El acercamiento casi que imperceptible de Martí a camagüeyanos, desde que era una adolescentes, lo nutrió de la sabia para conformar una interpretación profunda y coherente de una zona vital para la Guerra Necesaria, y de la nueva república, la cual preparaba minuciosamente, en sus detalles más concretos y precisos; El Camagüey Autor: Enrique Atiénzar Rivero Publicado: 07/02/2023 | 11:27 am
Camagüey.— Sí, el Maestro de Maestro, José Martí, nunca estuvo físicamente en la extensa llanura ni por un corto período. Esta realidad incuestionable, aunque ofrece peligros, dudas… para reflexionar en torno a si el Apóstol sostuvo relación con esta demarcación, tampoco constituye elemento suficiente y razonable para aseverar que permaneció indiferente a la ciudad de pastores y sombreros, su gente, su cultura e historia.
Lo anterior aunque parezca una contradicción, —solo si se asume desde una mirada dogmática investigativa—, la cual origina comezón y calienta el debate, no se sustenta, porque el más universal de los cubanos experimentó un vínculo entrañable, profundo, afectivo y estrecho con este territorio, desde muy temprana edad.
Tal afirmación constituye esencia para no solo homenajear a esta ciudad proverbial, la cual cumple 509 años de fundada este 2 de febrero, —festejo que se extiende hasta el venidero día siete—, sino también para enaltecer al Héroe Nacional de Cuba, justamente en el año del 170 Aniversario de su natalicio, el pasado 28 de enero.
Adentrarse en este camino pródigo en ideas y piedras filosas constituye en sí mismo un desafío reporteril, porque no resulta nada fácil redescubrir en el verbo del también excepcional periodista: ¿Cuánto nutrió a Martí, a su pensamiento cultural y político el Camagüey legendario?
Unas páginas indispensable para entender esta bella, respetuosa y necesaria aproximación martiana al Puerto Príncipe colonial es el exquisito texto El Camagüey en Martí, de los notorios intelectuales Luis Álvarez Álvarez, Premio Nacional de Literatura 2017, y Gustavo Sed Nieves (5 de agosto 1942— 2 de febrero 2000), quien fuere el más prestigioso y último historiador de la ciudad agramontina.
En la obra colosal y auténtica, merecedora del Premio Anual de Investigaciones del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, en el año 1996, los autores camagüeyanos rescatan, «la imagen que de Puerto Príncipe y sus hombres ha quedado plasmada en las páginas del Apóstol, cuya simultanea dedicación a la organización política de la guerra de independencia, a la comprensión del pasado nacional y a la ponderación de su presente —y aun de su futuro—, permiten asumir sus valoraciones como del más alto interés reflexivo. La incansable actividad intelectual y política de Martí lo hizo relacionarse no solamente con el pasado —particularmente el de la guerra de los Diez Años— de la región, sino con muchos contemporáneos suyos que, por razón de su nacimiento y formación, estaban indisolublemente enraizados en el Camagüey».
Y es que este libro nos ofrece cientos de evidencias, —a las que nadie puede negarse—, sobre la relación personalizada del autor de La Edad de Oro con Puerto Príncipe, las cuales conducen, según el destacado investigador José Miguel Abreu Cardet, Premio Nacional de Historia 2018, «…paso a paso por los avatares de un hombre que en cierta forma es una negación de esa región, porque, como ya señalamos, nunca la visitó. Sin embargo, a pesar de eso en Martí estalla lo universal de Puerto Príncipe que se hunde es las raíces de la región. El Apóstol entendió que las profundidades de las costumbres y los orgullos camagüeyanos se enzarzan con la construcción de una nacionalidad….…cada página que nos ofrece Luis y Gustavo niega esa duda terrible. Camagüey estará presente constantemente en los escritos públicos y privados del héroe Nacional….».
VISIÓN MARTIANA DE LA CIUDAD PRINCIPEÑA
Retomar el diálogo sostenido por Martí con la ciudad andariega resulta complejo y no solo por su ausencia física en la demarcación, sino porque también en múltiples escenarios esos nexos profundos con la villa legendaria se tratan de simplificarlo a partir de su matrimonio contraído con la camagüeyana Carmen Zayas—Bazán e Hidalgo, «…lo que necesariamente lo aproximó, de una manera cuyas consecuencias no es fácil aquilatar hoy en día, al Camagüey».
La unión conyugal indudablemente le permitió conocer peculiaridades de la urbe natal de su amada, así como idiosincrasias, costumbres principeñas, y a oriundos de esta localidad, como a Rosa, su cuñada, y a su suegro, Francisco Zayas—Bazán, pero tampoco este sería el único vaso comunicante que proveyó a Martí de conocimientos plurales por esta tierra y sus naturales.
