Amantes furtivos Autor: Adán Publicado: 14/09/2019 | 06:18 pm
Lázaro Alejandro acudía al Coloso del Cerro luego de varias temporadas sin acercase siquiera a los alrededores desde que su equipo perdió aquel importante juego de play off frente a Industriales. Sí, así mismo: Industriales no era su equipo preferido. Eso pasa muy a menudo en una ciudad tan cosmopolita. Le gustaba ver a los azules jugar, pero él apoyaba a otro equipo que esa tarde enfrentaba a los pupilos de la capital.
Más que el encuentro en sí, le hacía ilusión estar nuevamente en las gradas del Latinoamericano, donde tantas veces había vivido momentos de alegría y otros de no tanta satisfacción. El comienzo de la Serie Nacional era la comidilla en las reuniones de amigos: los equipos, los mánager, los peloteros que jugaron en otras ligas de la región y se incorporaban a nuestro torneo élite… Le parecía muy justo: «Menos mal que aceptaron el regreso de estos muchachos que son cubanos y juegan bien al béisbol», pensó.
Quería ver con sus propios ojos el estado físico del estadio. Desde hace meses (incluso años) se hacían más severos los comentarios sobre el techado de la instalación. Más de la mitad aún no tenía protección contra el sol y la lluvia. «El Latino era uno de los pocos lugares donde era difícil salir por el techo». Sonrió con su propio chiste y luego fue magnánimo: «Menos mal que no tiene techo; eso obliga a venir con sombrillas y hace más colorido el espectáculo», pensó, un poco imaginativo.
Respiró profundo y se sintió feliz. Regresar a la algarabía, la incesante conga, los gritos ocurrentes y a veces obscenos de la multitud contra umpires y jugadores le hacían recordar viejos tiempos y grandes peloteros. Es cierto que ya no había tanto público, ni tanta algarabía… Los gritos obscenos sí se mantenían. «Menos mal, porque esa explosión fanática ya era parte de la idiosincrasia y del acervo cultural», pensó, sin quedar muy convencido.
Volver al estadio también le traía paz y calma a sí mismo. Serían menos las discusiones por el panda. No era una mascota, se trataba del único televisor de casa, que era el detonante de frecuentes discusiones entre él y su esposa cuando coincidían telenovela y pelota. «Menos mal, porque ahora ya ella puede ver las 40 telenovelas que ponen al día sin tener que ir a casa de las vecinas. Ahora pelearemos menos», se dijo, esperanzado.
La mayor novedad que lo trajo de vuelta al estadio era la pantalla gigante. Todos hablaban de ella, el tamaño, la información, la interrelación con el público. Con esta creación tecnológica Cuba se ubicaba entre los tres últimos países en tener pantalla de esta dimensión en América Latina, y el primero comparado con los países bajos y algunos europeos donde no se practica béisbol. Sonrió satisfecho y en ese preciso instante se reflejó en la superpantalla el kiss cam, o sea, el beso en cámara. Algunas parejas esperaban a que las cámaras las tomaran para ejercer su turno al ósculo. De pronto Lázaro Alejandro descubre, entre los amantes, el rostro de su amigo Yury, uno de los que más hablaba de sus visitas al estadio. «¡Mira a Yury!», gritó sin poder contenerse. Su excitación se apagó de golpe al descubrir quién acompañaba a su amigo: «¡Esa es Gloria, mi mujer!», dijo con menos efusión. Volvió a gritar: «¡Yury, Gloria!», como si ellos pudieran escucharlo al otro lado del graderío. «Menos mal que este juego no lo están televisando», pensó un poco más tranquilo.