Cartel de Una tarde de invierno en Gagra. Para nostálgicos y eslavófilos, para quienes creen que puede existir un buen cine de entretenimiento, sólidamente comercial más allá de Hollywood, bien narrado y anclado a las claves genéricas reconocidas y aceptadas por la mayor parte del público, se ha concebido, en los últimos días de mayo, un ciclo de Cinemateca, con seis películas de ficción, realizados por el cineasta, guionista y productor ruso Karén Shajnazarov, quien se graduó en el departamento de dirección de cine del Instituto Estatal de Cinematografía de Moscú, oficia como director desde 1975 y actualmente dirige los famosos estudios Mosfilm. Realizó varios cortometrajes satíricos y, ya en los años 80, reactivó la escueta tradición de la comedia musical rusa con Somos del jazz (1983) y Una tarde de invierno en Gagra (1985), ambas incluidas en el ciclo mencionado.
El surgimiento del jazz en Rusia, específicamente en Odesa y durante los años 20, es abordado en Somos del jazz, un filme similar, sin la vena trágica, a su contemporáneo polaco Yesterday, aunque este se refiera al impacto de los Beatles en la Europa Oriental. Argumento típico de comedia ligera, y con música, tiene Una tarde..., donde un joven le pide al bailarín estrella del tap que lo enseñe a bailar. A partir de estas dos películas el cine de este director será reflejo directo, o indirecto, de los estados mentales, políticos y culturales de Rusia a lo largo de los últimos 25 años.
En el cine de Shajnazarov —quien estará entre nosotros— no se oponen la capacidad para entretener al espectador o comunicarse a fondo con él, y el poder de hacerlo reflexionar o plantearse ideas complejas y sofisticadas. Sus filmes pueden ganar premios en los más prestigiosos festivales del mundo y al mismo tiempo convertirse en clamorosos éxitos de taquilla, como le ocurrió a El mensajero (renombrada El recadero), el filme soviético más taquillero de 1987 y ganador del Premio Especial del Jurado en el Festival de Moscú. Inspirado tal vez en el cine con jóvenes e inconformes protagonistas, característico de la nueva ola francesa o del free cinema británico, El mensajero avisó que existía en la URSS un cine atento a los conflictos generacionales y a la insatisfacción juvenil, en medio de los violentos cambios que ya motivaban la perestroika (renovación) y la glásnost (transparencia).
Dos actores extraordinarios, el ruso Oleg Yankovski (El espejo, Drama en la cacería, Nostalgia) y el británico Malcolm McDowell (Naranja mecánica, Calígula, Cat People) brillan a la par en El regicida (1991), llamada en varios países El asesino del zar, donde se revisa, desde la actualidad, las circunstancias en que fueron fusilados el zar Nicolás II y su familia, en 1918, inmediatamente después de la Revolución de Octubre. Para 1995, con el drama sentimental La hija norteamericana, el director había optado por un código más intimista cuando cuenta la historia de un joven músico ruso, quien viaja a la ciudad de San Francisco para intentar recuperar a su hija Any, que fuera llevada por su madre a Norteamérica sin su autorización.
En 1998, Shajnazarov ocupó el cargo de presidente de Mosfilm, luego de envidiable carrera. Ya a los 45 años encabezaba los estudios estatales más importantes de Rusia. A partir de los años 1990 el cinematógrafo ruso entró en decadencia por falta de financiamiento estatal y de ideas fructíferas. En 1997 salieron solamente 12 películas.
A finales de los años 90, el cine ruso empezó a renacer lentamente, pero parecía incapaz de recuperar el mercado interno. «Existen causas objetivas de ello —aseveraba Shajnazarov— pues no se han introducido cuotas para los filmes extranjeros. Las películas rusas no pueden competir con las estadounidenses, que son más espectaculares, además los jóvenes que hoy día van al cine están orientados al cine norteamericano. Pero no solo las causas exteriores le impiden al cinematógrafo ruso abrirse paso hacia el espectador. El cine ruso contemporáneo no tiene su propia identidad, mientras que el soviético sí la tenía».
Para recuperar al público y potenciar la existencia de un cine ruso con identidad, en 2004 dirige El jinete llamado Muerte, retro histórico sobre un alto miembro del gobierno zarista asesinado por una bella joven. Es el primero de una serie de atentados contra altas figuras del régimen, a manos de una organización revolucionaria clandestina. El jinete... se transformó, junto con Antikiller 2 y 72 metros, en uno de los mayores éxitos de taquilla del año, aunque ninguna de las tres consiguió destronar a El señor de los anillos y Troya.
En este año ha sido estrenada la más reciente película de Shajnazarov, El imperio extinto, sobre los sueños de la juventud soviética en los años 70. El cineasta continúa viviendo y trabajando en Moscú, y por supuesto no ceja en su empeño de contribuir a la poderosa cultura de su Rusia natal con filmes atractivos para la mayoría de los espectadores, sin que ello signifique concesiones lesivas del rigor artístico.