La exposición Huella eterna abrió al público el 16 de noviembre en el Museo de Arte Colonial, de la capital Autor: Juan Pablo Carreras Publicado: 21/11/2017 | 09:20 am
HOLGUÍN.- Parece como si Jorge Luis Betancourt Sánchez tuviese una apuesta contra el tiempo. Colgados en diversas paredes de su casa, los relojes a péndulo (de años diferentes) marcan la hora como el primer día de creados; y desde el comedor puede escucharse la voz de Caruso, cobrando vida en uno de los artefactos antiguos que él mismo ha rescatado del polvo y el desuso.
Estos eran días de mucha mayor agitación que la habitual y la casa situada en Martí 185, una conjunción de meticulosidad y premura. 17 piezas se embalaban cuidadosamente para que todo el proceso de restauración no fuese en vano y llegaran a La Habana «a salvo» de golpes y roturas.
Jorge Luis se sentía «entre la espada y el tiempo» cuando restaba muy poco para la apertura de su exposición Huella eterna, que abrió al público el 16 de noviembre en el Museo de Arte Colonial, de la capital.
La «expo» está dedicada a la fundación de la Villa de San Cristóbal de La Habana y toma como pretexto, además, la recordación del aniversario 140 de que Thomas Alva Edison creara el fonógrafo, primer aparato en el mundo que grababa y reproducía sonido.
«Las piezas cuentan, en un orden secuencial, la historia de este tipo de artefactos, desde los fonógrafos Edison, la amberola, el gramófono y las primeras victrolas. De estas últimas, llevo una muestra de la Víctor I hasta la última ortofónica, que fue la portátil VV-255, construida en 1929.
«El público podrá verlas funcionando a todas porque llevo grabaciones antiguas de los grandes tenores de principios del siglo XX, tanto en registros planos como en cilindro para los fonógrafos», explica a JR quien ha dedicado su vida a rescatar objetos que conforman la historia, no solo de Holguín, sino de toda la nación.
Entre ellos destacan los escudos perdidos del altar mayor de la Catedral de La Habana; la tumba del gobernador de Holguín, Don Juan Nepomuceno Huerta Arostegui; y la pistola del Comandante rebelde Eddy Suñol.
Foto: Juan Pablo Carreras
Aunque todo parece indicar que este artista de la restauración nació para devolverle la vida a los objetos que la gente «tira a la basura», olvida en un rincón o remodela para usos tan disímiles como mesas y zapateras, lo que Jorge Luis realmente estudió fue música. Por eso, no podía ser otra la primera interrogante.
—Si eras músico y lo disfrutabas, ¿por qué decidiste «colgar el violín»?
—En Holguín hay muchos violinistas. Sin embargo, en la restauración fui el único que trabajó desde niño todas las direcciones. Comencé con la imaginería religiosa. Años después, al Fondo Cubano de Bienes Culturales le agregaron en su objeto social la restauración de antigüedades, y entendí que allí era más útil. Era difícil tocar en «el Mariachi» y atender este proyecto a la vez, así que me decidí por la restauración, que me apasiona más.
—Pero si lo que estudió fue música, ¿cómo se convirtió en restaurador profesional?
—Desde niño me llamó la atención todo lo relacionado con el patrimonio. Cuando salía de la Secundaria me iba para el museo provincial La Periquera a limpiar piezas oxidadas. Lo primero que restauré fue una bandeja de hierro de un ingenio, y luego un farol colonial. Pasaron los años y siempre me mantuve relacionado con esa institución.
«A partir de 1997, realicé mis viajes al Gabinete de La Habana para canalizar todas mis inquietudes. Allí adquirí mucho conocimiento, aunque para hacer este trabajo también hace falta un don natural. Por ejemplo, he desarmado un artillero que nunca había visto, ni nadie me ha explicado cómo funciona».
—Entonces, ¿cómo lo hace?
—Es una intuición, una gracia natural que uno tiene. Ningún mecanismo se parece a otro y yo restauro cualquier tipo de reloj antiguo; pero un Ansonia no es igual que un Watherbury, o que un New Haven. Los relojes norteamericanos difieren completamente de los alemanes y a todos los restauro con largas garantías, pues los preparo para los hoteles y los museos. Igual, el mecanismo de una victrola o de una caja de música antigua no tiene nada que ver con el de los relojes, pero los arreglo con buenos resultados. Salvé también un antiguo órgano a cilindro Le Parisien.
