Sonnia Labrada recuerda con emoción cuando Cuba se declaró territorio libre de analfabetismo. Autor: Edgar Batista Publicado: 07/09/2018 | 07:32 pm
HOLGUÍN.— «Sentada en el suelo, mientras escribo, balanceo los pies por entre las barras metálicas del tren. Parece como si fuéramos en un ciempiés con sombrero de guano, porque estos vagones se utilizan para transportar caña. Ahora están acondicionados con bancos de madera y techo de pencas para taparnos del sol. A ambos lados de la vía, los campesinos agitan las cartillas entre sonrisas, como si quisieran acompañarnos a La Habana para desfilar con nosotros.
«Todavía me parece escuchar la Banda de Holguín, cuando nos regaló en la estación, hace dos días, los acordes de La Internacional. ¡Hemos madurado tanto durante la última época!… Ya es tarde, tengo sueño, pero no voy a dormir. Quiero repasar los hechos de estos meses».
Así escribía en su diario la joven alfabetizadora, de 17 años de edad, Sonnia Labrada Velázquez, el 18 de diciembre de 1961, Año de la Educación, poco antes de que Cuba se declarara territorio libre de analfabetismo.
La muchacha, que había terminado el 3er. curso en la escuela de Maestros Primarios de Holguín y formaba parte de la Brigada Conrado Benítez, escribió las anécdotas iniciales de aquella sublime aventura revolucionaria el 17 de abril de 1961, a su llegada a Varadero, después de «un viaje larguísimo».
La habían albergado en la antigua casa de veraneo de la hija de la Condesa de Revilla de Camargo, un chalecito rosado, de tejas blancas, que no tenía muebles, solo muchas literas.
«Dicen en la radio que por el sur de Las Villas han desembarcado contrarrevolucionarios, pero aquí no pasa nada. Pienso que en mi casa estarán preocupados, aunque desde antes de que saliéramos conocían la amenaza de agresión al país (…) Aquí me dicen Ana Frank, porque no paro de escribir», continúa relatando la muchacha en el espacio dedicado al 17 de abril en su cuaderno.
Para ese entonces a ella y a sus compañeras ya les habían entregado los uniformes: boinas, botas, cinto, distintivo, camisa y pantalón.
Sonnia todavía conserva el mismo brillo en la mirada ante los retos que le va imponiendo la vida. Sonríe y quizá cuando muestra la libreta con los apuntes más importantes de sus 17 años, piense en las experiencias valerosas que ella y sus compañeras protagonizaron en aquella época, en los temores iniciales para enfrentarse a los alumnos, en cómo lo haría si tuviera la experiencia de hoy.
Como no se limita a apelar a la memoria mientras cuenta, sino que a cada frase le nacen unas ansias visibles por encontrar sus propias palabras en el texto escrito, resulta inexcusable acudir a aquellos rasgos delineados cuidadosamente por ella para ser fieles a cada momento vivido por la alfabetizadora holguinera.
Abril 18. En la noche estábamos divirtiéndonos cuando se apagó la luz inesperadamente y mandaron a hacer silencio porque iba pasando un barco. Al rato nos ordenaron bajar al sótano. Las muchachitas se alarmaron, pero no se oyó ni un tiro. Dicen que hay un desembarco de mercenarios por Playa Girón.
Abril 25. Hoy nos preguntaron la disposición que teníamos para ir a cualquier parte de Oriente. Me siento avergonzada de mí por no dar el paso, pero me puse a pensar en papi y mami: ellos me pidieron que si podía escoger no fuera para Baracoa. Por mí, me hubiera ido, pero pedí que me manden para Holguín, Aguas Claras específicamente.
Mayo 5. Nos repartieron las mochilas: traen cinco cartillas, dos manuales, seis libretas, seis lápices, la hamaca, una bandera cubana, un retrato de Camilo, tres libros de cuentos de Martí, Arma Nueva (un folleto para cuando el analfabeto sepa leer), expedientes y registros. Además, contiene una lata de leche condensada, un paquete de chocolate y uno de caramelos. Estoy ansiosa por comenzar la sagrada tarea que me espera.
«Ana Frank» En Holguín
Mayo 9. Tengo una suerte terrible: me quedaré en casa de Orfelina Fernández (Orfe), mi amiga y compañera de escuela y alfabetización. Vive en el Cuartón Las Casimbas, en el barrio de San Lorenzo, entre Holguín y Las Tunas. El lugar está frente a la carretera, a 45 minutos de Holguín.
