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¡Van a matar a un hombre!

Dijo el Che segundos antes de ser asesinado por sus captores, el 9 de octubre de 1967 en la escuelita de La Higuera

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El Comandante Ernesto Che Guevara, enemigo de papeles innecesarios, tuvo que llenar una planilla de rutina que le alcanzaron a su mesa de trabajo, a solo unos días de asumir la jefatura militar de La Cabaña, en enero de 1959.

Era un modelo oficial del antiguo régimen con el membrete: República de Cuba, Ministerio de Defensa Nacional. Ejército. Tal vez el jefe guerrillero sonrió al verse llenando un documento con semejante logotipo. Y en el acápite específico de «Heridas recibidas», con su puño y letra característicos, apuntó: «2».1

Sin embargo, otras heridas cicatrizaron en su cuerpo a lo largo de su vida y las últimas le provocaron la muerte en la escuelita de La Higuera.

Las primeras

La primera herida la sufrió con nueve años, en 1938, cuando vivía en Alta Gracia, en la provincia argentina de Córdoba, enfrentando, como jefe de una pandilla de muchachos, el ataque de otra.

Los atacantes lo hacían a veces a caballo y eran esperados a pie firme y recibidos con una verdadera lluvia de «cascotazos» y pedradas lanzadas con hondas.

Pero los proyectiles no siempre eran piedras y cascotes. A veces los dos grupos se lanzaban bulones (tornillos grandes) y tuercas. Fue así como a Roberto, uno de los hermanos del joven Ernesto, casi le rompen una pierna y él mismo estuvo sin poder caminar muchos días a causa de uno de esos proyectiles de metal que lo hirió en un pie.2

La segunda herida fue también en un pie, en su primer recorrido motorizado por América Latina, en 1951, junto a su coterráneo Alberto Granado.

El Che lo escribiría así: «Apenas salimos, tomé el comando y aceleré para recuperar el tiempo perdido; una arenilla fina cubría cierta parte de la curva, y pare de contar: es el topetazo más fuerte que nos diéramos en toda la duración del raid; Alberto salió ileso, pero a mí el cilindro me aprisionó un pie, chamuscándolo algo, y dejando recuerdo durante mucho tiempo, ya que no cicatrizaba la herida (...)».3

Más tarde, el 5 de diciembre de 1956, ya en Cuba, a tres días del desembarco como expedicionario del yate Granma, derramó, de su tercera herida —la más grave hasta el momento— su primera sangre de combatiente, en Alegría de Pío.

Ocurrió minutos después de la tensa disyuntiva entre cargar su mochila de médico o una caja de balas. La suerte lo acompañó al decidirse por esta última. Tal selección salvó su vida, pues un proyectil enemigo dio precisamente contra la caja, rebotó y lo hirió al lado de la garganta. Años más tarde Guevara dijo a su compañero de la guerra, Rogelio Acevedo, que según una radiografía «reciente», tenía el plomo alojado en la columna cervical.4

Al respecto escribió el Che: «Sentí un fuerte golpe en el pecho y una herida en el cuello; me di a mí mismo por muerto (...) Le dije a Faustino (Pérez) desde el suelo, “me fastidiaron” (pero más fuerte la palabra); Faustino me echó una mirada en medio de su tarea y me dijo que no era nada, pero en sus ojos se leía la condena que significaba mi herida (...)».5

Igualmente en la guerra, en el corazón de la Sierra Maestra, el Che recibe su cuarta herida, el 8 de diciembre de 1957, en un choque con la tropa de Sánchez Mosquera, otra vez en un pie, cuando él mismo dirigía el combate. A caballo, a regañadientes, lo llevaron a un hospitalito de campaña improvisado.6

Su compañero desde la Sierra, Leonardo Tamayo —el Urbano de la guerrilla boliviana— se refirió a este memorable episodio: «Los rebeldes decían que el Che era un corajudo porque se enfrentaba al enemigo de pie, sin temor a las balas. Un día yo le pregunté por qué combatía así, pues era muy peligroso, y él me contestó que una vez había sido herido en un pie, y si hubiera estado acostado la bala le habría dado en la cabeza.7

Un compañero de su tropa lo contó así: «Yo fui a La Mesa enseguida a verlo. Y me dijo: “¿No sabes, Pelencho, que estos bribones quieren que yo vaya a Santiago para que me saquen la bala allá y me agarren los guardias? Pero tú verás que yo mismo me la voy a sacar».

