Según Orangel Muñoz, a la máquina hay que cuidarla y mantenerla como si fuera un miembro de la familia. Autor: Juan Morales Agüero Publicado: 21/09/2017 | 05:31 pm
AMANCIO, Las Tunas.— Para acceder a ciertos cañaverales del central Amancio Rodríguez se precisa rodar —mejor brincar— por guardarrayas no aptas para vehículos mojigatos. Por fortuna, el viejo ómnibus Girón que nos trasladó hasta allá no figura en ese rango. Así, desafiando el asma de su motor y la artrosis de su carrocería, hizo el viaje de ida y regreso y nos permitió apreciar in situ la proeza de hacer zafra en Cuba.
Apenas echamos pie a tierra en predios de la unidad básica de producción cooperativa (UBPC) Hernán González, divisamos en plena faena una máquina combinada. Según conocí, allí cuentan con tres equipos similares, del tipo KTP-2M. Pero casi nunca armonizan en el cañaveral porque siempre alguno se ausenta por desperfectos. Hoy solo uno está de alta.
A juzgar por los cálculos, por cada máquina que no concurra a los tajos durante una jornada se dejan de tributar al ingenio unas 200 toneladas de la gramínea. Eso entraña menos azúcar, más áreas sin liberar, retardo en la fertilización, aplazamiento de la reposición… Y no son adversidades imputables a los hombres, sino a la técnica.
«El problema son las piezas de repuesto —asegura Frank Soto, programador del lote de 500 hectáreas, cuyo estimado asciende a 42 toneladas por unidad—. Nuestros mecánicos hacen lo posible por mantener las máquinas en servicio, pero no todas las piezas se pueden “inventar”. Aun así, hemos entregado hasta la fecha unas 16 000 toneladas. Es una hazaña si tenemos en cuenta semejantes contratiempos».
Hablan los carretoneros
Los rendimientos de los campos no fueran los mismos sin la contribución de los carretoneros. Se trata de hombres que «peinan» una y otra vez los surcos para alzar a mano la caña que las combinadas dejan. En la UBPC tres carretones y nueve trabajadores agrícolas se dedican a esa labor. En conjunto acopian por día unas 20 toneladas.
«Recogemos tanta cantidad porque aquí el terreno no es completamente llano —dice Gabriel García Ramos, carretonero de 41 años de edad, mientras azuza a sus bueyes Polvacera y Peligroso—. Eso motiva que la combinada tenga que moverse y virarse mucho. Entonces cae más materia prima al suelo. Pero la cifra que le acabo de dar solo se cumple si están picando las tres máquinas. Y eso casi nunca ocurre. Siempre hay alguna con rotura».
Objetividad y subjetividad
Guermi Olivera es el jefe del pelotón de combinadas de la UBPC Hernán González. En su opinión, si las máquinas a su cargo se hubieran encontrado en perfecto estado desde que comenzó la zafra, las estadísticas fueran diferentes. La falta de caña en el Amancio Rodríguez es un mal devenido tradición. Pero en esta UBPC hay caña. Sus problemas son técnicos.
«Imagínese que el plan diario de las tres combinadas es de 340 toneladas y hasta la fecha promediamos solamente 209. Y tenemos dos lotes que casi ni se han tocado aún. La UBPC prevé terminar la actual contienda con 36 000 toneladas. «Pero, por las causas expuestas, hoy apenas contabilizamos 14 000. En total hemos dejado de tirar desde diciembre diez mil toneladas. Nuestro pelotón tendrá que recibir ayuda para poder cumplir con las cifras comprometidas».
Las averías más frecuentes de las KTP-2M son la rotura de correas y el calentamiento de los motores. Los mecánicos de la UBPC concuerdan que, en ocasiones, obtener las piezas de repuesto se dificulta porque hay que importarlas. Pero en otras su demora en llegar carece de justificación. Y ante esas contingencias el «canibalismo» se impone: se toman piezas de una para que otra pueda asistir al campo.
«Hacemos todo lo que podemos para que las máquinas no se paren —asegura uno de los mecánicos—. Le pongo un ejemplo: cuando las remotorizaron, vinieron con radiadores que no eran los que traen de fábrica. Y por esa razón se calentaban demasiado. Les adaptamos aspas y ventiladores de Mercedes Benz y solucionamos en buena parte el asunto».
