viviendas de los plantadores que entrevisté puede ser reparada».
Las pérdidas resultaron también cuantiosas para Mills. Las aguas del río Las Casas salieron de su cauce y la fuerza del viento convirtió en amasijos algunos de sus barcos y a otros se los llevó muy lejos de la orilla. Pero el empresario supo sobreponerse a las dificultades y se las arregló para mantener el monopolio de la transportación marítima.
¿Va para Cuba?La motonave El Pinero fue, de todas, la más importante de las embarcaciones de la compañía de Mills. Está inscrita en la historia. Y también en el imaginario del cubano. Todos en algún momento hemos oído hablar de esta mítica embarcación que conectaba dos territorios del archipiélago, muy cerca y, sin embargo, muy distantes antes de 1959.
Porque hasta esa fecha para los gobiernos cubanos Isla de Pinos era un lugar olvidado, y los pineros, con razón, veían el resto del territorio nacional como una tierra extraña, que parecía ser la metrópoli de una humilde colonia donde la atención oficial se concentraba en el Reclusorio Nacional para Hombres, el llamado Presidio Modelo, y en los soldados y clases del Ejército y la Marina de Guerra que, castigados, eran enviados allí a prestar servicio. De ahí la pregunta que formulaban entonces los pineros cuando veían que alguien se disponía a tomar el barco rumbo a Batabanó. «¿Va para Cuba?».
Se dice que Isla de Pinos es la Isla del Tesoro inmortalizada por Robert L. Stevenson en su célebre novela. Los oficiales ingleses que la inspeccionaron cuando sus tropas se apoderaron de La Habana, en 1762, la valoraron como la «joyita de los mares del sur». Los extranjeros la consideraron un buen negocio. Eran los dueños del dinero, la tierra y las mejores plantaciones citrícolas, en las que los cubanos laboraban en calidad de jornaleros. El millonario Hedges, propietario de la textilera Ariguanabo, adquirió allí, después de 1940, unos 70 000 acres (alrededor de 28 000 hectáreas) en la costa sur, y propietarios norteamericanos rodeaban la famosa playa de Bibijagua, de arenas negras, e impedían la entrada a ese sitio de excepcional belleza. Hasta 1945 solo dos presidentes cubanos visitaron el territorio. Grau, que lo hizo en esa misma fecha, y Machado, veinte años antes, para dejarle la herencia maldita del Presidio. Batista, aficionado a la pesquería, se construyó allí una casa de descanso, y lo mismo hicieron algunos funcionarios de su gobierno. En esa época el comandante Capote Fiallo se llenaba la boca para decir que él mandaba en la isla más que Batista en Cuba. Y no le faltaba razón, ya que era, al mismo tiempo, director del Reclusorio, jefe del Escuadrón 43 de la Guardia Rural, delegado de los ministros de Gobernación y Obras Públicas y alcalde de facto, cargos que le permitieron acumular propiedades valoradas en tres millones de pesos.
Pero hablábamos de El Pinero. Mills lo adquirió, por 119 000 pesos, en 1926 y rebautizó con ese nombre a aquella motonave de acero construida en Filadelfia, en 1901, y que hasta entonces se llamó Vapor Nuevo. Tenía 51 metros de eslora.
GolpesAfirma Juan Colina La Rosa que el muelle de la compañía radicaba en las márgenes del río Las Casas, pero que sus embarcaciones se hacían visibles en cualquiera de los puertos pineros. Entre 1931 y 1940 Mills obtuvo ganancias superiores a los 129 000 pesos.
En 1934 la quiebra del National Bank & Trust Company repercutió en los propietarios y comerciantes radicados en la isla. Era el antiguo Isle of Pines Bank, fundado en 1905 y que había cambiado de nombre en 1912. El viejo Mills había estado muy vinculado a esa entidad y ya para entonces también lo estaba su hijo Robert Davis, nombrado por el Juzgado de Instrucción y Primera Instancia local en el cargo de Comisionado para conocer y determinar todo lo concerniente al estado financiero del National Bank, que confrontaba problemas desde mucho antes.
Desde su fundación aquel banco, actuando en calidad de representante legal de Mills, había sido el encargado de comprar los barcos para la compañía, y su quiebra fue un golpe que estremeció a la empresa. Ya para entonces Mills tenía 75 años de edad y aunque se mantenía como administrador y tesorero de su naviera, delegaba cada día más las decisiones del negocio en su hijo mayor. No le quedaba mucho tiempo de vida. Falleció en 1939, de un ataque al corazón, incapaz de sobreponerse a la muerte de su esposa, ocurrida un año antes.
Robert Davis asumió entonces plenamente la dirección de la empresa. En 1944 adquirió para esta una nueva embarcación, a la que dio el nombre de su padre.
Llegaron así los años 50. Tras el golpe de Estado de 1952, algunos hombres de negocio y figuras del gobierno batistiano, incluido el propio Batista, se «giraron» hacia Isla de Pinos. No solo construyeron allí casas de veraneo, sino que invirtieron en tierras, impulsaron la zona franca, movieron el turismo y proyectaron alguna que otra industria, como una gran fábrica de cigarrillos que se quedó en los planes. Fue entonces que, entre otras instalaciones hoteleras, se edificó el Colony, que se inauguró en la noche del 31 de diciembre de 1958...
Esos peces grandes terminaron por comerse al chico. Robert Davis Mills no pudo soportar las presiones a que lo sometieron y se vio obligado a vender la Isle of Pines Steamship Company al ganadero y comerciante Francisco Cajigas y al cigarrero Ramón Rodríguez, propietario de la marca de cigarrillos Partagás.
Lamentablemente, el historiador Juan Colina La Rosa no consigna en su artículo para la revista Carapachibey, qué se hizo de él. Imaginamos que una vez perdidos sus negocios abandonara Isla de Pinos, la tierra en la que hasta entonces había pasado casi toda su vida.