Así lo evocó Juana González: «Y cuando salía para la casa de los parientes, acababan de sentar al Che en una mesa para operarlo. No vi la operación, pero sí el lugar donde tenía el plomo, que era en el tobillo. En el momento que lo sientan a la mesa hacía cinco días que no comía y se estaba sosteniendo con una lata de leche nada más, porque él dijo que no le llevaran alimentación ninguna y casi se desmayó. Y él me dijo que le hiciera café».8

El propio Che relató aquel mal rato: «De pronto sentí la desagradable sensación, un poco como de quemadura o de carne dormida, de un balazo en el pie izquierdo que no estaba protegido por el tronco (...) simultáneamente con la herida oí el estrépito de gente avanzando rápidamente sobre mí, partiendo ramas, como a paso de carga (...) no podía levantarme, porque estaba directamente expuesto al fuego enemigo (...) en el mismo momento en que aparecía uno de los combatientes nuestros de nombre Cantinflas (...) Oñate de apellido (...) una bala le penetró por el omóplato después de cubrir una curiosa trayectoria. Ya éramos dos los heridos en el mismo lugar (...) Cantinflas se fue desangrando y yo, que a pesar del dolor podía moverme mejor, llegué hasta donde estaban los demás para pedir ayuda (...) Uno o dos días después del combate, Machadito (José Ramón Machado Ventura), con una cuchilla de afeitar, me operó la herida, extrayéndome la bala de carabina M-1, con lo que rápidamente inicié el proceso de curación».9

Guevara, por modestia, para restarle importancia, dijo a sus compañeros que la herida fue en el calcañal.

La quinta herida tuvo también un escenario de guerra, en diciembre de 1958. Fue al saltar una azotea en el combate para tomar la ciudad villaclareña de Cabaiguán. Tropieza con una antena de televisión y se golpea con unas latas de flores. Ello le provocó una pequeña herida en el arco superciliar derecho, una fisura ósea en el brazo derecho y unas leves lesiones articulares en la muñeca y en el codo de esa extremidad.10

Fue en la Comandancia de la provincia de Pinar del Río, en Consolación del Sur, 27 meses después del triunfo, a mediados de abril de 1961, cuando el Che resulta herido por sexta vez, de un modo accidental.

En aquella ocasión, que pudo ser fatal, al Che se le cae su arma, que se dispara y el plomo lo hiere en la cara, aunque no de lleno, sino a sedal, no obstante con un sangramiento profuso. Lo conducen hacia el hospital provincial de Pinar del Río, donde por su alergia se niega a recibir anestesia. Fue atendido por los doctores Pérez Lavín y Ángel García, y por la enfermera Olga Alarcón. Allí permaneció varias horas antes de retornar a sus funciones. De ello nos habló el cirujano Orlando Fernández Adana, médico de su columna y jefe de sanidad de La Cabaña en ese momento, quien lo atendió directamente en aquella ocasión.11

Su séptima herida fue muy lejos de Cuba, en la Quebrada del Yuro, entre las quebradas de la Tusca y la de Jagüey, el 8 de octubre de 1967. Fue la última en combate y la única que recibiera en las selvas bolivianas. El sitio exacto se conoce como La Huerta de Aguilar, porque el «dueño» de ese punto del monte se llamaba Florencio Aguilar.

Fidel lo comentó de este modo: «Así estuvo combatiendo hasta que el cañón de su fusil M-2 fue destruido por un disparo, inutilizándolo totalmente. La pistola que portaba estaba sin magazín. Estas increíbles circunstancias explican que lo hubieran podido capturar vivo».12

La herida la recibió en el tercio medio de la pierna derecha. No tenía zapatos, sino unas «abarcas» (calzado rústico que solo cubre la planta del pie) hechas por él mismo para poder caminar en el monte.13

Fue obligado a caminar con su pierna herida hasta La Higuera donde fue recluido en una de las dos aulas de la escuelita de ese caserío, con las manos amarradas y vigilado rigurosamente, hasta que vino la orden de la CIA de asesinarlo, al filo de las tres de la tarde del 9 de octubre de 1967. Recibió entonces ocho heridas de bala, seis en el tórax y dos en las extremidades.

Segundos antes, cuando se vio sin ningún recurso de defensa frente a sus captores, había lanzado su última orden de combate: «¡Disparen, que van a matar a un hombre!».14

Leyenda

1Un hombre bravo, Adys Cupull y Froilán González, Editorial Capitán San Luis, 1994, p. 390.

2 Mi hijo el Che, Ernesto Guevara Lynch, Editorial Arte y Literatura, 1988, p.205.

3 Notas de viaje, Centro Latinoamericano Che Guevara, 1993, p.p. 4 y 117.

4 El Che que yo conocí, Rogelio Acevedo, Verde Olivo No. 6, junio 1988, p. 50.

5 Alegría de Pío, Ernesto Che Guevara, Verde Olivo, No. 42, 22 de octubre de 1967, p.8.

6 Un hombre bravo, p. 113.

7Che en Cuba y en Bolivia, Leonardo Tamayo y José Mayo, revista Tricontinental, No. 137, julio 1997, p. 43.

8 Che Sierra adentro, Froilán Escobar y Félix Guerra, Instituto del Libro, 1988, p.p. 233-234.

9Combate Altos de Conrado, Ernesto Che Guevara, Verde Olivo No. 42, p.14.

10 Che, niñez, adolescencia y juventud, Fulvio Fuentes y Aldo Isidrón del Valle, Bohemia, 20 de octubre, 1967, p.71. 11Testimonio del cirujano cubano Orlando Fernández Adán.

12 Una introducción necesaria, Fidel Castro, prólogo al Diario del Che en Bolivia, Editora Política, 1988, p. XXIV.

13Para siempre Che, suplemento de Verde Olivo, teniente coronel Isora Gutiérrez, 1997.

14Perfiles, Armando Hart Dávalos, Editora Pueblo y Educación, 2002, p. 263.

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