Retrato al óleo de Francisco Javier Balmaseda. Autor: Yoelvis Lázaro Moreno Fernández Publicado: 21/09/2017 | 05:21 pm
REMEDIOS, Villa Clara.— En un injustificable olvido hasta de sus propios coterráneos, entre escasos papeles amarillentos y muestras museables que apenas se exhiben y se consultan, reposa lamentablemente hoy la genialidad polifacética del remediano Francisco Javier Balmaseda, cuya obra alcanzó una altísima notoriedad en el siglo XIX, junto a la de sus contemporáneos José María Heredia, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Felipe Poey Aloy, José Jacinto Milanés y muchos otros cubanos ilustres de entonces.
Fue dramaturgo, poeta, escritor, periodista, fecundo estudioso de la agricultura y la veterinaria, con probadas habilidades para el trabajo de la ciencia, propugnador de ideas muy radicales para su época —como la inclusión íntegra del ser humano en la vida social y la lucha contra las posturas discriminatorias—, y político que defendió con energía sus profundas convicciones abolicionistas.
Para la historiadora local María Victoria Fabregat Borges, acudir al legado de este cubano de talla enciclopédica constituye, en primer lugar, un acto de justicia a la memoria de quien siempre honró con su inteligencia y sus capacidades creativas a la patria que lo vio nacer, el 31 de marzo de 1823.
«Su rasgo principal fue su vocación filantrópica, que centró en la búsqueda de altos niveles de instrucción pública, con la intención de favorecer a las clases más pobres, de modo que ello trajera consigo un desarrollo de los oficios, la economía y la vida social en general».
Inspirado en el bien
Elegido en 1857 alcalde de su villa natal, este agrimensor de profesión se destacó por promover con su peculio personal la apertura de sociedades de beneficencia y liceos. Su amor por el saber de la tierra hizo que enviara a varios jóvenes remedianos a estudiar agricultura fuera del país, con la finalidad de que esta disciplina adquiriese un carácter científico, para lo que propugnó en su momento varias reformas económicas.
A la figura de Balmaseda —explica la especialista— se le atribuye la fundación, en los años 60 del siglo XIX, de la primera biblioteca pública con que contó la villa, y una de las más antiguas establecidas en el interior del país, para la que donó una buena parte de sus libros. Se dice que la institución abrió sus puertas para iluminar de conocimientos a toda la población de la comarca, sin distingos de raza, ni asociación.
Impulsó y participó en la creación de escuelas primarias en los poblados de Taguayabón y Guanijibe —actual Zulueta—, así como en la de centros de educación nocturnos y dominicales para adultos. Sus inquietudes intelectuales y filantrópicas no solo se concentraron en su suelo de origen, sino que abarcaron otras localidades como Cárdenas y Bejucal.
Hombre de letras
Desde joven —comenta la historiadora— Francisco Javier manifestó sus inquietudes por el mundo de las letras. Siendo apenas un muchacho comenzó a escribir poemas, novelas, comedias y muchos otros géneros.
Lo más destacado de él en este campo no fue la popularidad alcanzada, a diferencia de otros autores más reconocidos, sino la imbricación que tuvieron sus trabajos con el proceso de formación de la nacionalidad cubana y, por extensión, de nuestra identidad cultural.
Cabe mencionar, entre esas creaciones de alto sentido autóctono, su primer libro poético, Rimas cubanas, publicado en 1846. En uno de los poemas, titulado Pleito entre los hombres y las mujeres, con finísimo humor el autor establece, a partir de los nombres una polémica entre uno y otro sexo:
«Las Floras, Luisas y Rosas/ no me agradan por variables/ son las Claras poco amables/ y las Anas orgullosas. Son los Juanes fantasmones/ los Prudencios insensatos/ los Teodocios mentecatos/ y usureros los Simones».
Mención especial —pondera Fabregat Borges— merecen sus Fábulas morales dedicadas a los niños, las primeras en Cuba, que años más tarde llegaron a alcanzar 17 ediciones. Se trata de reflexiones filosóficas escritas con un lenguaje claro, con alusiones muy atractivas a la fauna endémica de la región remediana. En cada una se pone en boca de animales domésticos juicios muy perdurables, con una actualidad que impresiona y una ironía muy sutil. Son textos que destilan cubanía, de fácil entendimiento, cuya utilización en la actualidad en los grados iniciales de la enseñanza primaria pudiera valorarse.
