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La Plaza y sus lugares

La Plaza Cívica o de la República comenzó a llamarse de manera oficial Plaza de la Revolución José Martí a partir del 16 de julio de 1961. Para entonces, dicho espacio era unas cuatro veces menor de lo que se planteó en sus orígenes y había recorrido un camino lleno de contrariedades e  inconvenientes.

Refiere el historiador Emilio Roig en su libro La Habana: apuntes históricos, que en 1905 el ingeniero Raúl Otero en su tesis de grado señaló como centro de la ciudad futura una eminencia que se localizaba no lejos del Castillo del Príncipe y cerca de la Calzada de Ayestarán. En dicha elevación se alzaba entonces la Ermita de Nuestra Señora de Montserrat, capilla dedicada al culto católico y que por haber sido construida por la colonia catalana se le conocía popularmente como Ermita de los Catalanes.

Otero propuso crear allí una gran plaza en cuyo centro se erigiría el Capitolio y de la que partirían, orientadas hacia los cuatro puntos cardinales, sendas avenidas que la enlazarían con los barrios colindantes.

Más de una década después de esa propuesta, el urbanista Camilo García de Castro resaltaba  la importancia del lugar, y en 1922 el ingeniero Enrique J. Montoulieu y el arquitecto Pedro Martínez Inclán reafirmaban el criterio de Otero y proponían la creación en ese sitio de un gran parque. Llega Gerardo Machado al poder, se empeña en modernizar La Habana y, con ese propósito, trae en 1926  al gran urbanista francés J. C. N. Forestier, quien observó desde un aeroplano el territorio capitalino, hizo los estudios y las mediciones pertinentes y, con el concurso de arquitectos e ingenieros cubanos —Raúl Otero, entre ellos—, entregó un proyecto que situaba a la Ermita de los Catalanes como centro geométrico de la ciudad.

La zona, recomendaba Forestier, debía convertirse en un centro cívico al que por avenidas radiales y de circunvalación podría accederse desde todos los barrios de la capital. El plan contemplaba la construcción de la Plaza Cívica y de edificios públicos. Serían en verdad dos plazas, una alta y otra baja, y en el centro de la primera se erigiría un gran monumento a José Martí.

El ingeniero Otero diría después que la idea del monumento al Apóstol de la Independencia fue suya y no del francés.

Especulación de terrenos

A partir de 1935 comenzó a hablarse de la necesidad de erigir a Martí un monumento digno de su estatura. En esa fecha, mediante un decreto del presidente Carlos Mendieta se constituía la comisión que impulsaría la obra y se destinaba para ella un crédito de medio millón de pesos. El presidente Federico Laredo Brú insistió en la idea de construir ese monumento y con el consentimiento de Fulgencio Batista que, como jefe del Ejército, era el amo de la nación, se acordó fusionarlo con el proyecto de la plaza. El monumento se emplazaría en el sitio ocupado por la Ermita de los Catalanes.

Entre 1938 y 1942 se libraron varias convocatorias a concurso para la elección del monumento, y el ya presidente Batista, en aras de la utilidad pública del proyecto, dispuso  mediante decretos la expropiación de terrenos colindantes que se hallaban en manos de particulares.

Cuando en 1944 Batista cesó en la     presidencia no se había avanzado mucho en el tema de la plaza, y tampoco hubo avances de interés bajo el Gobierno de Ramón Grau San Martín (1944-1948). Con Carlos Prío (1948-l952) se reactivaron los proyectos, pero el resultado no fue feliz.

La altura de la colina se redujo notablemente cuando se demolió o desplazó la Ermita de los Catalanes y se realizaron las tareas de nivelación. Con todo, eso no fue lo peor.

En 1926, Forestier y sus colaboradores asignaron a la plaza un área de 2 305 000 metros cuadrados. En 1941, otro proyecto le asignó un área de 2 023 000 metros cuadrados. En 1942, un decreto de Batista la redujo a 1 049 841 metros cuadrados. En 1951, Prío la reducía a 580 000 metros cuadrados.

Se adujo razones de economía. Sin embargo, el presupuesto de la nación en 1951 era de 232 millones de pesos  —frente a los 89 millones de 1942— y el presupuesto de 1950 había dejado un superávit de 60 millones. En verdad, y así se denunció, figuras del Gobierno y del Poder Judicial acometieron una especulación escandalosa con los terrenos que se expropiaron para la plaza.