La casa es grande, de madera y zinc, con el piso de cemento. Tiene dos cuartos: nosotras dormiremos en el segundo. La madre se llama Mercedes y parece buena persona. Fermín, el padre, es un señor mayor. Con ellos viven también Ernesto, el hermano más pequeño, Fermín, el del medio, y Manuel, el mayor. Todos son muy simpáticos.
Mayo 10. Ya está listo nuestro centro de alfabetización. Pusimos banderas y los retratos de Camilo. Yo quisiera tener en la pared uno de Martí y otro de Fidel, voy a ver si los traigo el domingo de la casa.
No quise coger al primer alumno porque tenía miedo y me daba pena darle la clase yo sola. Orfe lo hizo y resulta que es inteligente, porque aprendió rápido la lección.
Mayo 11. Ya tengo mis propios estudiantes: Hilda, Lolita, Juan, Cachita Susana, Elda, Romilio… A Elda le enseñé a firmar, va de lo mejor. Es la primera vez que verdaderamente enseño algo. Ojalá que al final de este año pueda sentirme orgullosa por ayudar a leer y escribir a una persona adulta.
Mayo 16. Amado, el brigadista responsable de la zona, nos contó que regaron papeles con amenazas de que nos van a ahorcar. Todas las noches, a una muchacha le ponen su nombre en una mata de mango cerca de la casa. Por suerte, nosotras no hemos tenido dificultades.
Me bañé temprano, comimos y al poco rato llegó Romilio. Después, Manolo con la señora y sus hijos. Él llegó hasta la P. A ella le puse unas cuentas y le hice un dictado: ya sabe leer y escribir bastante bien. Se fueron después de las nueve y al poquito rato nos acostamos.
Noviembre 11. Mañana será un día para no olvidar: celebraremos la victoria del conocimiento por encima de la oscuridad de la ignorancia en San Lorenzo: por fin podremos declararlo libre de analfabetismo. ¡Cómo voy a extrañar a mis ocho alumnos, a mis compañeros de la Campaña…! Ya tengo en mis manos la carta que cada uno de ellos escribió a Fidel como prueba de lo que han aprendido.
Diciembre 15. Hoy Holguín estaba precioso durante el desfile. Los brigadistas nos concentramos en la Avenida de los Álamos y llevamos nuestra alegría hasta el parque Calixto García. Allí estaban muchos de nuestros compañeros de escuela, a quienes no veíamos desde el inicio de la Campaña. Había que ver la emoción con que todos nos mirábamos.
Pero cuando izaron la bandera y Holguín fue declarado territorio libre de analfabetismo, sentí que ya no estaba frente a la Periquera, sino a unos kilómetros de Buenaventura, en Las Casimbas, bajo la luz de mi farol, intentando enseñarle a Romilio las primeras letras.
Hace aproximadamente un mes que nos despedimos de la familia de Orfe, pero no me olvido de ninguno. Esta experiencia ha sido maravillosa. Mis padres no saben cuánto les agradezco por haberme permitido participar.
Diciembre 18. Son las tres de la madrugada. Dicen que estamos entrando a La Habana. Nos quedaremos en Guanabacoa, en casa de Lourdes y Lucy Chirino, y Yuya (la madre), unas brigadistas que conocimos en Holguín y con las cuales mantuvimos buenas relaciones. Ya tenemos el itinerario previsto para los días anteriores al desfile: muchas visitas a amigos y paseos por la ciudad.
Pero lo que más me emociona es el acto del 22. No dejo de pensar en eso. Imagino la Plaza de la Revolución repleta de cubanos, aguardando por los brigadistas con banderitas de colores en las manos. Iremos de uniforme completo, con los faroles y las cartillas en alto, listos para asumir cualquier otra tarea. Fidel estará allí, sonriente y orgulloso de su pueblo. Y entonaremos el Himno de las Brigadas Conrado Benítez y el Canto de Triunfo, para terminar diciendo bien alto: «Fidel, Fidel, dinos qué otra cosa tenemos que hacer».
Con 17 años, Sonnia se convirtió en alfabetizadora. Foto: Cortesía de la entrevistada
Este relato está basado en las declaraciones de Sonnia Labrada y fragmentos de su diario original.