Balmaseda dirigió también varios periódicos y con sus artículos sobre diferentes temas colaboró en numerosas publicaciones de la época, como el Faro Industrial de La Habana, La Idea y El Liceo de La Habana.
Se cuenta además entre los fundadores de la primera publicación impresa de la villa, el Boletín de Remedios, que salía con carácter bisemanal, entre cuyos trabajos de mayor aceptación popular resalta su artículo jocoso La mula de don Casimiro. De igual manera realizó una amplia labor como publicista.
Hombre de ciencia
Si bien lo conseguido en el universo artístico-literario trascendió como una faceta promisoria en su vida, en el campo de las ciencias naturales y exactas fue donde Francisco Javier consiguió un desarrollo más amplio y útil de su intelecto.
Según expone la especialista, Balmaseda estimó como una acción prometedora el negocio de las construcciones de muelles y almacenes de depósito en Cayo Francés, entonces puerto de Remedios, y Caibarién para buques de alto bordo, desde donde se exportaba el azúcar producido en Remedios.
Loable resultó su interés por la diversificación agrícola y el auge de la ganadería, partiendo de un desarrollo propiamente económico. Con tal fin, fundó asociaciones, escribió ensayos y libros. No escapó a sus inquietudes investigativas la importancia de que el estudio y explotación de cada cultivo estuviera en correspondencia con las características y propiedades del suelo.
Algunos contenidos de su obra cumbre en este campo, Tesoro del agricultor cubano, escrita tomando en cuenta su provechosa experiencia agrícola tanto en Cuba como en Colombia, donde permaneció durante varios años, tienen todavía extrema vigencia y son apreciados en la actualidad por especialistas e investigadores de esta rama.
Aspecto relevante en el quehacer de Balmaseda fue su protagonismo en la celebración de exposiciones agrícolas y ganaderas. En 1857 se realizó en Remedios una de las primeras exposiciones de este tipo de la Isla. Los logros de la primera feria repercutieron no solo en esa jurisdicción sino en todo el país.
Vale resaltar —insiste la historiadora— su proyección amplísima sobre la ingeniería civil, pues planteó las ventajas que traería consigo un ferrocarril que enlazara los cayos de la zona norte de la región central, de modo que valoró este medio de transporte no solo para la comunicación, sino también para el florecimiento económico. En Colombia, construyó hasta puentes.
Balmaseda vivió una etapa en la que se desarrollaba de manera creciente la industria azucarera y el ferrocarril representaba el enlace entre las unidades productoras y los puertos, lo que favorecía el comercio de cabotaje con otros lugares de la Isla. Por ello, estimuló la puesta en explotación de una línea férrea que conectara a Remedios con la villa de Sancti Spíritus y que pasara por las comarcas más ricas asociadas a la fabricación del azúcar.
Ideas de avanzada
Es destacable —agrega Fabregat Borges— que este hombre tuvo ideas marcadamente abolicionistas y se opuso con fuertes críticas al injusto sistema colonial español, por lo que fue deportado a la isla africana de Fernando Poó, de la que felizmente logró escapar.
En 1863 se aventuró a pedirle a la Capitanía general de la Isla la posibilidad de crear una sociedad que no permitiera la presencia de personas que practicaran la esclavitud.
Balmaseda sostuvo, además, que en la sociedad donde la mujer no ocupe el primer puesto, el hombre ocupará el último. Esta idea revela su preocupación por la inclusión. Asimismo, consideraba que las féminas tienen el derecho y al mismo tiempo el deber de instruirse si quieren concretar plenamente su misión sobre la Tierra, pues han de ofrecer con su actuación resistencia a tabúes y prejuicios.
A pesar de sus prolongadas ausencias del suelo patrio —añade la historiadora— Francisco Javier nunca olvidó a Cuba, en la que murió en 1907, poco después de instaurarse la República Neocolonial.
Al aproximarnos a su fecundo bregar destacamos a una figura de imprescindible conocimiento para hablar de la economía, la ciencia, la política, la sociedad y la cultura del siglo XIX, por ser gestor de un pensamiento que lo hizo trascender el saber científico y la expresión artística de su época para adentrarse en ideas de vanguardia.