Lecturas
Combatieron a las órdenes de Ignacio Agramonte, Francisco Carrillo, Julio Sanguily, Carlos Roloff, Calixto García… merecieron, por su valor y firmeza, el reconocimiento de esos caudillos y también el de Máximo Gómez, tan parco en sus elogios. En 1892, Gonzalo de Quesada, en un largo artículo que incluiría en su libro Mi primera ofrenda, hace un sucinto recuento de la participación de los chinos en la Guerra de los Diez Años y en la llamada Guerra Chiquita.
Llegaron a Cuba como esclavos y comprendieron que el gesto del 10 de octubre de 1868 significaba su libertad. Menciona Quesada acciones en las que se derrochó heroísmo y recuerda, hasta donde puede en función del espacio, el nombre ya castellanizado de sus protagonistas, como aquel temerario teniente Pío Cabrera, siempre en la primera línea del combate; ese modelo de patriotismo y lealtad que fue el chino Liborio, ayudante del general Modesto Díaz, el capitán Juan Díaz, que murió besando la bandera cubana, o Tancredo, capturado mal herido y que al oírse llamar con desprecio «chino manila», ripostó, mirando a los ojos de su enemigo, que él era un teniente del Ejército Libertador y pedía que lo fusilaran.
Frente al sanguinario Valmaseda, los chinos dieron muestra de su valor en Oriente. En Las Villas se distinguieron de manera notable. En Camagüey, al mando de oficiales chinos, estuvieron en todas las batallas y luego de la caída de Agramonte, en Jimaguayú, atacaron a las fuerzas españolas en soberbia línea de batalla. Apunta Quesada: «¡Qué bien le pagaron al General! Agramonte, por su parte, los tuvo siempre en alta estima».
Fue precisamente Quesada, en aquellas páginas de 1892, quien habló antes que nadie de erigir un monumento que honrara el patriotismo de los chinos que lucharon por la independencia de Cuba. Se inauguró, al fin, el 10 de octubre de 1931, en Línea y L, en El Vedado; una columna de granito pulido a brillo de espejo, obra del escultor Fritz Weigel, como una forma de honrar a los que compartieron con el esclavo negro y el esclavo blanco largos años de sufrimiento y victoria en la que se leerían las sentidas palabras de «¡No hubo un chino cubano desertor; no hubo un chino cubano traidor!» que el imaginario popular atribuye erróneamente a Máximo Gómez, que bien pudo haberlas dicho, pero cuya autoría, no reconocida en el monumento, corresponde a Quesada.
El escribidor trae a colación esa pequeña historia de valor, patriotismo y lealtad en ocasión del 150 aniversario del inicio de las gestas por la independencia de Cuba. Resulta asimismo oportuna la evocación porque la 27ma. Feria Internacional del Libro de La Habana, que tiene al historiador Eusebio Leal como figura central, tiene a China como país invitado de honor.
Precisamente durante esa fiesta de los libros que se lleva a cabo en la fortaleza de San Carlos de La Cabaña, la Fundación Fernando Ortiz, que preside el poeta y etnólogo Miguel Barnet, puso en circulación un plegable sobre la presencia china en Cuba. Su realización, idea del creador de Biografía de un cimarrón, fue acometida por un colectivo de autores que confió al Doctor Jesús Guanche el texto central de la obra. Un plegable que, aparte de la información que asegura es, por su diseño y colorido, un regalo para los ojos. Se enriquece con la reproducción de sendas piezas de dos figuras de la plástica cubana, Wifredo Lam y Flora Fong, descendientes ambos de padres chinos y madres cubanas.
De mucho interés es en el plegable el recuadro que recoge, por sexo, los datos sobre la población china originaria reflejados en diferentes censos realizados en la Isla. El censo de 1861 empadronó 34 771 varones y 57 mujeres. El de 1877, 40 261 varones y 66 hembras. El de 1919 poco más de 10 000 varones sobre 284 féminas, y el de 1953, 11 350 varones y 484 hembras, mientras que en 1970 se registraban 5 710 hombres para 182 mujeres.
«A diferencia de otros procesos migratorios de Europa, África y América hacia Cuba, la presencia china ha sido la más desequilibrada en la composición por sexo, por lo que a nivel familiar la mayoría absoluta de los matrimonios son mixtos, compuestos por padre chino y madre nacida en Cuba, independientemente de su aspecto físico. Esto también explica la rica diversidad de los fenotipos cubanos descendientes de chinos por una o varias generaciones, en las que no solo se evidencia el pliegue epicántico de los ojos, sino la forma del rostro, la forma y el color del cabello, la talla, la pilosidad, la estructura dentaria y otros parámetros que permiten distinguir y relacionar la diversidad de la especie humana», escribe el Doctor Guanche en su nota.
Añade: «Ya han pasado varias generaciones desde la llegada de los primeros chinos a Cuba. Hacia 1980 solo quedaban algo más de 4 000 oriundos de diferentes distritos de Cantón (….) La mayoría eran ancianos y en la actualidad esta población ha decrecido a unos 400 en todo el país, pero la descendencia se ha multiplicado y diversificado de múltiples maneras. Esa descendencia forma parte plena de la sociedad cubana contemporánea».