El excelso escritor inició familiaridad y trato con diversas personas del Camagüey desde que era apenas un niño. En él quedaron las vivencias de cuando conoció al destacado intelectual agramontino, escritor y periodista, José de Armas y Céspedes, huyendo de la policía española, mientras se escondía en casa de su maestro Mendive. Todos esos encuentros, apenas perceptibles, incluso para el Martí adolescente, originó una imagen personalizada sobre la llanura definida por la epicidad.
Acentúan los autores que las alusiones martianas a este territorio están generalmente enmarcadas en evocación, preocupación o en ocupación relacionadas con las luchas independentistas, por la poetización señorial de imágenes, idílico—costumbrista, épico—histórica, como el artículo del 10 de Abril, o por la labor de preparación y captación política de la región para las labores del Partido Revolucionario Cubano (PCR).
En esa crónica sentida, el texto del 10 de Abril, Martí con maestría concentra un lirismo intenso que evoca sus más profundos sentimientos, las visiones de un pasado glorioso y las de un futuro alcanzable, por el que lucha y se consagra: «Estaba Guáimaro más que nunca hermosa. Era el Pueblo señorial como familia en fiesta. Venían el Oriente, y el Centro, y las Villas al Abrazo de los fundadores».
Aseveran Sed Nieves y Álvarez Álvarez que Martí incluye una valoración que, en lo general, tiende a ser positiva, apreciativa, ensoñadora como los retratos, siendo el de Agramonte uno de estos. «De este modo, el discurso martiano referido a Puerto Príncipe toma… una postura activa, de modelación y remodelación, actividad expresiva que, necesariamente, se trasmite al receptor…. La ciudad no visitada, entonces, forma parte de la patria percibida y, sobre todo, consignada textualmente por Martí».
Los intelectuales en su investigación científica dan a conocer que en las Obras Completas (edición de 1975), se señalan no menos de 110 referencias al Camagüey, unas 31 a Puerto Príncipe, y se nombran por lo menos a 119 camagüeyanos, lo cual indica una densidad apreciable de referencias.
Advierten así mismo que en el fundador del Partido Revolucionario Cubano (PRC) ejercieron influencias emotivas camagüeyanos como la madre de Fermín Valdés—Domínguez, Mercedes Quintana y Bresnes; de quien conoció una imagen inicial de la individualidad principeña; el abogado José Calixto Bernal, a quien trató en Madrid y supo de su notable ensayo de derecho político, La vindicación. Cuestión de Cuba; —texto que sin duda marcó al erudito para luego encumbrar su texto, Vindicación de Cuba, cuya similitud del título es imposible pasar por alto—, el intelectual José Ramón Betancourt y su esposa, Ángela López García, matrimonio poseedor de una tertulia en España, en la que se enaltecía a la patria amada y lejana.
No puede faltar en esta lista de conocidos en el Martí joven, el negro esclavo Juan de Dios, con quien se relacionó en el presidio, y de él escuchó historias de las haciendas y sus dueños en la villa legendaria. Resulta interesante tal cual estremecedor como Martí lo menciona en El presidio político en Cuba. Trasciende el esclavo, por ser el primer camagüeyano mencionado de manera directa en la pródiga obra martiana.
Todos estos personajes, —muchos otros—, aportaron conocimientos e influyeron en su percepción y conformación de una imagen sobre las peculiaridades de la Villa, durante su juventud, lo que contribuyó poderosamente a manejar con tacto diplomático, tino y acierto, y con impresionante capacidad política a los veteranos mambises principeños para sumarse a la Guerra Necesaria, en 1894.
Ese conocimiento adquirido durante años, en la que el destino lo colocó muy cerca de cientos de camagüeyanos, de diferentes procedencias y estratos sociales; periodistas, actrices, poetas, escritores, generales, ganaderos, agricultores, ensayistas, comerciantes, la madre de familia…, le permitieron una interpretación profunda y coherente de una zona vital para la Guerra Necesaria, y de la nueva república, la cual preparaba minuciosamente, en sus detalles más concretos y precisos.
ASOMBROSOS APUNTES MARTIANOS
Martí se encontraba en España cuando el vil asesinato de los ocho estudiantes de medicina, en 1871. En repudio a aquel despreciable suceso él, junto a dos sobrevivientes de aquella cobardía, su amigo Fermín, de quien conoce la verdad y detalles, y de Pedro de la Torre Núñez, hijo del camagüeyano Pedro de la Torre Izquierdo, colocaron las proclamas escritas por el héroe, en 1872, en numerosas puertas de iglesias y edificios, durante aquella madrugada fría en Madrid. Todo ello fue contado por el Maestro en su Discurso en conmemoración del 27 de noviembre de 1871, pronunciado en Tampa, en Estados Unidos, en 1891.
