Lecturas
El anuncio de la construcción de un hotel en la Avenida 23, frente a la heladería Coppelia, ha movido a la opinión pública habanera. Es netamente cubano; quedará listo en 2022 y será, con sus 42 pisos, 525 habitaciones y sus 154 metros de altura, el establecimiento hotelero más grande y alto de la Isla.
Eso equivale a decir que superaría al Habana Libre y, por supuesto, al Habana Riviera, que con las 400 habitaciones con que se inaugurara en 1957, alcanza una altura de 71 metros sobre el nivel del mar.
El nuevo hotel no solo superaría al resto de los establecimientos hoteleros existentes hasta ahora en la Isla. Se convertiría realmente en la mayor altura conseguida aquí por la mano del hombre. Más alto incluso que la pirámide del monumento a José Martí en la Plaza de la Revolución. Aun así no sería el mayor hotel que se construyó aquí hasta ahora.
Van algunos datos.
Fue en la década de 1770 cuando se construyeron en la ciudad las primeras edificaciones de dos plantas. En el siglo XIX empiezan a ser frecuentes los edificios de tres plantas, y ya hay algunos con apartamentos para alquilar, modalidad esta que se generalizaría después de 1917.
A lo largo de la historia hay siempre una edificación que, aunque hoy nos parezca ridícula por la escasa escala conseguida, fue la más alta de su tiempo. La torre de la Basílica Menor de San Francisco de Asís, de unos 40 metros, fue la mayor altura que se consiguió durante la Colonia, no solo en La Habana, sino en toda la Isla. Ya en la República, uno de nuestros primeros rascacielos lo fue, en 1909, la Lonja del Comercio. Causó sensación y escándalo por su altura y sus elevadores, aunque el ascensor era ya un invento conocido en La Habana desde los finales de la centuria anterior. Años después, el edificio Carrera Jústiz, en San Lázaro y Manrique, alcanzaba asimismo categoría de rascacielos. Tenía ocho pisos, pero no había en la ciudad nada que se le semejara en altura.
Se impone mencionar el edificio López Serrano, en L y 13, con 14 pisos. El edificio Bacardí, en Monserrate, con 12, y el edificio América, también con 12 plantas y dos más en la torre. Con sus diez pisos, el hotel Presidente fue en 1928 uno de los edificios más altos de La Habana. No lo es desde hace mucho tiempo, pero sigue siendo perfectamente distinguible e identificable en el entramado urbano.
Mencionemos además los edificios del Retiro Odontológico, en la calle L, frente a Coppelia, y el del Seguro Médico, en 23 y N. El edificio del ICRT, en 23 y M, concluido en 1947, fue en su momento motivo de admiración para los cubanos, que pudieron apreciar en esa obra de los arquitectos Junco, Gastón y Domínguez, el primer conjunto —cine, comercios, oficinas, restaurantes, una agencia bancaria, estudios de radio… todo en un solo inmueble— realizado en la ciudad con el vocabulario de la arquitectura moderna; notable no solo por su escala, sino por el vínculo que logró establecer con el sistema vial existente.
Ocupan sus lugares en este registro la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, en la Calzada de Reina, con 81 metros de altura total, y por ahí anda, metros más, metros menos, el edificio de la Gran Logia Masónica, en Carlos III y Belascoaín. La cúpula del Capitolio es, por su diámetro y altura, la sexta del mundo. La linterna que la remata se halla a 94 metros del nivel de la acera, y en el momento de inaugurarse el edificio solo la superaban, en su estilo, la de San Pedro, en Roma, y la de San Pablo, en Londres, con 129 y 107 metros de alto, respectivamente.
La misma altura del Capitolio tiene, con 24 pisos, el edificio del Ministerio de las Fuerzas Armadas, en la Plaza de la Revolución, y 112 metros la torre del hospital Hermanos Ameijeiras. El edificio Focsa alcanza los 121 metros sobre el nivel de la calle, y era en 1956 el segundo inmueble de hormigón más alto del mundo, superado solo por el edificio Marinelli, de Sao Paulo, en Brasil, con sus 144 metros. El edificio del Habana Libre totaliza 126 de altura sobre el nivel del terreno. Y el monumento a Martí, 141,95 metros hasta sus faros y banderas, dato este que ofrece Emilio Roig en su libro La Habana: Apuntes históricos.
Así, el proyectado hotel de la avenida 23 tendrá unos 12 metros más que el obelisco de la Plaza. Pero no será el mayor hotel construido en la ciudad, pues esa marca corresponde al Habana Libre, que en el momento de su inauguración, el 19 de marzo de 1958, disponía de dos parqueos en sus sótanos, un piso principal con un gran vestíbulo, recepción y administración, un mezanine y 21 plantas con 630 habitaciones y 42 suites.
¿Es cierto que don Martín de Andújar, cuando talló en madera la imagen del San Cristóbal que se conserva en la Catedral de La Habana, introdujo en el pecho del santo una carta en la que rogaba al patrono de la ciudad misericordia para su alma?
