De izquierda a derecha Jorge Tomás, Bryan, Jean Carlos y Manuel Alejandro. Autor: Hugo García Publicado: 21/09/2017 | 05:45 pm
MATANZAS.— A las tres de la tarde del pasado domingo, seis adolescentes y un joven entraron a la cueva conocida como el Champiñón, perteneciente al sistema cavernario Bellamar, con más de 20 kilómetros de extensión.
Pudo haber sido un domingo feliz, lleno de travesuras. Pero el temor llegó a las siete de la noche, cuando se dieron cuenta de que estaban perdidos, en medio de una oscuridad terrible; solo las tenues luces de las linternas reflejaban unos rostros sudorosos, ninguno en calma, con algunas lágrimas contenidas.
«Orinábamos porque sabíamos que de esa manera dejábamos un rastro para los perros y para quienes nos buscaran», relata aún con la emoción de su voz el pequeño Jean Carlos, quien asegura que partía pequeños cristales y los colocaba en el suelo para marcar el retorno, y eso también fue infructuoso.
Dos veces durmieron en el suelo húmedo, agotados, hambrientos y nerviosos. De las seis linternas solo una quedó con carga en su batería, lo que alargó la noche y las preocupaciones.
El niño Juan Antonio hizo reiterados intentos con su teléfono celular para comunicarse con el exterior, pero no había cobertura. Y para colmo se agotó la batería con que se alumbraban. Tomaron agua filtrada del subsuelo y se mantuvieron unidos. Marlon González, de 11 años, refiere que quería averiguar cómo era el lugar, por eso se quedaron dando vueltas y retornando al mismo sitio.
Carlos Ernesto Estupiñán, de 17 años, detalla que decidieron explorar la cueva y se fueron adentrando cada vez más, sin percatarse del peligro que entrañaba, hasta que uno se retrasó y se asustaron. «Comenzamos a gritarle, hasta que lo encontramos», apunta.
Los hermanos Bryan y Jean Carlos Perdomo González, de 12 y 14 años, respectivamente, estudiantes de la ESBU Cándido González, cuentan las peripecias de cómo, desorientados, caminaban en el rumbo equivocado.
«Los cubanos somos una familia gigante, no tengo como agradecer tantos gestos de solidaridad», nos dice Asela Teresa García Sardiña, abuela de Bryan y Jean Carlos.
«Soy asmático, y menos mal que no me dio una crisis, aunque a veces había mucho calor y otras sentíamos el aire fresco», recuerda Bryan.
Jorge Tomás Lavín García, de 14 años, menciona como el momento más difícil cuando se extravió Paneca y se quedaron sin dirección, adentrándose cada vez más en la cueva.
Manuel Alejandro Paneca Sotolongo, de 20 años de edad y técnico en Automática en la Termoeléctrica José Martí, iba al frente de la expedición, y cuando se extraviaron quedó aislado del grupo.
Fue duro, entre la oscuridad nos desorientamos y avanzamos mucho dentro de la cueva, relata Paneca, mientras su mamá Lourdes cuenta que los jóvenes y niños de la zona de la playa siempre van a esas cuevas cercanas como un hobby, sin embargo, no deja de recordar el sufrimiento por tantas horas de incertidumbre.
No tenía la certeza de que Manuel Alejandro estuviera con ellos —manifiesta—, pero cuando me cercioré de que faltaba su linterna, inmediatamente supe que estaba en la misma situación y corrí hacia allá, donde había ya cientos de personas, los bomberos, la policía, la brigada canina, espeleólogos…
A las cinco de la tarde, uno de los padres, preocupado, dio la voz de alarma. Fueron horas de angustia y llanto de las familias.
A las 4:05 de la madrugada encontraron a Paneca, y a las 6:05 de la mañana, al resto de los muchachos.
La provincia de Matanzas cuenta con más de 3 000 cuevas, la segunda del país con mayor número de estos sistemas cavernarios. En los límites de la ciudad cabecera se reportan más de 90, de ahí que con frecuencia sus habitantes las visiten, como en esta ocasión.
Según declaraciones al semanario Girón del doctor Ercilio Vento Canosa, Historiador de la ciudad y experto en temas de Espeleología, esos muchachos pudieron sufrir hipotermia. Agregó, además, que la larga permanencia bajo tierra, unido a la alta humedad, afecta seriamente el organismo, por el desgaste y la pérdida de calorías.
Vento Canosa enfatizó en que para acceder a una caverna se debe contar con la presencia de algún espeleólogo, para evitar situaciones como la de este domingo.
También JR visitó el hospital pediátrico provincial Eliseo Noel Caamaño, donde conversamos con el doctor Ramón Dávila Ramírez, su director, quien precisó que este martes se le dio el alta al último niño que se encontraba en observación, pues sufría de dolor abdominal, y añadió que ninguno de los siete presenta problemas de salud.