—Pero debes tener alguna metodología para abrir los objetos…
—Solo basta con mirarlos y analizarlos bien, siempre que uno domine los principios de funcionamiento de los mecanismos antiguos. En base a eso aplico el desarme, la limpieza y corrección de desgaste, hasta dejarlo como nuevo.
—Mas, conocer los artilugios antiguos lleva un tiempo...
—Imagínate que llevo más de 35 años desarmando, limpiando y recuperando cada mecanismo que cae en mis manos.
—No obstante, imagino que también haya roto alguno...
—Si supieras que como tengo una gran paciencia para desarmar, no ha ocurrido el caso. Para mí, no hay reloj a péndulo o victrola sin arreglo.
—¿Y cuánto tiempo dedica en un día a reparar alguna pieza?
—Todo el que dispongo se lo dedico a una pieza. A veces voy alternando el tiempo entre un objeto que tenga para una exposición, con otro que me solicite el Fondo de Bienes Culturales, donde trabajo. Son días enteros, hasta la una o dos de la madrugada. La restauración necesita de una paciencia asiática, y apenas descanso los domingos.
—Con tanto trabajo, ¿no tendrá que restaurar el amor de vez en vez?
—No, porque mi esposa es mi mano derecha. Ella trabaja a la par conmigo. Me ayuda mucho porque es muy buena en el tapizado, restauración de rejillas, decapado de muebles y en la preparación de los pigmentos para lograr el color original.
—¿Cómo resuelves los materiales que necesitas?
—Las victrolas llegan con la cuerda rota, sin brazo o diafragma. En el campo siempre aparece alguna pieza. Así he logrado comprar muchos mecanismos oxidados. De esa forma encontré un cajón de victrola que se usaba como zapatera; se trataba del modelo 4-3, de la ortofónica de 1925. «Asimismo, recogí un cajón que usaban en un garage para guardar tornillos. También compro armarios viejos, uso las maderas de pianos o escritorios que ya no se pueden salvar. Si las victrolas tienen una historia, la madera con la cual las restauro también tiene la suya».
—¿Y en cuánto vendería una?
—Por nada del mundo. Esa es una pregunta que siempre me hiere. A veces estoy muy emocionado explicándole al público la historia de estos artilugios y me duele que salte alguien preguntando en cuánto vendería una pieza a un extranjero. Mi vida son las victrolas y mi sueño es fundar la Casa de la Victrola, donde puedan asistir los estudiantes de canto del Instituto Superior de Arte y aprovechen los más de mil registros que tengo de grabaciones antiguas de Caruso, Tito Schipa, Lily Pons o Lucrecia Bori. Por suerte, ese proyecto ya está encaminado y espero que muy pronto los holguineros puedan apreciar estos artilugios cada vez que quieran.
No hace mucho, Jorge Luis culminó una de las labores más amplias y meticulosas que se haya impuesto en tiempo récord: la restauración del Museo Municipal de Gibara y el de Artes decorativas, de esa localidad costera, los cuales llevaban 10 años cerrados al público.
«En enero comencé el proceso de restauración de todas las piezas museables, excepto pintura y escultura. Es decir, lámparas, escritorios, muebles antiguos, una nevera, candelabros, apliques, la colección de relojes antiguos, un cañón, un farol de los alfabetizadores, la máquina de coser en la cual se hicieron los brazaletes del movimiento 26 de julio en Gibara», explica con orgullo.
—¿Y existe algún proyecto que no hayas podido materializar?
—Quisiera devolverle a Gibara la vida de su reloj público, pero es un poco complejo porque hay piezas gigantes que se deben mandar a hacer en la fábrica KTP, y engranes por restablecer. Debe alquilarse una grúa para bajar ese mecanismo por la torre de la iglesia, y para renovar el cristal de la esfera de 20 mm de grosor, hay que encargarlo en La Habana. Todo eso lleva un presupuesto, mas he conversado sobre el tema y creo que este otro sueño mío podría hacerse realidad.