La tecla del duende
Con tantas conmociones naturales y humanas que vive la Tierra a diario, el recuerdo de sensaciones límite nos acompaña perennemente. De la galena cubana Soraya Dueñas son estas líneas, evocación del terremoto de 2016 en Ecuador.
«Hacía más de un año que vivía en ese pueblecito costero, en una de las provincias que serían más afectadas por el sismo, Esmeraldas(…) Estaba casi anocheciendo (…) y comenzó a moverse todo como solo los que lo vivimos podemos saber. Tomé del brazo a una vecinita que me visitaba en ese momento y le dije: “No grites, no te asustes, no te sueltes de mi mano y corramos a lo más alto del pueblo”. Tan fuertes y rápidos eran mis latidos que ella me decía: “Suélteme, doctora, que tiene corriente”.
«Fueron los 47 segundos más largos de mi vida: las personas salían de sus casas, se abrazaban y rezaban. Nadie sabía qué estaba sucediendo, pasaron tantas ideas por mi cabeza. (…) Lo primero que pensé fue que dos inmensas manos sacudían el globo terráqueo, pero con saña, con fuerza brutal que nos hacía caer al suelo, que lograba desprender paredes. Luego pensé que era la guerra (…). Al fin dejó de moverse, nos preguntamos todos si estábamos bien e inmediatamente comenzó la salida hacia la montaña más cercana donde estaríamos hasta el amanecer (…). Llegaban por la radio noticias mal redactadas e indebidas; como extrañé nuestra tan acertada Defensa Civil.
«En una casa deshabitada en lo más alto que encontramos, pero aún algo cerca de la costa, nos refugiamos aquella noche más de la mitad de los pueblerinos, unas 25 o 30 familias; acomodamos a los niños en mantas y tres o cuatro colchones y compartimos el agua y unos pocos alimentos que alguno que otro alcanzó a llevar ante la salida inminente del pueblo por peligro de tsunami. Estuve incomunicada hasta el otro día. ¿Cómo avisar a mi familia que no me había ocurrido nada? Los siguientes dos meses estuvimos fuera de las casas, pasando la noche bajo casas de campaña o simplemente sombrillas de playa, porque temíamos estar bajo techo por las constantes y fuertes réplicas. Muchas personas murieron aplastadas en otras zonas; allí cocinábamos en colectivo, aportando lo que cada familia podía. Quedaban muy animadas y sabrosas las comidas, los tapados arrechos, los encocados de pescado. Sentí el agradecimiento de aquellas personas que no tuvieron que salir de su pueblo para ser atendidos; allí se quedó su doctora que los acompañaba y comenzaba la consulta cada mañana».
Será el sábado 16, 2:00 p.m., en la Fragua Martiana.