Acuse de recibo
Verano y vacaciones desatan el sonido de la alegría, pero nadie debía excederse en horarios y decibeles torturantes en zonas residenciales. El derecho al solaz y divertimento de unos debía terminar donde comienza el derecho a la paz de los otros.
Néstor Madruga Sosa denuncia desde Camilo Cienfuegos 14, Yaguajay, la desmesura sonora del centro recreativo Pista Tres Palmas de esa localidad espirituana en su programa estival, organizado por el Gobierno municipal, las instituciones culturales, así como Comercio y Gastronomía. Desde el viernes 29 de julio comenzó la programación con discotecas itinerantes, dice, «regando decibeles a diestra y siniestra sin control alguno». Tal situación, apunta, se agudiza los domingos, con ferias agropecuarias aderezadas con cerveza de pipa. Y para amenizar las mismas, hay música desde las 7:30 a.m. El domingo 8 de julio comenzó la discoteca a las 7:30 a.m hasta las 12:34 de la madrugada.
«Sin parar un solo minuto en todo el día. La feria concluye a las 12:30 a.m. más o menos, y los pocos jóvenes que acudieron al lugar lo hicieron a partir de las 10:30 p.m. O sea, que la fiesta entre comillas fue para los vecinos más cercanos», señala; y añade que cuando ese lugar funcionaba con la opción de arrendamiento las actividades estaban mejor organizadas y los horarios más controlados.
Refiere que el 9 de julio fue a la Dirección Municipal de Cultura a plantear su queja, para hacer más agradable la estancia de los vecinos de Tres Palmas sin interferir la diversión. «Y quienes me atendieron prácticamente no entienden mi posición; una funcionaria me dijo que son orientaciones del Gobierno y de la Comisión de Recreación… que necesariamente estoy obligado a la afectación por ruido».
Al propio tiempo, Néstor plantea que «la recreación y el esparcimiento no pueden limitarse solamente al ruido, la música alta con letras vulgares y obscenas y la pipa de cerveza; búsquense alternativas sanas de recreación, encuéntrese un punto de inflexión desde el cual se pueda cambiar el estado actual de cosas que en este tema empañan los logros culturales y recreativos alcanzados en casi 60 años de Revolución; déjese atrás el doble lenguaje: el público, de luchar contra el ruido y la indisciplina social, y el privado, facilista por demás, de dejar hacer y dejar pasar».
Defendiendo sus derechos
Aunque el ruido excesivo es pan diario en Cuba, y muchos crean que ya no tiene solución, hoy Frank Fernández Castañeda narra una curiosa historia desde Onelio Hernández 316, entre Chicho Torres y Benavides, en la ciudad de Ciego de Ávila: «Hace varios meses fui víctima de ese mal, ante el cual no me rendí y lo enfrenté sin temor», precisa.
Afirma que vive en el límite justo de un Consejo Popular, y solo una calle ancha de cuatro sendas lo separa de otra circunscripción, en la que el nuevo delegado decidió crear, viernes, sábados y domingos, una especie de fiesta popular con dos o tres carpas ofertando bebidas alcohólicas, un termo de cerveza, algunos equipos de recreación infantil, alimentos ligeros y el plato fuerte: «un enorme equipo con muchas bocinas ubicado a menos de 50 metros de la casa, y unos decibeles que ni el televisor al máximo se podía oír, siempre acabando entre las dos y las tres de la madrugada; algunos días llegaron a hasta 16 horas continuas de música».
Según ese delegado, dice Frank, se hizo «con el fin de recaudar para el Presupuesto del Gobierno Municipal y combatir el estrés divirtiendo al pueblo». Imagínese, subraya el remitente, en qué se convirtieron nuestras vidas: estrés, hipertensión, mal dormir…
Frank, junto a otros vecinos, se lanzaron a defender sus derechos. Y apoyados por su delegado de circunscripción, quien además es presidente del Consejo Popular Centro, hicieron denuncias personales y colectivas ante el Gobierno y el Partido.
«Yo fui muy bien atendido en ambas instancias, refiere. Y nuestro delegado sostuvo encuentros en el Gobierno y con el delegado promotor de esas fiestas. Todo ello trajo que se enviaran comisiones. Y posteriormente se decidió cancelar esas actividades. Por eso no nos podemos rendir ante las indisciplinas; si entonces nos hubiéramos conformado o quedado con temor a defender nuestros derechos, como algunos sugirieron tratando de que dejáramos las cosas como estaban, aún estaríamos sufriendo», concluye Frank.