La doctora Lidivet (primera de derecha a izquierda) junto a algunos de sus pacientes. Autor: Tomada de Facebook Publicado: 27/11/2018 | 08:57 pm
Aún recuerdo perfectamente el día que llegué a este país, llena de expectativas, sueños y también algunos miedos, con esa incertidumbre que provoca lo nuevo y desconocido. Una ciudad hermosa, Brasilia, me recibió, mostrando toda esa belleza y sofisticación, que antes solo conocía a través de las populares telenovelas brasileñas. Todo fue hermoso; días conociendo el mejor rostro de este inmenso país, pero muy dentro tenía absoluta certeza de que esa era solo la realidad de pocos.
Me esperaba Coari, un municipio del interior del Estado de Amazonas, a 360 kilómetros de la capital estadual, Manaos, al que sólo se llega por vía aérea o fluvial, pues en estos lares las autopistas no existen, rodeado de la más diversa y exótica floresta. Allí iba a escribir mis más reales y lindas historias.
Al comienzo fue difícil: la barrera del idioma, las costumbres, la añoranza… muchas situaciones estresantes a las que hacer frente. Me encontré con una realidad muy diferente, una población carente, con grandes problemas sociales, una situación económica comprometida, con muchos problemas de salud, la mayoría de estos totalmente prevenibles y tratables. Ahí descubrí cuánto faltaba por hacer, y puse manos a la obra.
Fue una tarea difícil, como lo es siempre cambiar realidades y perspectivas; al inicio los pacientes no estaban acostumbrados a tener consultas de seguimiento de enfermedades crónicas. Las embarazadas no asistían regularmente al puesto de salud, y consultas como la puericultura eran prácticamente desconocidas. Audiencias sanitarias, actividades de prevención, visitas domiciliares, el apoyo incondicional del equipo de trabajo desde el primer día, cambiaron la vida de mi población, y digo mía porque así la siento.
Y después de tanto esfuerzo, llega el momento de la partida, pero no esa que estábamos esperando al completar tres años de trabajo. Fue una partida rápida, anticipada, motivada por la falta de respeto e irresponsabilidad del recién electo presidente de Brasil, ese a quien no le importa que millones de brasileños queden desasistidos. Al saber la noticia, vinieron a mi mente tantos rostros de mis compañeros de trabajo, de mis pacientes, de mis amigos…
Estos últimos días han sido extremadamente difíciles: las despedidas, el llanto de quienes agradecidos me dicen «Doctora, por favor, no se vaya»… «Doctora, qué haremos ahora sin usted»… y es en ese momento cuando el corazón se aprieta tanto que las lágrimas no paran de brotar.
Quizá alguien, de esos para quienes no existe otra satisfacción que lo material, se pregunte cuán enriquecida regresaré de este país o cuán provechosa fue esta misión. Entonces mi respuesta no puede ser otra: soy una persona extremadamente rica, pues tengo recuerdos, vivencias y agradecimientos, que me llevaré de Brasil, que no cambiaría nunca ni por la mayor recompensa; he sido bendecida con personas que me han acompañado en esta travesía; con tanto valor, que no existe riqueza que se les compare.
Me voy feliz por el deber cumplido, por el orgullo de mi madre de verme volver, por mi convicción de cubana, pero no digo adiós, porque siento que es una palabra muy fuerte, que finaliza historias, y realmente las puertas de mi corazón nunca podrán cerrarse al pueblo que me acogió con tanto amor. Entonces será: ¡Hasta siempre, Coari!… ¡Hasta siempre, Brasil!… algún día nos volveremos a encontrar.