Fotograma de Abrazo partido De dos axiomas, por lo menos, dará cuenta la participación del cine argentino en la XVI edición de la Feria Internacional del Libro: primero, de la raigal simpatía que suscita el cine de aquel país sudamericano, y en segundo lugar, del positivo avecinamiento y fecunda complementación que tiene lugar, desde hace más de un siglo, entre las letras y el cine de cualquier nación con producción cultural significativa. El lema Leer es crecer, que sirve de pórtico verbal y sugerencia explícita a la Feria, adquiere inmediata resonancia cuando se refiere al mundo audiovisual, puesto que «leer» una buena película, interpretarla, compartir las ideas que nos sugiere, son también modos de prosperar intelectualmente. En cuanto a las presentaciones concretas de películas que escoltarán el acontecimiento cultural, se proponen dos líneas principales: filmes contemporáneos (en el Riviera) y una breve retrospectiva del famoso Leonardo Favio en el Chaplin.
El ciclo del Riviera está integrado por varios títulos mayormente dirigidos por jóvenes y producidos entre 2005 y 2006. Nos concentraremos en una comedia y en un drama agridulce, aunque todos los filmes aquí programados, incluidos documentales y dibujos animados, han sido seleccionados entre los más exitosos y premiados de recientes temporadas. Está Tiempo de valientes, una comedia irregular pero muy digestiva, que se concentra en la historia de un psicoanalista precisado a realizar tareas comunitarias dentro de su actividad, y por ello se le encomienda atender a un inspector de la Policía Federal anímicamente devastado por una severa crisis matrimonial. Así quedan sentadas las bases para una de esas buddy movies, en la mejor tradición del cine norteamericano, donde dos hombres de personalidades contrastantes e incompatibles, se ven precisados a enfrentar juntos, con el consiguiente espíritu de equipo, una serie de retos y peripecias.
También se incluye El abrazo partido, de Daniel Burman, sobre un joven judío que trabaja junto a su madre en una galería y está iniciando los trámites para conseguir la ciudadanía polaca e irse a vivir a Europa. Este fue uno de los títulos que se convirtió en película-proa del cine argentino a lo largo de dos o tres años. Con guión del propio realizador, y excelente desempeño de Daniel Hendler (quien lo acompaña también en la anterior Esperando al Mesías y en la posterior Derecho de familia), se ubica en los temas y el estilo que con tanta suerte cultivara Burman: intimismo, el valor de las cosas comunes, tono dramático de fondo trascendental, momentos de humor agridulce o sentimental no sensiblero, reflexión sobre temas como la familia y la identidad. «Melancolías, estados risibles, introspecciones, todo ello en un quehacer asociativo que mezcla y seduce mediante un cuidado ritmo en el contar que busca no parecerse a otros filmes argentinos con tópicos parecidos (...) película sensible, indagadora de complejidades humanas y, también, muy divertida», aseguró con toda razón Rolando Pérez Betancourt, en Granma, cuando El abrazo partido se estrenó en Cuba.
La retrospectiva del Chaplin se consagra a exhibir algunas piezas muy poco vistas de Leonardo Favio, uno de los autores argentinos más reconocidos durante los años 60 y 70. Más famoso en Cuba como cantante pop (Fuiste mía un verano, O quizás simplemente le regale una rosa, Ding Dong, estas cosas del amor) que como cineasta, el prometido ciclo es buena oportunidad para entrar en contacto con el autor que consiguió realizar tres o cuatro películas esenciales para entender la evolución del cine argentino: Nazareno Cruz y el lobo (1975), El dependiente (1969), Crónica de un niño solo (1964) y el hermoso drama romántico que tal vez tenga el título más largo en la historia de las cinematografías latinoamericanas: Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más... (1966).
No será integral la retrospectiva, pues entre ayer y el domingo se han programado solo tres cintas de Favio en el Chaplin, pero se tuvo el cuidado de seleccionar títulos muy poco vistos en Cuba, y representativos de su quehacer en los últimos 30 años. El cine de Favio se compromete verticalmente con personajes ingenuos, humildes, solitarios, infelices, procedentes de estratos sociales desparecidos por la exclusión. Tuvo la oportunidad de expresarse a plenitud durante el retorno del gobierno peronista (es la primera mitad de los años 70 y el cine argentino genera una obra valiosa tras otra: La Patagonia rebelde, Quebracho, La tregua, Boquitas pintadas...) y en 1974 filma Nazareno Cruz y el lobo, una hermosa leyenda, parábola del triunfo de la humanidad sobre lo bestial, película fantástica y ligeramente atípica en su filmografía, destacable por la romántica proximidad con sus canciones, y por el lenguaje extraordinariamente suelto y expresivo de la cámara.
En 1976, dos años después de la muerte de Perón, cae el gobierno encabezado por su viuda, y se instala en el poder el general José Rafael Videla, primer responsable del período histórico más vergonzoso y oscuro de la historia argentina reciente. Ese año, Favio estrena Soñar soñar, protagonizada por un joven provinciano que intenta triunfar en la capital, y reaparecen constantes preocupaciones del autor como la amistad defraudada, la autoestima lacerada, la capacidad para soñar y perseverar en el optimismo... El horno no estaba para galletitas, de modo que durante la siguiente década la vida de Favio se convirtió en una sucesión de exilios y regresos, pues los militares no le perdonaron su abierto entusiasmo con el gobierno justicialista de Perón. Su regreso a la dirección lo marcó Gatica El Mono (1993), reconstrucción de toda una época con su iconografía correspondiente, historia de un joven del interior que intenta abrirse paso en Buenos Aires mediante el pugilismo cruento. Así, el personaje consigue ascender a la categoría de leyenda popular, mito esencial del peronismo, pues se trataba de alguien que se elevaba a la gloria sin desdecir de su origen arrabalero y popular.
En fin, que estos dos ciclos de cine argentino pueden cimentar la excelente, cálida relación que siempre ha existido entre nuestro público y el cine argentino. Además, Leer es crecer, he aquí la oportunidad de proponerse ambos incrementos sentados en una sala oscura.