La inspección necesita buenas maneras de parte del operario y también de los moradores, asegura el joven Daimel. Autor: Juan Morales Agüero Publicado: 30/10/2019 | 09:31 pm
Las Tunas.— Daimel Fernández García tiene 29 años de edad, pero por la madurez que irradia parece aún mayor. Su verbo sorprende no por grandilocuente, sino por preciso. Habla de sus orígenes, sus anhelos y sus conquistas con matemática exactitud. La sanidad pública y la higiene ambiental son hoy sus prioridades. El mosquito Aedes aegypti no tiene otra opción que abdicar ante la actividad de este muchacho, su enemigo jurado.
—Dices que eres de origen campesino, ¿cómo fue tu infancia?
—Nací en un asentamiento rural llamado Santa María, no muy lejos de la capital tunera. En su humilde escuelita primaria cursé los primeros grados. El resto lo terminé cuando nos mudamos para la ciudad, donde hice también la secundaria.
«Luego matriculé en el Instituto Politécnico Panchito Gómez Toro para estudiar técnico de nivel medio en Construcción Civil. Una vez concluido el ciclo, y con el título en la mano, comencé a trabajar en el área de inversiones de la Empresa Municipal de Gastronomía de Las Tunas. Permanecí allí solo cuatro meses».
—¿Por qué tan poco tiempo? ¿No te gustó lo que hacías?
—Al contrario, me interesaba, pero lo interrumpí cuando me llamaron a cumplir el Servicio Militar Voluntario. Lo pasé como soldado en la prisión del Combinado del Este, en La Habana. Recuerdo esa etapa entre lo mejor que me ha ocurrido, porque me ayudó en mi formación.
«Aprendí a valérmelas solo, pues ya no tenía cerca a mi mamá para que me lavara y planchara la ropa. Pero lo principal fue que adquirí un gran sentido de la disciplina y del orden. Conocí a más de un joven revoltoso cuya conducta cambió para bien gracias al rigor de los reglamentos militares».
—¿Y a qué te dedicaste cuando te licenciaron?
—Por esa época tenía problemas familiares y necesitaba un trabajo con cierta holgura de tiempo. Comencé como guardia de Seguridad y Protección en el motel del Comité Provincial del Partido. Me fue bien, pero mis compañeros no dejaban de insistirme en que, como era muy joven, continuara estudiando.
«A los dos años, aproximadamente, supe que el politécnico de la Salud Mario Muñoz había convocado a un curso de nivel medio en Vigilancia y lucha antivectorial. Me presenté y me aceptaron. Tomé tan en serio los programas académicos y me gustó tanto el perfil ocupacional de la especialidad que finalicé con Título de Oro y como el alumno más integral».
—Desde entonces vienes desempeñándote en este sector…
—Sí. Los resultados docentes en el politécnico me ayudaron, pues en lugar de dos años de servicio social solo cumplí uno. Me dieron derecho a escoger el área donde trabajaría. Opté por la del policlínico Guillermo Tejas, donde había hecho mis prácticas, pues ya conocía la zona y a los vecinos. Empecé como operario de campaña en el terreno, con una norma de visitas diarias de aproximadamente 18 o 20 viviendas.
«Mi contenido de trabajo consistía en el tratamiento focal mediante la inspección minuciosa de cada casa. Es una tarea muy importante en la vigilancia y lucha contra el mosquito Aedes aegypti. Favorece la detección y neutralización del peligroso insecto en sus fases preadultas. Además, educa y prepara a la población desde el punto de vista sanitario».
—Háblame de tu experiencia en los consultorios comunitarios...
—Eso ocurrió cuando en mi zona se implementó la estrategia de adjuntarles a los consultorios del médico y la enfermera de la familia un operario de campaña. Me asignaron a uno para que trabajara a tiempo completo junto a ellos en la atención general a la población de la zona. Resultó una labor nueva para mí, pero me reportó conocimientos que aún no tenía.
«Mi tarea consistía en velar y hacer cumplir lo orientado para evitar que el mosquito transmitiera enfermedades. En las inspecciones priorizábamos las llamadas viviendas de riesgo, que son las reincidentes en la focalidad, así como los peligros ambientales. En ambos casos, sus moradores no suelen manifestar voluntad para erradicar esas irregularidades».
—¿Cómo se procede cuando una vivienda de riesgo aparece?
—Una vez identificados los riesgos, se les informan y se les demuestran a sus moradores. Pueden ser la presencia de larvas en depósitos de agua, la insuficiente hermetización de los tanques, en fin… Si es la primera vez, se ofrece una charla sanitaria. Y, desde luego, se dan plazos para erradicarlos.
