La guerra organizada por José Martí fue un gran combate nacional del pueblo cubano en armas. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 04:54 pm
Sin restarle mérito a los jefes de la guerra de 1868-1878, encabezada por Carlos Manuel de Céspedes, la contienda bélica convocada por José Martí y que comenzó el 24 de febrero de 1895 —de solo tres años— fue la más compleja, árida, triste, dolorosa y cargada de divergencias de las tres que se realizaron contra un poderío militar español con más de 300 000 hombres en Cuba.
Los primeros combates se iniciaron casi simultáneamente en zonas matanceras y en la región oriental.
El Comandante en Jefe Fidel Castro, en sus conversaciones con el periodista Ignacio Ramonet, comentó:
« (…) cuando diez días después desembarcaron Martí y Gómez, ya Maceo tenía a miles de hombres a caballo».
El Jefe de la Revolución resumió así las primeras desavenencias entre los tres principales jefes insurrectos:
« (…) al considerar Maceo que no eran suficientes los pocos fondos que le enviaban para desembarcar en Cuba, Martí se ve en la necesidad de asignar a otro jefe la tarea de organizar la expedición con los recursos disponibles. Maceo viene de esa forma (…) desembarca (…) bajo la jefatura de Flor Crombet, designado provisionalmente por Martí, y lo hace en condiciones difíciles; pronto se pone el Titán de Bronce al frente de miles de hombres (…) Era difícil persuadirlo de que Martí había actuado correctamente ante la desesperada carencia de recursos (…)».
Explica Fidel que llegan Martí y Gómez a verlo y Maceo los recibe casi como invitados. Martí escribe en su diario que Maceo se siente amargado y el primer día él y Gómez duermen fuera de su campamento.
Después entran, discuten y parece que fueron agrias las discusiones. Martí cuenta que Maceo se queja, porque todavía le guardaba un poco de disgusto. Pero finalmente acepta la decisión, pues Maceo era un hombre honesto, noble y disciplinado y lo siguió siendo todo el tiempo.
Martí no era tan conocido
Es innegable que la guerra organizada por Martí fue un gran combate nacional del pueblo cubano en armas. Pero aquel ejército estuvo a ratos salpicado por miserias y debilidades humanas.
No obstante los extraordinarios sacrificios de los insurrectos en esa guerra, los combates ganados, la sangre vertida, el ejemplo de valor demostrado, la humildad de la inmensa mayoría de los integrantes del Ejército Libertador y su escasez de recursos de todo tipo, algunos elementos negativos ensombrecieron la lucha en los tres años de contienda.
En su libro Radiografía del Ejército Libertador, 1895-1898 (Editorial Ciencias Sociales, 2005), Francisco Pérez Guzmán reconoce que el impacto de la muerte de José Martí en Dos Ríos no alcanzó la categoría de trauma psicológico en un mambisado que el 19 de mayo de aquel año concentraba en el territorio oriental las tropas más numerosas.
«La inmensa mayoría de esos insurrectos nunca había visto a Martí», afirma. Lo conocían por referencias orales y muy pocos tenían acceso al periódico Patria.
Los casi 38 días de Martí en la manigua insurgente no fueron suficientes para que cientos de soldados pudieran apreciar sus cualidades como persona, pensador, escritor, orador, organizador e ideólogo principal de la revolución.
El ascenso de Martí a Mayor General —apuntó Pérez Guzmán— perseguía la unidad y cohesión entre el futuro Gobierno de la República de Cuba en Armas y el propio Ejército Libertador.
Pero esta estrategia de Máximo Gómez aportaría graves dificultades, porque el hecho de ser militar no solucionaría las contradicciones entre Gobierno y Ejército. Ello había ocurrido en la Guerra del 68 y en muchos aspectos se repetiría en la recién iniciada.
Su muerte —calificó el citado historiador— no provocó deserciones masivas, ni una reducción de las incorporaciones de nuevos patriotas al Ejército Libertador, en fase de formación.
Sin que ello disminuya el ejemplo, el prestigio y el legado martiano, la posible muerte o destitución de Maceo y Gómez, adujo Pérez Guzmán, sí pondría entonces en peligro la consolidación de la guerra de independencia y la victoria final contra el colonialismo.
La exitosa trayectoria militar de Maceo en la guerra del 68, transmitida oralmente, lo convirtió en leyenda viva desde anónimo soldado mulato sin influencia social de envergadura, hasta Mayor General, historia edificada en la acción militar por las más de 20 heridas sufridas en aquella primera guerra.
