Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un baño en París

Autor:

JAPE

Yo también estuve en París. Hace algunos años visité esa hermosa ciudad y no he vuelto a ver nada igual, porque no he regresado a París. Fue exactamente 30 años atrás. Desanduve sus calles, visité sus museos, me hice fotos junto a la Torre Eiffel, el Arco de Triunfo, la Estatua de la Libertad (la original), caminé por la ribera del Sena, y navegué sobre sus aguas. No me bañé porque entonces estaba prohibido hacerlo. Me refiero a bañarse en el río. En la ducha era puramente de tu elección teniendo en cuenta que había solo ocho grados de temperatura.

Cuando estuve en París no sabía que tres décadas después, en esa misma ciudad, tendría lugar una olimpiada. Si lo hubiera sabido me hubiera quedado, a esperar, y así me ahorraba tiempo y dinero, porque el precio de los pasajes y el problema del transporte, están intratables. Aunque se comenta que todos los humanos pronto podremos viajar a cualquier parte del mundo, y a las galaxias, sin tanta complicación, con tu mensualidad, como turista y sin ser funcionario de alto cargo público. Lo vi en un filme de ciencia ficción en el espacio de la película del sábado.

Igual puedo decirles que viendo las imágenes que nos llegan en la transmisión televisiva (que, dicho sea de paso, agradecemos un montón), creo que no me he perdido nada, pues veo que todo está igualito que en 1994. La esbelta Torre sigue en su sitio, quizá más iluminada porque seguro les sobraron algunos mega watts este mes. Sigue lloviendo constantemente. No hay edificaciones nuevas de gran altura, ni siquiera en la Vingt troisième Avenue; y la Mona Lisa aún nos aguarda en el Louvre, con su eterna sonrisa. Al parecer los Minions la devolvieron después de la inauguración. Lo único que sí noté diferente fueron las aguas del río Sena. No porque lo hayan drenado y ahora te puedas bañar con confianza, y con las autoridades francesas, sino porque, como ya lo señaló Heráclito de Éfeso en su momento: «No puedes entrar en el mismo río dos veces».

Guardo muchos recuerdos de mi visita a la capital francesa, tan perdurables que todavía los conservo en la memoria: en la USB y en los recuerdos, y por más que intento una y otra vez, termino asumiendo que eso de que recordar es volver a vivir es una falacia; sobre todo cuando traigo a mi mente el restaurante donde comíamos.

Pero ya que estamos hablando de baños, les contaré una de esas anécdotas que persiguen a los cubanos y se tornan inolvidables.

Nos reunimos un grupo de compatriotas, al igual que yo, de visita en París, y tras pedir permiso e indicaciones a nuestros guías, nos dirigimos hacia las Tati: cadena de tiendas famosas por sus generosas ofertas y bajos precios. En el camino nos encontramos con un baño público que anunciaba que por solo cinco francos (aún no existía el euro) te permitían «evacuar» tus más apremiantes necesidades fisiológicas con higiene y seguridad garantizadas. No había nadie con un platico y pedacitos de papel sanitario en la puerta, así que comprendimos que funcionaba de manera automática: Depositabas la moneda en la ranura, se abría la puerta y podías entrar y disfrutar del servicio.

Éramos varios los que queríamos pasar al baño y a alguien, cuyo nombre no diré porque pudo ser cualquiera del grupo (casi todos los nacidos en la Mayor de las Antillas llevamos un pequeño «pillo» en el ADN) se le ocurrió que, con solo abonar el costo en una ocasión, más de uno podría hacer uso del baño si no dejábamos cerrar la puerta. Así fue. Las damas primero y los caballeros después, incluso aquellos que no tenían deseos al principio se embullaron, pues ahora sería gratuito. Cuando el último entró, liberamos la puerta. Nadie imaginó que una vez cerrado el cubículo, adentro comenzarían a salir chorros de aguas con diversos colorantes para descargar e higienizar la toilette antes de que el colega pudiera salir. Luego de que echamos otra moneda, la puerta liberó el cerrojo y nuestro amigo salió colorido y perfumado, listo para exprimir y tender.

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