«Pero si al repetir la inspección —los ciclos son cada 22 días— no se han modificado los riesgos señalados en la visita anterior, se debe aplicar la legislación sanitaria vigente, que incluye multas. La tolerancia es contraproducente en estos casos. Puede tener luego graves consecuencias».
—Pero ahora tienes un cargo de mucha mayor responsabilidad…
—De operario pasé a jefe de brigada, con seis trabajadores a mi mando. Eso me exigió mucho control y fiscalización en la vigilancia y lucha antivectorial. Luego me promovieron a supervisor de varias brigadas, y la responsabilidad se acrecentó. Ese es el cargo que ocupo en la actualidad. El 90 por ciento de mi trabajo es en el terreno, inspeccionando viviendas.
—¿Cómo es un día de un supervisor de la lucha antivectorial?
—Mi día comienza a las 5:30 de la mañana. Mi primera tarea es el pase de revista a los operarios que trabajarán en la jornada. El chequeo incluye todos los medios de trabajo indispensables: linternas, piquetas, cinta métrica, abate, tubos de ensayo, goteros, espejos… Ah, y el porte y aspecto. Deben andar uniformados, limpios, pelados y afeitados.
«En el pase de revista examinamos las deficiencias detectadas en el día anterior y sugerimos cómo superarlas. El nuestro es un trabajo constantemente perfectible, tanto en lo relativo a la educación sanitaria de las personas como de las relaciones de respeto que debemos tener con ellas. Les insisto siempre en que no todos tenemos una formación cultural similar».
—Tengo entendido que algunas personas no los reciben bien…
—Se dan casos, pero son minoritarios. A veces somos nosotros los culpables, por no saludar cuando llegamos ni presentarnos como corresponde. El operario debe exigirle al morador que lo acompañe en la inspección de la casa, pero siempre con buenas maneras. Ahí interviene el nivel cultural del que le hablé.
«Pero la mayoría nos abre las puertas, agradece nuestra labor y hasta nos brinda agua, café, refresco… Problemas siempre hay, pero se remedian. Como las casas habitadas por ancianos, quienes por su edad o por su incapacidad no pueden hacer el autofocal. O las cerradas, que en oportunidades obligan a los operarios a aguardar por sus dueños hasta la noche».
—¿A qué atribuyes el incremento de ciertas enfermedades?
—La transmisión del dengue, el zika y otros males obedece a la escasa percepción de riesgo que tiene parte de nuestra población. Las personas deben adquirir más responsabilidad y conciencia en tareas tales como el autofocal familiar. Cualquier vasija abandonada en el patio que pueda acumular agua constituye un reservorio para que el mosquito prolifere.
«Y está la insuficiente colaboración de los organismos. La vigilancia y la lucha antivectorial no es exclusiva de Salud Pública. Exige también que empresas como Servicios Comunales y Acueducto y Alcantarillado se sumen a la campaña. Una fosa vertiendo, una acumulación de desperdicios o un salidero son, potencialmente, riesgos. Necesitamos intersectorialidad».
—¿Cómo te relacionas con los más veteranos? ¿Te aceptan?
—Bueno, al principio hubo rechazo a que un joven los mandara. Pero poco a poco me los fui ganando, porque jamás he adoptado poses de jefe. Soy uno más en las brigadas y hago lo que tenga que hacer. Si veo agotado a uno de mis operarios luego de fumigar 60 casas, tomo la bazuca y fumigo también.
«Hoy me quieren y me obedecen en todo lo que les oriento como supervisor de su trabajo. Han reconocido que, en efecto, y a pesar de mi juventud, no soy un improvisado. Además saben que empecé desde la base, como un simple operario, igual que ellos. Cuando se predica con el ejemplo todo funciona».
—¿Te sientes útil en la labor que desempeñas?
—¡Muy útil! Además, siento que estoy en el lugar indicado y en el momento justo. El país necesita de los jóvenes para enfrentar la lucha contra los vectores transmisores de enfermedades. Pero no una lucha empírica, sino con la mayor preparación. La experiencia vale, pero el saber mucho más.
«Mi especialidad me encanta, al punto de que la estoy estudiando en la universidad. Ya estoy en cuarto año de la carrera. Aprovecho cada momento para estudiar y ponerme al día, porque la vigilancia y la lucha antivectorial generan constantemente nuevas alternativas de trabajo. Aplicarlas y ver sus resultados reconforta. Con eso me siento premiado».