En un ejército patriótico multirracial y multiclasista, el sector humilde fue mayoría dentro de la oficialidad. Casi el 50 por ciento de los oficiales y jefes trabajaban en el campo como aparceros, arrendatarios, precaristas, asalariados y pequeños dueños de fincas de labor. El 16 por ciento eran trabajadores con un oficio determinado.
Las crisis entre los jefes
Las crisis más serias entre la dirección insurrecta fueron protagonizadas en su mayoría por jefes veteranos del 68 y demás revolucionarios pertenecientes a esa generación. Las rivalidades personales, prejuicios, egolatrías y las ambiciones de mando, no habían quedado sepultadas durante la etapa conocida como la tregua fecunda, ni por el levantamiento en armas del 24 de febrero de 1895.
Entre los momentos más lamentables sobresalen, por su trascendencia político-militar, el enfrentamiento de Maceo y Martí por la divergencia en la concepción del tipo de gobierno que debía regir en la República en Armas.
También la de Maceo con Bartolomé Masó en relación con el 2do. Cuerpo de Ejército del Departamento Oriental, rivalidad que alcanzó su punto álgido cuando Maceo acusó a Masó de traición por establecer negocios con el enemigo, aunque el Consejo de Gobierno consideró la no existencia de pruebas para proceder.
Comentó Francisco Pérez Guzmán que algunas individualidades asumieron papeles activos, pero las investigaciones en esa dirección resultan escasas e imposibilitan precisar las dimensiones de su protagonismo.
Un ejército sin recursos
La historia se conoce. Pese a discordias, divisiones, desavenencias, discusiones, denuncias, inquinas, envidias, intrigas y peleas, los insurrectos obtuvieron una rotunda victoria —aunque escamoteada por la intervención militar norteamericana— y nadie puede negar los enormes méritos de los mambises en esa guerra.
El número de hombres sin armas de fuego en el Ejército Libertador casi doblaba a los que la poseían, y estos muchas veces tenían solo cuatro o seis balas per cápita.
Miles de cubanos se sumaron al llamado del Apóstol y la respuesta de Independencia o Muerte de los orientales, más la llegada de jefes militares como Antonio Maceo y Máximo Gómez, el arribo a costas cubanas de importantes expediciones, el éxito de la Invasión, la aprobación de la Constitución de Jimaguayú y la formación del Primer Consejo de Gobierno, determinaron que el año 1895 se convirtiera en el de mayor ingreso al Ejército Libertador, con el 42 por ciento de los más de 40 000 mambises registrados.
De lo que en términos modernos llamaríamos un frente amplio, se conformó el Ejército mambí de la última guerra y emergieron nuevos jefes y oficiales, quienes con los veteranos de la guerra del 68 asumieron la responsabilidad de conducir las operaciones militares e incluso la de integrar el órgano supremo de la República en Armas, el Consejo de Gobierno.
Desde el 24 de febrero de 1895 al 25 de abril de 1898, se sumaron a las tropas insurrectas 32 abogados, 67 médicos, 14 dentistas, dos veterinarios, 30 farmacéuticos, 12 ingenieros, 15 periodistas, 111 estudiantes, tres peritos, cinco industriales, 63 propietarios, 96 hacendados y diez comerciantes, 465 en total.
Durante la guerra fueron 120 los ascendidos al grado de General y 27 alcanzaron la jerarquía de Mayor General. De ellos murieron ocho mayores generales, un General de División y 11 generales de brigada.
Entre los oficiales mambises de más edad, estuvo el General de División Juan Fernández Ruz, de 77 años, seguido por los Generales de Brigada Remigio Marrero y Luis Bonne Bonne, de 72 años cada uno.
No pocas unidades de combate de los mambises adoptaron como identidad el nombre de sus pueblos. De los 85 Regimientos del Ejército Libertador, al concluir la guerra, 33 llevaban con sano orgullo la identificación de su localidad. Aparecen los orientales en primer lugar, con 18; seguidos por los villareños, con seis; los habaneros, los matanceros y los camagüeyanos, cada uno con tres, y los pinareños no los imitaron.
Por la política de guerra de Valeriano Weyler, quien intentó diezmar al mambisado privándolo de vituallas, muchos de los combatientes que respondieron al llamado de Martí en La Habana, Matanzas y Las Villas llegaron a vivir semidesnudos, descalzos, desnutridos porque su alimentación se reducía en lo fundamental a viandas. Y en ocasiones la miel, la raspadura, el palmito, el mango, la guayaba devinieron únicos componentes de la dieta del mambí del centro y el occidente cubano. No obstante, merecieron la victoria que Fidel calificó en su diálogo con Ramonet como un Vietnam del siglo XIX.
Fuente:
Pérez Guzmán, Francisco. Radiografía del Ejército Libertador, 1895-1898. Editorial Ciencias Sociales, 2005