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Diálogos con la tierra y el cielo

Aprendió a querer aquellas plantas que desde niño acompañaron su vida de papalotes y escapadas y dieron de comer a la familia

Autor:

Zenia Regalado

Héctor Luis Prieto Caraballo, el Hombre Habano en la categoría de productor en el X Festival Internacional. Foto: María Isabel Perdigón SAN JUAN Y MARTÍNEZ, Pinar del Río.— En el X Festival Internacional del Habano, en febrero pasado, fue seleccionado El Hombre Habano en la categoría de productor, y se convirtió en el más joven de Cuba con esta.

Quien lo vio en la ceremonia, vestido de etiqueta, no imagina que Héctor Luis Prieto Caraballo se siente mejor con el traje de campesino.

En su casita en las vegas de Quemado de Rubí, San Juan y Martínez, junto a Francisco Prieto, su papá, vuelve la vista a sus 36 años: el viejo lo ayuda:

«Era muy intranquilo de pequeño. Siempre estaba haciendo travesuras: se iba al río a bañarse y no lo sabíamos. Otras veces montaba en un camión y se iba hasta Herradura», cuenta el padre.

«Los otros campesinos me avisaban que él caminaba por arriba de la tela del tabaco tapado, otras veces se ponía zancos y recorría así las plantaciones», recuerda el padre mientras mueve la cabeza a ambos lados. Héctor Luis, que lo escucha, asiente con respeto y agrega: «Eran cosas de muchacho».

El tiempo le da la razón. Aprendió a querer y cuidar aquellas plantas que desde niño acompañaron su vida de papalotes y escapadas, y que dieron de comer a la familia.

Durante dos años consecutivos había sido el mejor campesino del país entre los que siembran menos de 100 000 posturas. Él atiende 55 000 de estas, de tabaco tapado.

Por ello cuando en la ceremonia mencionada no vio a ningún sanjuanero entre los candidatos que mencionaban, la ilusión le revoloteaba dentro.

—He escuchado que el tabaco tapado es tan delicado como las rosas más exquisitas...

—Es así; el tabaco es una planta que lleva decenas de operaciones hasta ver las hojas verdes, grandes y hermosas. Y hay que cuidarlo mucho de las plagas, estar siempre vigilándolo.

«El campesino tradicional, los que tienen más años, han nacido debajo de una mata y no hicieron otra cosa. De ellos siempre hay que aprender, como yo hice con mi padre, pero hace falta la ciencia.

«La Estación Experimental del Tabaco de San Juan y Martínez, que siempre está en la primera línea de las investigaciones sobre el cultivo, mantiene permanentes contactos con nosotros; por eso aplicamos todas las técnicas que beneficien al cultivo.

«El desbotonado, por ejemplo, lo hago bajito, para que la hoja crezca más. En la última cosecha obtuve 559 quintales por caballería y 334 de capa de exportación».

Héctor Luis es expresivo, habla con fluidez y soltura y es ágil en juicios, comparaciones y metáforas.

Se graduó como técnico de nivel medio en tornería, en el politécnico Primero de Mayo.

—¿Relación entre la tornería y este cultivo?

—La tornería es todo un arte desde el principio y hasta que das la forma final a la pieza. El tabaco es igual, tienes que hacerlo como si fuera un torno para que quede bien el torcido final. Sin buenas hojas nada de eso se logra. Me gusta ver cuando las están seleccionando, con toda esa cantidad de matices de colores.

Sus caminos han sido diferentes a los de otros jóvenes: salió de su casa a estudiar en la capital provincial, y regresó a la vega. No le ha ido mal y poco a poco mejora sus condiciones de vida.

«No envidio a ningún médico ni ingeniero. Amor con amor se paga», afirma.

Él y su progenitor nunca se pierden el parte del estado del tiempo en el Noticiero Nacional de Televisión. Siempre están al tanto de los datos: si lloverá, si hará calor intenso, si bajarán las temperaturas, o si se acerca un ciclón.

«Esa es la peor noticia, pues tenemos muchas cosas que perder; y aunque el seguro nos protege es mejor no tener que recurrir a él», confiesa.

—¿Los campesinos ya no miran al cielo para cultivar tabaco?

—Claro que sí. Para recolectar necesitamos la luna menguante, porque con esta el cultivo tiene menos agua, se seca con más calidad y pesa más. Esa es una de las tantas cosas que aprendí con mi padre.

Los campesinos suelen ser expertos en dialogar con la tierra y el cielo. A ambos los escuchan, en un lenguaje que tiene siglos de existencia, como el mismo hombre sobre la tierra, con sus creencias y leyendas.

Creció escuchando historias de aparecidos, aunque asegura que nunca ha visto ninguno:

«Dicen que en la que era la casa de Pedro Menéndez —bastante cerca de aquí— salen perros que nadie ve y que los platos se caen solos. Yo no sé si será cierto, pero eso es lo que dicen».

—¿A qué le temes?

—Solo a los alacranes.

—¿Cuándo entras a una casa de tabaco te gusta el olor o te mareas?

—Es uno de los olores que más me gustan. He crecido con él.

Un gato amarillo se pasea por la casa y busca el lugar más seguro para alejarse del bullicio de los campesinos de la CPA V Congreso y los periodistas. Se fue al cuarto y se acostó cómodamente en una de las camas.

Humanos y animales comparten vida y costumbres en el campo, como en los tiempos más remotos; unos le sirven de alimento y otros eliminan a enemigos como los ratones.

Tienen los campesinos su código particular de ética: avisarse ante los peligros, por ejemplo cuando un animal le destroza las plantaciones a otro. Otro aspecto que cuidan es que las crías de cada quien no deben molestar al que vive cerca.

Héctor Luis vela por esas y otras reglas. Es integrante de la junta directiva de la cooperativa V Congreso.

De su padre aprendió que hay que ser respetuoso con el de al lado, y que esa convivencia evita disgustos y problemas.

Pero ambos siguen allí, compartiendo herencias y motivaciones.

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