Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Juventud Rebelde

La tecla del duende

Vecinos, ruidos, ¡acción!

Mi vecina

Ay qué tremenda vecina/ la de al lado de mi casa./ Al tanto de lo que pasa,/ querida de esquina a esquina./ Su carisma contamina/ ande a pie o en bicicleta./ Ya con nombrar a Enriqueta/ llega la luz, merodea/ y la dicha nos rodea/ en el camino a la meta.

Por su afán colectivista/ cuando el empeño la reta/ una foto de Enriqueta/ luce el mural cederista./ Un día sin cortapisas/ con ganas de celebrar/ se propuso festejar/ los saldos emulativos/ y el quehacer del colectivo/ entre amigos disfrutar.

Una fiesta armó Enriqueta/ que no tendría final./ En la mesa había tamal,/ asado, ron de etiqueta/ y de pronto unas croquetas/ empezaron a explotar./ Ya podrán imaginar/ que se formó el corretaje/ y ella perdió el maquillaje/ acabado de estrenar.

Hasta el patio fue a parar/ un plato de chicharrones/ y volaron los tostones/ intactos al paladar./ En el desorden sin par/ algo ocurrió de repente./ Aturdida y sonriente/ inmersa en la algarabía/ Enriqueta repetía:/ ¡Que no se vaya la gente! (Noel Oliva Gómez, Jovellanos, Matanzas)

El eléctrico: con luz propia

(…) El Eléctrico... es un lugar en transformaciones; tiene buenas casas y las hay añejas; tiene escuelas primarias, segundarias, policlínicos, médicos de la familia, club de computación y casa de cultura; sus calles… bueno, posee calles, por supuesto, comercios y otros servicios.

...Mi primera impresión fue escribir algo de sus necesidades, lo que nos falta por hacer, o sea, seguir la moda de reírnos un poco de nuestros problemas; pero luego razoné que ello es sumarnos al facilismo en boga. Me pregunté: ¿Qué da luz al barrio del Eléctrico? ¡Claro… sus habitantes! Sin ellos no existe barrio… Por tanto, es la población el principal objetivo de mi descripción. ¿Qué tiene sus habitantes de particular?, preguntará usted.

¿Sabe por qué nos hacemos llamar del Eléctrico? Sus primeros vecinos fueron obreros de la antaño Compañía Eléctrica. Para ellos fabricaron sus hogares próximos a la Calzada de Managua. Después del triunfo revolucionario, al Ejército Occidental le pareció buen lugar para tener a sus oficiales y comenzaron a construirse edificios tipos Girón; luego también vinieron los policías, y, años después, se construyeron edificios y casas para otros segmentos poblacionales, como, por ejemplo, familiares y amigos de otras provincias que deseaban estar en La Habana.

Con el pasar de los años, ya es una localidad donde vivimos todo tipo de personas; eso sí, con sus particularidades e igualdades. Tiene su población fija y otras flotantes; conviven personas viejas (bastantes) y jóvenes, hay militares y civiles, mujeres hermosas y hombres. Pero nos siguen definiendo como Barrio Militar, aunque cada año que pasa, por razones del tiempo, quedamos menos. Aquí seguimos viviendo a la antigua en muchas cosas: muchos CDR hacen guardias nocturnas, nos gusta el aire puro, sin óxido de carbono; cuando llega la temporada seca, sabemos cómo ahorrar el agua; disfrutamos de los coches, sin tener que ir a Bayamo y sin ser turistas; como casi todos nos conocemos, tenemos la colaboración en la cola de la bodega, la farmacia y de la carnicería; cuando alguien se enferma, va de viaje, se muda, es noticia de la mañana y siempre hay un brazo amigo que te ayuda. En fin… somos una gran familia.