Un operador de vanguardia
Las adversidades técnicas no constituyen siempre obstáculos insalvables, porque los operadores de las KTP-2M ponen alma y corazón en cumplir sus planes de entrega. Uno de ellos conversó con este reportero:
«Soy hijo de campesinos —dice Orangel Muñoz, de 43 años de edad y 22 sobre las combinadas, quien luce una gorra beisbolera con el emblema de Las Tunas—. Mi padre y mi madre fueron obreros agrícolas. Por tradición, mi familia ha tenido siempre gran apego por la tierra. Me crié en ese ambiente. Y lo continúo».
Orangel venció el duodécimo grado. La enfermedad de sus progenitores hizo que le diera un brusco golpe de timón a su vida. Su deber era ayudarlos económicamente y vio en la mocha y el surco la mejor opción. Fue su debut «profesional» en el campo.
«Trabajé durante un tiempo en los carretones —rememora—. Pero vivía obsesionado con las máquinas. Tanto que me mandaron a una escuela de mecanización y aprendí a manejarlas. Desde entonces no he bajado del volante».
El lote donde las cuchillas de Orangel guillotinan dulzura dista siete kilómetros de su casa, en una comunidad conocida por Ana Luisa 2. Hay que madrugar. Así, abandona la cama a las 4:30 a.m., se toma el buchito de café y una hora después ya está preparado para comenzar a cortar.
«En la zafra pasada piqué más de 11 000 arrobas —precisa—. Y en lo que va de esta llevo más de 4 500 (una arroba equivale a 11,50 kg). Mi meta siempre es convertirme en millonario. Solo una vez quedé por debajo de esa cifra. Sí, lleva muchos sacrificios. Entre estos lidiar con el pica-pica. Una vez tuve que encuerarme y revolcarme entre la paja para aliviarme la picazón. Pero cuando uno ve el resultado de su trabajo, vale la pena».
Y sí, vale la pena. Las quincenas laboradas desde el alba hasta el anochecer propician que el día del cobro Organgel se eche al bolsillo unos 2 000 pesos en moneda nacional. Y los sobrecumplimientos suelen ingresar a su billetera alguna platica en CUC. Con ese capital mejora su calidad de vida.
«La casa donde vivo con mi esposa es de mampostería —agrega—. Me la asignaron como estímulo. Dentro tengo equipo de música, teléfono, televisor, refrigerador, DVD… Ah, y agua corriente, cocina eléctrica y servicio sanitario».
Pero, a pesar de su intensa agenda, Orangel encuentra tiempo para atender un conuco. Con la ayuda de su mujer —obrera agrícola— cultiva boniato, plátano, yuca, maíz… La cosecha les enriquece la cazuela doméstica y les favorece la cría de animales, como cerdos, guanajos y gallinas.
Educador de los jóvenes
Orangel Muñoz desplegó una vida activa durante los 12 años en que militó en las filas de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Su premisa fue siempre el trabajo. Tan ejemplar actitud favoreció que le prendieran de la camisa la Medalla Abel Santamaría y que lo eligieran delegado al XIV Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. También resultó Vanguardia Juvenil y, por tres años al hilo, Vanguardia Nacional del Sindicato de Trabajadores Azucareros.
«Cada vez que se me presenta una oportunidad les hablo a los jóvenes de mi comunidad sobre las oportunidades que ofrece el trabajo honrado para tener comodidades —asegura—. Y, aunque parezca una inmodestia, me pongo de ejemplo. Es que no quiero que caigan en tentaciones negativas.
«Los aconsejo y les digo que nuestro país necesita de la colaboración de ellos para echar pa’lante la economía. Es la única forma de que vivamos mejor. Y no es que todo sea sacrificio y sudor. La diversión no está reñida con el trabajo. Yo mismo, los fines de semana, me llego con mi mujer hasta la discoteca que inventaron en mi barrio, tiro mi pasillo y hasta me doy mi trago. Es la vida también».
El destacado operador sustenta la opinión de que si la UJC funcionara mejor en sus predios, otro gallo cantaría. «El municipio —dice— debe atender mejor a la militancia de por acá. Eso alienta e impulsa el compromiso. No hay sistematicidad.
«Me faltan todavía muchas metas por conquistar, porque soy de los que jamás se dan por satisfechos. Por ahora mi propósito es continuar dándolo todo desde mi puesto de labor. Para vivir mejor y para aportarle más al país».
Y, con una sonrisa bonachona se echa hacia atrás la gorra beisbolera, se vuelve hacia su máquina y trepa al volante a revisar no sé qué mecanismo defectuoso. Ya sobre la Girón, mientras escucho jadear su motor y traquetear su osamenta, pienso que hombres como Orangel, dispuestos y emprendedores, nos mantienen viva la llama de la esperanza.