De la Catedral habanera, legos y entendidos elogian su fachada, que es, decía Alejo Carpentier, «música convertida en piedra», mientras que para Lezama Lima se trata de un templo que se ubica en «la zona del primer hechizo habanero», en el lugar más bello y armonioso de la urbe. Hablan asimismo acerca de su piso de baldosas de mármol negro y blanco, de sus ocho capillas laterales, entre las que sobresalen la de Santa María del Loreto y la llamada del Sagrario, y del monumento funerario, obra del escultor español Antonio Mélida, que, en la nave central del templo, guardó las supuestas cenizas de Cristóbal Colón y que fue llevado a España al cesar la soberanía española en la Isla.
Muy pocos aluden a sus campanas, todas de un valor enorme, aunque de una de ellas, en particular, un obispo dijo que valía más que mil vidas como la suya.
Una de esas campanas fue fundida en 1647 y lleva la firma del artista fundidor, además de una inscripción de garantía que únicamente poseen las más reputadas campanas del mundo. Dice: «D. V. M. Eleverenter. P.S.A. L. 72». Pesa 165 arrobas, esto es, más de 4 000 libras. Otra, relativamente joven, data de 1762, fecha en que la armada británica ocupó la ciudad, al frente de cuyo obispado estaba entonces Pedro Agustín Morell de Santa Cruz. Tiene dos metros de alto, seis pulgadas de espesor y bajo ella 14 hombres pueden encontrar refugio. De todas las campanas de este templo, la más reciente es de 1804.
Figura entre estas la famosa campana del ingenio Maynicú, cedida a la Catedral, como una reliquia histórica, por el propietario de esa fábrica de azúcar, don Pedro Iznaga. Se supone que sea una de las campanas más antiguas llegadas a Cuba.
La más interesante de todas corresponde a 1643 y desde el trinquete de madera y guano de la capilla primitiva al sólido campanario de la Catedral de hoy, ha resistido todas las calamidades, desde ataques corsarios hasta las adversidades climáticas.
Se fundió el 22 de agosto del año mencionado —casi siglo y medio antes del descubrimiento de la Isla— en Nuestra Señora de la Caridad de los Remedios, España. Se supone que llegó por el puerto de Santiago de Cuba, en fecha no precisada, y fue trasladada a La Habana en 1519 para ser emplazada —hay constancia de ello— en el rústico templo que se convertiría en Parroquial Mayor y que se erigió en el espacio que ocupó después el Palacio de los Capitanes Generales. En 1538 el trinquete que la sostenía fue incendiado durante un ataque pirata y la campana cayó de su férreo soporte. Lo mismo sucedería en 1741, cuando la explosión en el puerto de La Habana del navío Invencible dejó a la Parroquial en estado calamitoso. En 1762 los ingleses reclamaron la campana al obispo Morell de Santa Cruz como parte del pago de su rescate. Respondió el prelado:
—Mi vida vale muy poca cosa, pero si tuviera algún valor es bueno que ustedes sepan que esa campana vale más que mil vidas como la mía.
El gran compositor ruso Sergio Prokofiev se alojó en el hotel Victoria. La terraza del lugar fue escenario de la ardua entrevista que sostuviera con Federico García Lorca, impresionado con la música trepidante, de ritmos incisivos y vivas aristas, del autor de Visiones fugitivas, a quien solo en La Habana pudo escuchar en vivo. Un hombre tan exquisito, arisco y difícil como el español Juan Ramón Jiménez, premio Nobel de Literatura, lo escogió para su estancia habanera entre 1936 y 1939, y en la habitación del piso más alto del hotel trabajó en sus libros y siguió en silencio la tragedia de la guerra que desangraba a su patria. En la misma época, don Ramón Menéndez Pidal, presidente de la Academia Española de la Lengua, visitaba con frecuencia el establecimiento para almorzar con el autor de Platero y yo, encuentros a los que solía sumarse el erudito cubano José María Chacón y Calvo. Allí se alojó el hispanista alemán Karl Vossler, y Lezama Lima acopió el material para su célebre Coloquio con Juan Ramón Jiménez.
Otro premio Nobel, Gabriela Mistral, fue también huésped de esta instalación. La estancia de tan célebres escritores motivó, en cada momento, la presencia en el Victoria de importantes poetas cubanos como Dulce María Loynaz, Emilio Ballagas, Mirta Aguirre, Fina García Marruz y Cintio Vitier, que terminaría bautizándolo como «el hotel de los poetas».
¿A qué viene esto? Sucede que este hotel íntimo, discreto, elegante y acogedor cumplió 90 años de fundado, lo que lo convierte en el establecimiento hotelero más antiguo del Vedado. Un hotel con «ángel», que a lo largo de los años asentó todo un hábito de prestigio y el empeño por mantener una marca de primera clase. Un hotel con tradición y sello propios, que, con distinción, conserva el aura de una época.