Esto no quiere decir, como en todas ellas, que no existan sus peleas… Pero les garantizamos un barrio tranquilo, solidario, oxigenado y, lo principal: como somos del Eléctrico, cuando se va la luz… nos alumbramos entre nosotros mismos. Así es nuestro barrio, algo que no encontrará en toda la ciudad de La Habana. Por ello le invitamos a visitarnos... (Pablo E. Valdés Pérez, Arroyo Naranjo, La Habana)

Ampanga

Ampanga siempre estaba sentado en el Mercadito de 5ta. y 4, en El Vedado. Por lo regular lo acompañaba un pomo de guachipupa, es decir, una mezcla de borra de café, colada con alcohol de bodega. A su lado estaba su fiel compañero, un perro sato que decía era el único can que tenía nombre y dos apellidos: Terry Malla Dorada.

Jocoso a veces, pero casi siempre peleón, protestaba por todo y nada le parecía bien en dependencia de la cantidad de guachipupa que hubiera injerido ese día. Antes de caer en ese estado paupérrimo, la gente del barrio lo reconocía como un excelente plomero, también haciendo pequeñas peceras. Muchos fiñes del barrio tenían una pecera hecha por Ampanga.

Una vez lo vi trabajar en la casa de un vecino, estaba cambiando un fregadero y cuando iba a realizar las uniones, sacó un pomito con salfumán y con una mota de tela le untó a las roscas. Miró que yo lo observaba y me dijo socarronamente «por aquí seguro que no se sale». Hoy los plomeros generalmente usan las famosas javitas como sellador.

En cierta ocasión, Ampanga estaba en su punto, echando pestilencias, cuando pasaron dos periodistas extranjeros que quisieron hacer zafra con el desdichado hombre y uno de ellos, cámara en mano, le hizo una pregunta buscando una respuesta contra el proceso revolucionario.

Se paró de su asiento de cemento y un tanto tambaleante los miró fijamente y les dijo a rajatabla: «en tu país no regalan corazones, así que dale pa’...» y soltó una palabrota.  Quería decir, pienso, que en el país de ellos los trasplantes costaban carísimos y en Cuba eran gratis. El periodista bajó la cámara y siguió su camino un tanto desilusionado con la respuesta de Ampanga.

A veces traía algunas piezas de plomería que las situaba a su lado y ligaba su precio a las medidas de la bebida, dígase ron de pipa. Codos, tapones, pilas viejas de agua, estaban valoradas según su criterio etílico. Le preguntaban, por ejemplo... ¿cuánto vale esa pieza? y él respondía: un cortico (un vasito, cinco pesos), una media (una caneca 10 pesos) o una entera (una botella 20 pesos).

Ampanga, cuyo apodo procedía de su forma de ser, porque era de «ampanga», no tenía ningún familiar, solo su perro. Con la entrada de un fuerte frente frío murió este personaje pintoresco de mi barrio y, curiosamente, al otro día murió también Terry Malla Dorada. (Rafael García Breto, El Vedado, La Habana)

Próxima parada se baja tu cama

Hace muchos años un viaje en un carro de alquiler, a los que hoy popularmente llamamos almendrones, costaba una bagatela. Por ejemplo, de Falla a Morón eran cuarenta centavos, y así por el estilo. Para los bateyes, lo que se conocía entonces como las colonias no existían las guaguas y las máquinas iban hasta con 20 haitianos, jornaleros emigrantes que vivían hacinados en barracones.

En ocasiones se viajaba mucho más lejos, lo que hacía el viaje tedioso y aburrido para la mayoría de los pasajeros, influyendo además la hora en que se efectuaba, aunque muchos se iban quedando a lo largo del trayecto, algo que en aquel viaje a Florencia aprovechó Israel, corpulento guajiro, para acomodarse en el asiento trasero toda vez que ya se había ido desocupando. Acomodó su cabeza en el hombro del que viajaba a su lado derecho, se cubrió el rostro con su amplio sombrero de guano y a roncar se ha dicho.

Pasados unos veinte minutos, una voz interrumpió el silencio:

—Chofero, para en la puente que viene —se trataba de un haitiano, que era justamente el que viajaba al lado de Israel.

Al detenerse el auto, tocó suavemente por el hombro al plácido guajiro durmiente que de nada se había enterado y le dijo:

—¡Amingo, cama tuyo se queda! (Pedro Filomeno Leiva Rodríguez, Ciego de Ávila).

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.