La emblemática compañía La Candelaria, de Colombia, propuso la pieza Camilo. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 06:32 pm
El evento escénico que Casa de las Américas auspicia bienalmente proponiendo una vitrina del teatro latinoamericano que se hace en este minuto, propició dos semanas en contacto con exponentes representativos de su quehacer más avanzado tanto estética como ideológicamente.
Resulta gratificante, más allá de tendencias y cualidades, en medio de un mundo cada vez más polarizado y carcomido (como nunca) por abismales diferencias de clase, toparse con artistas y obras que persisten en realizar un teatro de resistencia, que no renuncia, pese a todo, al hallazgo de la vieja y cada vez más amenazada Utopía.
Dedicado al teatro de grupo, varios colectivos del patio y de otros sitios del área presentaron durante las jornadas de este Mayo Teatral motivadoras obras.
La Candelaria, veterano de Colombia a cuyos 50 años rindió homenaje el evento, propuso Camilo, en torno al sacerdote devenido guerrillero que encontró en la lucha armada la mejor manera de conciliar su fe con una praxis social inaplazable en las circunstancias en las que se desarrolló.
Mixta en todo sentido (intergeneracional, poligenérica, multiestética…) la puesta echa mano a varios recursos con el fin de generar cuadros evocadores de la vida y obra del religioso militante, más que ordenar una sucesión biográfica de hechos. Con la sapiencia de tantas décadas e infinidad de vivencias, el colectivo sitúa en escena un verdadero caleidoscopio que es a ratos performance y otros narración oral, incorpora segmentos audiovisuales, payadores y poetas, algo que alcanza también la diversidad tonal: alterna entre personajes y situaciones dramáticas y hasta trágicas, otras esperpénticas, paródicas…
Todo detenta evidente organicidad, empleando con dinamismo y fluidez los mutantes vestuarios y elementos escenográficos, apelando a la coreografía y la música, al monólogo o el intercambio dialógico para una puesta deslumbrante que expone, de principio a fin, su principal divisa idéica: la vigencia, universalidad y permanencia de ese Camilo Torres que sigue siendo, que somos todos, más allá de edades, géneros o razas.
Sin embargo, el espectáculo se resiente con no pocos circunloquios y reiteraciones que, de someterse a una restructuración, lo harían ganar en fuerza y alcance, los cuales de cualquier modo dejan su huella en el espectador.
Semejante método, en cuanto a emplear la polifonía y la mezcla de géneros, en todo sentido, proyectó el grupo peruano Yuyachkani (que acercó también dos monólogos) en Cartas a Chimbote. En este caso incorporando textos de uno de sus emblemáticos escritores, el célebre José María Arguedas, que se suicidó a fines de los años 60 y a quien rinde homenaje mediante esta puesta dirigida por Miguel Rubio Zapata, donde la lectura y representación de epístolas, diarios y fragmentos de la novela póstuma, El zorro de arriba y el zorro de abajo, se resuelve con saludable movimiento escénico y notables actuaciones.
Pero si de puesta imaginativa y sólida se trata, de esas que entablan una absoluta empatía con el público, debemos referirnos a Mendoza, que presentó Teatro Los Colochos, de México.
Mendoza (México) entabló absoluta empatía con el público. Foto: Yaciel Peña de la Peña/ ACN
El Macbeth shakesperiano enfundado en los uniformes y las armas de los ejércitos contendientes durante la Revolución Mexicana, en adaptación de Antonio Zúñiga y Juan Carrillo, vuelve a confirmarnos que las pasiones y contradicciones humanas, que el bardo inglés reflejó magistralmente en su obra, son contextualizables en cualquier época y lugar.
Siendo justos hay una primera parte que demora en encontrar el ritmo, sostenido e indetenible una vez alcanzado, y que por tanto pudiera someterse a cierta poda, pero la agilidad y dinámica escénicas que logran durante el largo periplo, perdona cualquier desaguisado. Los actores accionan una escenografía dúctil y funcional, poblándola de ingeniosas soluciones y variantes que hacen del escenario circular en que devino la sala Tito Junco del Complejo Brecht, un espacio múltiple, variopinto, enriquecido.
