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«Esta es una sustancial suma de dinero que ellos han puesto sobre la mesa». Podemos imaginar la cara de satisfacción con que Joseph Benkert, subsecretario asistente de Defensa para los asuntos de seguridad global de Estados Unidos, acompañó esta declaración, hecha al periódico USA Today. El negocio es redondo y hasta promete ser renovable. En definitiva, en una guerra, además de gastarse vidas, se derrochan armas, ...y almas también.
Soldados de un ejército al servicio de la ocupación reciben sus nuevas armas en la base estadounidense de Taji. Foto: AP Resulta que Iraq se ha convertido en uno de los mayores clientes del armamento estadounidense, porque —como era de suponer— está sustituyendo los pertrechos adquiridos en el otrora bloque soviético por equipos de la industria bélica de los ocupantes, «más costosos pero más sofisticados», argumentaba el reporte del diario, ejemplificando con los carros Humvee, las carabinas M-4, los fusiles M-16, algunas aeronaves ligeras y helicópteros modernizados.
Al pozo insondable del despilfarro están tirando una cantidad nada despreciable, sobre todo para un país donde la destrucción provocada por la guerra hace escasos o insuficientes servicios básicos como la energía eléctrica, el agua potable, la higiene ambiental, los cuidados médicos, el sistema educacional o la seguridad en las calles.
Iraq se desangra; sin embargo, desde diciembre de 2006 hasta mayo ha «invertido» 3 000 millones de dólares en esas inmorales adquisiciones. El negocio —torpe, inconveniente, aunque lucrativo— es lo único que importa.
De dónde pagará el gobierno de Nuri al-Maliki. En la misma publicación está la respuesta cuando comenta que en enero, el vocero del ministerio del petróleo, dijo que Iraq estaba exportando 1.9 millones de barriles diarios y podía producir más al final de 2008. Una simple cuenta, cuando el barril del crudo acaba de llegar al precio récord de 134 dólares, explica el financiamiento.
Y lo que pudiera ser una bonanza para los iraquíes, será también ganancias de los buitres extranjeros o sus congéneres del patio mesopotámico.
Justo este martes, la agencia IPS publicaba un artículo sobre los sueños de ese pueblo, y dice que luego de más de cinco años de ocupación, ya no miran al futuro. Es que están centrados en las sencillas, pero vitales necesidades del día a día: ducharse, tener electricidad las 24 horas, «poder viajar libre y con seguridad por mí país», «un patio donde jugar con mis amiguitos, libremente y en cualquier momento»...
Tener trabajo es el sueño para entre el 40 y el 70 por ciento de la población que está desempleada; mientras los maestros se imaginan de nuevo en el «Iraq que fue uno de los países donde se prestaba mayor atención a la educación»; «yo espero poder trabajar de nuevo en mi granja, y tener agua para irrigar la tierra», dice un campesino.
Un sueño de los comentados por IPS, quizá los resumió a todos: «La ocupación es la fuente de todos los problemas de nuestro pueblo. Sueño con el fin de la ocupación —no más arrestos, no más prisión para la gente común y pobre, y no más sufrimiento».
Conmueve la realidad de estos sueños, y cuando los unimos a la decisión de emplear 3 000 millones de dólares para comprar más armas, al raciocinio solo le queda una opción: condenar lo perverso, siniestro y retorcido de esa compra-venta obscena.