De tales aproximaciones, algunas ingenuas y otras espontaneas, y hasta imperceptibles, con gentes comunes y distinguidas del Camagüey, el Autor Intelectual del Moncada se va formando un juicio que transforma en retrato, en imágenes más acabada del pueblo de ganaderos e intelectuales.
De las mujeres camagüeyanas también hablo, primero las distingue, a propósito de conocer a Eloísa Agüero de Osorio, «Nació en Camagüey, tierra de Cuba donde todas las mujeres son trigueñas y todos los ojos son hermosos»[i], enfoque gracioso que superó con creces, al conocer a cubanas de la talla de Amalia Simoni, en Nueva York. En su valoración a Enrique José Varona, publicada en El Economista Americano, en 1888, se refrenda: «Y el lenguaje, al que es el pensamiento lo que la salud a la tez, llega por esas dotes en este escritor a una lozanía y limpieza que recuerda la soberana beldad de las mujeres, épicas y sencillas, de la tierra del Camagüey, donde nació Varona»[ii].
Y precisamente a esta tierra enalteció al escribir frases tan elocuentes y significativas como aquella que plasmó en 1894, en la nota obituaria, de un pariente del marqués de Santa Lucía, de igual nombre y procedencia, Salvador Cisneros Betancourt, «Camagüey de señorío trabajador»[iii] , o la referencial de tono costumbrista, representada el 28 de enero de 1993, «¡Ese sí es pueblo, el Camagüey! El sábado vienen todos, como un florín, a la ciudad, al baile y al concierto, y a ver a sus novias; y hay música y canto, y es liceo el pueblo entero, y la ciudad como una capital: ¡el lunes, a caballo todo el mundo como el lazo a las ancas, a hacer quesos! Así, admirado, decía ayer un criollo que viene de por allá, y sabe, por esta y otras raíces, que no todo es en Cuba papel sellado y mármol de escalera, hecho a que escriban en él y a que piensen en él; ¡sino tronco de árbol, y mozos que pueden partir un rifle contra las rodillas!»[iv].
Sobre el ejército mambí y sus condiciones materiales en el campo insurrecto principeño también indagó hasta la saciedad. «En Camagüey hilaban el algodón silvestre, lo tejían y hacían frazadas y sogas»[v]. Incluso apuntó recetas de cocinas tradicionales de la región, las que los insurrectos cocinaban en la llanura de la beligerancia, —plato típico actual de la zona de Sibanicú—, «Pan—patato: rallaban el boniato cocido, lo mezclaban con calabaza, o yuca, u otra vianda, o coco rallado; —y luego le echaban miel de abejas, o azúcar, y manteca. Lo cocinaban en cacerolas de manteca rodeada de calor. —Servía para cuatro o seis días. —Así aprovechaban el boniato malo»[vi] .
El Maestro de Maestros señaló desde costumbres de hospitalidad: «En Camagüey, la familia obsequiaba a sus visitantes, con vino de naranja»[vii], hasta peculiaridades pueblerinas, «los restos arqueológicos en que ha sido rico el Camagüey hasta el siglo XIX», el cual fue emitido en un artículo para El Avisador Hispanoamericano, en 1889.
¿Qué le aporta entonces el Puerto Príncipe de entonces a Martí, todo lo cual se advierte reiteradamente en sus textos? Precisamente una parte importante y esencial de su futuro proyecto para Cuba y una cubanía conquistable.
Y así lo refrendan los agramontinos, Luis Álvarez y Gustavo Sed, en El Camagüey en Martí, —libro de obligada referencia para la historiografía cubana—, el cual nos permite acercarnos al legado del pensamiento infinito de nuestro Apóstol y a una ciudad que perdura, nace y se engrandece desde su historia, también imprescindible: «Todo lo cual conduce a que Martí otorgue vida en sus textos, y a partir de ellos, entraña de monumento esencial, a ese lejano y brumoso, pero no exactamente desvirtuado, retrato del Camagüey, devenido no una imaginaria era, sino un recinto más de la patria al que Martí retrata en su más profundo pálpito, a su manera propia, mansa y brutal, y enamorada».
En Camagüey las nuevas generaciones beben del legado de José Martí, a través de sus personajes descritos en La Edad de oro. Fotos : Yahily Hernández Porto
[i] José Martí: O.C., t VI, p.417.
[ii] José Martí: O.C., t V, p.121.
[iii] José Martí: O.C., t V, p.445.
[iv] José Martí: O.C., t V, p.408.
[v] José Martí: O.C., t XXII, p.214.
[vi] José Martí: O.C., t XXII, p.214.
[vii] José Martí: O.C., t XXII, p.214