El uso de recursos como las máscaras o las bolsas de sangre, y hasta las cervezas Corona que parte del respetable comparte, no solo actúan como eficaces agentes dramáticos e incorporan a los espectadores dentro de la diégesis teatral, sino que conectan las viejas realidades en que se enmarca la pieza con ese México violento de nuestros días. Un equipo actoral de primera línea asume personajes que, como se sabe, se enfrentan en una carrera desenfrenada de crímenes, odio, venganza, dolor y muerte, lo cual coloca una vez más a Shakespeare como nuestro indiscutible contemporáneo.
Del dramaturgo y poeta inglés también se nutrió Viajeinmóvil, de Chile, para otra versión, en este caso de Otelo, el moro de Venecia. Para decirlo de entrada, uno de los montajes de lujo que ofreció Mayo Teatral.
Otelo, el moro de Venecia, de Viajeinmóvil (Chile), constituyó uno de los montajes de lujo.
Partiendo de una presunta emisión televisiva (que ilustra la masificación del escritor explotando los elementos melodramáticos que se hallan en obras como esta), Teresita Iacobelli, Christian Ortega y Jaime Lorca (uno de los dos actores que trabajan) reproducen el mundo del matrimonio interracial, arruinado por la envidia y los celos mediante un complejo sistema de máscaras y marionetas que los intérpretes accionan con gran facilidad y destreza, incorporando diversos roles mientras ellos mismo asumen los protagónicos.
Admira la imaginación que trasuntan las soluciones dramáticas, la manera en que el texto se ensancha con solo una cama y esos rostros y vestidos que se alternan en el cuerpo, las manos y los gestos de los histriones, pero sobre todo, la increíble manera de convertir la dureza del relato en toda una tragicomedia sin que esa cuerda floja tonal haga titubear en momento alguno a los excelentes y capaces actores, Lorca y su compañera, Nicole Espinoza, sobre el escenario.
Con Evocando a los muertos-Poéticas de la experiencia, la actriz Tania Farías, representando a su colectivo Ói Nóis Aquí Traveiz, de Brasil, acercó lo que se anunciaba como un desmontaje de algunos de los personajes y piezas que informan de su trabajo comunitario en Porto Alegre, fuertemente influenciados por Artaud y Brecht: interesante sin dudas asistir a la historia y el testimonio, constatar la manera en que estos grupos se enfrentan a la adversidad y las dificultades que a veces llegan desde los mismos centros de poder.
Pero Tania empleó demasiado tiempo en la explicación y el comentario, reduciendo a lo mínimo la representación en sí, motivo por el cual la mayoría del auditorio abandonó el recinto de la Llauradó mucho antes de que terminara su actuación. También el hecho de dirigirse casi siempre a una sola ala del público que se situó sobre el escenario ignorando al resto, creó un inevitable distanciamiento que pudo influir en tal reacción.
Las venas abiertas, del villaclareño Teatro La Rosa, resultó un hermoso recital de canciones de la trova cubana y el cancionero de otros países en la región, alternados con textos del uruguayo Eduardo Galeano, de una de cuyas obras emblemáticas se extrae el título.
Con preciosa y afinada voz, Roxana Pineda, directora del grupo, junto a los excelentes músicos Alejandro Yera y Juan Manuel Campos (autor de los arreglos) se encarga de mixturar los segmentos literarios que versan sobre el pasado y el presente en esta parcela del mundo, a las significativas canciones que actúan como ideal banda sonora; mas, teatrista al fin, la intérprete y directora general logra junto a sus compañeros una fusión inteligente y dramáticamente efectiva entre ambos registros.
El espacio de JR grita sus habituales reparos, mas lo cierto es que todas las obras del patio sacaron dignamente la cara en este recién finalizado Mayo Teatral por esta parte esencial de Latinoamérica que somos, complementando las no pocas maravillas que nos llegaron desde otros puntos de nuestra región indómita, siempre abierta a reconquistar la Utopía.