Las calles se vistieron de banderas y carteles de agradecimiento y orgullo Autor: Roberto Suárez Publicado: 08/06/2020 | 10:43 pm
El siglo XXI no ha dejado atrás su adolescencia y ya asiste a uno de sus parte-aguas más difíciles: la COVID-19 ha sumido a la humanidad en una gran pausa, obligada contracción en todos los órdenes, reconfiguración del pensamiento, incluida la relación del Hombre con el medio ambiente.
A la altura de julio de este 2020, el nuevo coronavirus está cobrando vidas por miles cada 24 horas. La Organización Mundial de la Salud (OMS) está pronosticando momentos más peligrosos que los ya sufridos con la enfermedad. Y, como es lógico, a pocos se les ocurriría pensar que puede hacerse alguna interpretación esperanzadora de cuanto sucede.
Desde Cuba, en cambio, esta reportera se atreve a afirmar que estamos transitando por un momento de importantes oportunidades. Ante el desafío calificado como «inédito» por el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez en alusión a la pandemia, hemos podido constatar con nitidez salvadora en qué estamos funcionando bien, y en qué no.
La buena noticia es que hemos trascendido los momentos de mayor incertidumbre en la batalla contra la COVID-19 -la contienda ha sido un día tras otro, con la exactitud y desvelos de la ciencia, con un plan maestro concebido por la dirección del país y que impidió el colapso de la Isla a pesar del asedio encarnizado del bloqueo imperial-. Con orgullo podemos plantar la bandera de la victoria en un mundo que, triste y mayoritariamente, no puede hacerlo.
Al unísono del triunfo, sin embargo, sobreviene la pregunta urgente –sin dudas una oportunidad que sería imperdonable desaprovechar-, cuya esencia es cuánto más haremos para seguir adelante, para consolidar lo logrado en una sociedad que tiene bien probado su humanismo pero que sigue teniendo el desafío de ascender los peldaños de la eficiencia y la prosperidad.
Muchos han dado fe, en estas horas, de la alegría compartida a raíz de las primeras etapas de recuperación Post-COVID. Hay una sensación de renacimiento que ha podido verse en parques, avenidas, espacios marcados por la movilidad social y que se han llenado de personas como de flores. Ya hubo tiempo, mientras vivíamos el confinamiento, de alistar ómnibus e inmuebles, de vivir treguas útiles antes de llegar al «desescalamiento», libertad que se está disfrutando con cautela en una población sabia, que no suelta el nasobuco ni la limpieza constante porque el coronavirus sigue ahí.
No sería bueno, entonces, desaprovechar ese estado anímico –el despertar y reordenamiento de prioridades cuando la vida ha estado en juego- que puede servir de inspiración para que las cosas resulten mejor de lo que han sido. ¿Acaso el enfrentamiento a la COVID-19 no ha dejado lecciones para etapas futuras?
Esta batalla de meses nos ha obligado a ser más eficientes y eficaces –solo eso explica que Cuba haya podido controlar una enfermedad tan contagiosa y mortal-. Hemos tenido que emprender muchas tareas con la menor presencia física de las personas en centros laborales; y, sin recurrir a manuales, el mundo nos ha ilustrado sobre qué sucede con el bienestar humano cuando el Estado no es quien lleva la voz cantante.
Foto: Roberto Suárez
En cuanto a la virtud y su reverso, hemos visto aflorar lo mejor y lo peor de nosotros: por un lado, lo heroico que nos salva la vida –por múltiples espacios de comunicación circulan los rostros de cubanos muy jóvenes que han estado en la primera línea de fuego, tomando muestras, batallando en los laboratorios desde donde se ha obrado la contención del enemigo terrible-. Y en negación de todo eso, en medio de escaseces que han sido aliadas muy peligrosas de la pandemia, nos desazona la falta de escrúpulos de quienes no se revenden a sí mismos porque no pueden.
Otra fortaleza es que nuestros dirigentes han tenido que batirse con los medios de comunicación, desde donde han explicado logros y fracasos. Y desde esos mismos espacios, en un ejercicio de información y profilaxis, se han ventilado diversas historias delictivas que laceran nuestra economía y la salud moral del país.
La saga de estos últimos meses deja en pie una propuesta que no tiene desperdicio: Deberíamos enfrentar todos los desafíos de Cuba como hemos hecho con la COVID-19. Así como se ha ido acorralando la enfermedad, cortando cada cadena de contagio, con ciencia de por medio, con método infalible, hay que acorralar los problemas que ponen zancadillas al desarrollo de la sociedad soñada.
Una variable que no es secundaria y que atraviesa esta reflexión, es el cerco enemigo que nos desgarra en el día a día -ahí donde queremos realizarnos y no solo saltar por sobre la muerte sino también ser felices en el plano de la vida-. Me refiero al bloqueo estadounidense, a pesar del cual nos motiva el propósito de existir y ser felices.
Casualmente, durante este confinamiento que supo a eternidad, mientras ordenaba gavetas y libreros, encontré una nota de los tiempos universitarios. Es una frase textual, extraída de la novela «La consagración de la primavera», del gran escritor cubano Alejo Carpentier.
Nota en mano fui directo al libro. Encontré allí unas líneas que se conectan con estas horas y que se hacen seguir de otras imágenes magníficas, referidas a los momentos iniciales de la Revolución.
«En la calle, como si se celebrara una gran fiesta, -puede leerse en el texto- pasaban camiones llenos de milicianos y milicianas que cantaban el Himno del 26 de Julio, agitando banderas. –“Ahí los tienes: saben que ahora los yanquis, en respuesta a la nacionalización de sus empresas, van a apretar las clavijas de sus restricciones, y ellos cantan. Y aquí las tiendas de víveres se quedarán vacías, y los vehículos se pararán por falta de piezas de repuesto y de combustible, y se hará difícil conseguir un cepillo de dientes, una cinta de máquina de escribir, un bolígrafo, un peine, un alfiler, un carrete de hilo, un termómetro, y ellos seguirán cantando. Vivimos un momento trascendente en días de pasmosas transformaciones. Un hombre nuevo nos está naciendo ante los ojos. Un hombre que, pase lo que pase, ha perdido el miedo al mañana”».
De eso se trata: de aprovechar toda oportunidad posible, todas las posibilidades que nacen de la certeza según la cual el mañana puede modelarse y pertenecernos.