Las influencias culturales trascienden el ámbito de las asociaciones chinas y forman parte del patrimonio cultural cubano. Es profunda la presencia china en los hábitos alimentarios de la Isla. La danza del león está presente en los festejos del carnaval de La Habana. Instrumentos musicales como la caja y la corneta chinas se hallan integrados a determinados conjuntos de música tradicional cubana. La caja se emplea en conjuntos instrumentales de danzón, son y rumba, en tanto que la corneta se destaca en conjuntos instrumentales de conga del oriente del país. Recuerde el lector su sonido inconfundible en viejas grabaciones del conjunto musical del inmortal Miguel Matamoros.
Varias fechas de mucha significación se anota esa comunidad. Entre otras, la de la llegada de los primeros culíes, en 1847, y la liberación de los primeros contratados, en 1853. La venida, en 1860, de los primeros chinos californianos, año ese en que se aprueba, el 7 de julio, el Real Decreto sobre la introducción de asiáticos y el reglamento para su gobierno.
Otra fecha importante es la del 10 de febrero de 1877 cuando en el Pacto del Zanjón se reconoce la libertad de «los colonos asiáticos y esclavos que se hallen hoy en las filas insurrectas». En 1883 se extinguen los contratos de los últimos culíes.
Un salto en el tiempo. Al igual que hubo chinos en el Ejército Libertador, hubo también descendientes de chinos en la más reciente lucha de liberación nacional. En 1960 se forma la brigada de milicianos chinos. En 1993 se celebra el centenario del Casino Chung Wah, y cuatro años más tarde se festeja por todo lo alto el 150 aniversario de la presencia china en Cuba.
Tal vez se impone una precisión. El Casino chino Chung Wah no patrocinaba juego alguno. Dicen los especialistas que resulta erróneo llamar «casino» a lo que es en verdad una federación de sociedades que propendía la unión de toda la colonia por encima de filiaciones político-partidistas. Tenía delegaciones en todas las ciudades de la Isla donde viviera determinada cantidad de chinos.
¿Cuál era entonces su objetivo? Uno de ellos al menos era el de dirimir querellas o conflictos entre afiliados a distintas sociedades; diferencias que casi nunca llegaban a los tribunales. Si dos chinos del mismo apellido y afiliados por tanto a la misma sociedad tenían un pleito, sus directivos zanjaban o componían la desavenencia. El Casino intervenía cuando los querellantes pertenecían a sociedades diferentes.
Una curiosidad. En el plegable de la Fundación Fernando Ortiz se consignan los nombres de los combatientes chinos más destacados en las guerras de independencia.
Entre 1847 y 1883 unos 150 000 culíes sufrieron en la Isla peores condiciones de explotación que los africanos y sus descendientes. Llegaron también chinos procedentes de California, víctimas de la xenofobia norteamericana. Se asentaron en áreas urbanas y, dice Guanche, «por su condición social de hombres libres, emprendedores comerciantes y muy laboriosos contribuyeron al desarrollo incipiente de la comunidad china en Cuba». Unos 5 000 chinos llegaron por esa vía entre 1860 y 1874 y el proceso continuó, y ya en los primeros años del siglo XX llegaban hombres directamente de China para extenderse por todo el territorio nacional: era una fuerza de trabajo barata.
Escribe el Doctor Jesús Guanche que no todos los llegados se enfrentaron a la realidad cubana en igualdad de condiciones. Los culíes destinados a las plantaciones cañeras tuvieron muy pocas posibilidades de reproducir su cultura. Se aparejaban con criollas o con esclavas negras, o permanecían solos; cruelmente explotados, se incorporaron, llegado el momento, al Ejército Libertador, se suicidaron o esperaron pacientemente el fin del contrato oneroso que firmaron antes de venir. El inmigrante libre, con mayor solvencia económica, pudo reconstruir parte de sus tradiciones culturales a través de una amplia capacidad asociativa. Sociedades chinas proliferaron en Cuba hasta la primera mitad del siglo XX acompañadas de una amplia infraestructura social: cementerio, farmacia, teatro, cine, asilo de ancianos, banco, periódico, etc.
Esas sociedades eran de diferentes tipos —secretas, políticas, regionales, artísticas, deportivas…— y desde 1867 las hubo en todo el país.
Un mapa, en el plegable, señaliza todas esas sociedades que durante los siglos XIX y XX existieron a lo largo y ancho de la Isla.
Las sociedades todavía existentes, al igual que los restaurantes y las áreas y sedes de la asociación de artes marciales aparecen señalizados en el mapa del Barrio Chino, que incluye el plegable que editó la Fundación Fernando Ortiz.
Cubre un área que se extiende desde la calzada de Belascoaín hasta la calle Amistad y entre las calles de Estrella y San Miguel.
Sobresalen en ella la Casa de Artes y Tradiciones, en Salud entre Gervasio y Escobar, sede de exposiciones varias y de importantes eventos como el que organiza todos los años la comisión de salud de la barriada, y la sede del Grupo Promotor del Barrio Chino, en Manrique, entre Zanja y Dragones. La Residencia China, la farmacia, el periódico Kuong Wah Po, el cine Águila de Oro, el Centro de Medicina Tradicional China, el edificio Pacífico, en Cuchillo esquina a San Nicolás, el Casino; el bulevar El Cuchillo reviste el mayor atractivo e interés, mientras que el Pórtico se halla en Amistad y Dragones.
Es nuestra pequeña ciudad amarilla, como le llamó el narrador Alejo Carpentier.