Edificios

En el concurso definitivo para seleccionar el monumento a Martí fue premiado el proyecto del arquitecto Aquiles Maza y el escultor Juan José Sicre, el que no llegó a ejecutarse.

Ese proyecto contemplaba que en torno al monumento a Martí se erigiesen varios edificios, más o menos similares en su aspecto exterior y que albergarían a las instituciones oficiales. Esos inmuebles escoltarían al monumento; serían, se dijo, una guardia de honor permanente.

No se respetó ese proyecto y en terrenos muy próximos al lugar donde se ubicaría el monumento a Martí, se acometió la construcción de edificios que por su estilo, forma y dimensiones contrastarían con el monumento y romperían la perspectiva de la plaza.

El Gobierno de Prío aseguró que tendría lista la Plaza (sin el monumento a Martí) el 20 de mayo de 1952, en ocasión del Cincuentenario de la República. Pero el 10 de marzo de ese año, Prío no era ya el Presidente.

Promesas aparte, el primer edificio que se inauguró en la zona (1954) fue el del Tribunal de Cuentas (ahora, Ministerio del Interior). Era una especie de organismo auditor de los fondos y presupuestos de la República creado por el presidente Prío en respuesta a una exigencia de la Constitución de 1940.

Se trata de un edificio modernísimo, cuyos nueve pisos remedan una mole de cristal. Es obra del arquitecto Aquiles Capablanca con la colaboración de Henry Griffing y Germán Hevia, y mereció en el año de su inauguración, la Medalla de Oro del Colegio de Arquitectos. Tras el triunfo de la Revolución albergó el recién creado Ministerio de Industrias y se le agregó un anexo casi igual al cuerpo original. Allí se conservan las oficinas del Comandante Ernesto Che Guevara, ministro de Industrias del Gobierno Revolucionario.

Tres años después se inauguraba el llamado Palacio de las Comunicaciones (hoy, Ministerio), obra del arquitecto Ernesto Gómez Sampera, el mismo del edificio Focsa. Comunicaciones es un edificio monobloque que ocupa un área de 22 000 metros cuadrados y consta de dos cuerpos, uno de diez pisos y otro, de uno, con sótanos muy extendidos. Representó una inversión de dos millones y medio de pesos.

También de 1957 es el Palacio de Justicia (actual Palacio de la Revolución). El arquitecto Pérez Benitoa lo proyectó en 1943, pero no fue hasta una década después que la firma de Max Borges e hijos comenzó a ejecutarlo. Tiene una superficie de fabricación de 72 000 metros cuadrados y ocupa un perímetro de un kilómetro cuadrado. La fachada tiene una extensión de 350 metros y su escalinata, de mármol, de 60 metros de ancho, triplica la de la Universidad. Costó cinco millones de pesos y se construyó para albergar, en el cuerpo central de nueve pisos, el Tribunal Supremo y la Fiscalía General; la Audiencia y su fiscalía en el cuerpo de la derecha; siete pisos, y en los siete pisos del cuerpo de la izquierda, los juzgados municipales, de primera instancia y de instrucción, así como el Tribunal Superior Electoral. Entre 1964 y 1965 el arquitecto Antonio Quintana Simonetti hizo grandes transformaciones al edificio para adaptarlo a Palacio de la Revolución.

La lotería y el teatro

La primera piedra del edificio de la Biblioteca Nacional se colocó en 1952, pero el inmueble, obra de los arquitectos Govantes y Cabarrocas, se inauguró en febrero de 1958. Tiene detrás una historia curiosa. Cuando comenzó a construirse, sin visión urbanística alguna, este edificio tan cerca del monumento a Martí, le cerraba la perspectiva. Cuando ya se habían invertido más de cien mil pesos, la obra debió ser paralizada para reiniciarla en su emplazamiento actual.

El Ministerio de Economía ocupa el edificio que se destinó originalmente a Renta de Lotería. La Revolución lo convirtió en la sede del Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda, presidido por Pastorita Núñez, que en solo dos años edificó y entregó «llave en mano» 8 500 viviendas. Apartado de la plaza, al lado sur de la loma del Príncipe, el Ministerio de Obras Públicas (de la Construcción) ocupó la que hubiera sido la sede del Banco de Fomento Agrícola e Industrial de Cuba (Banfaic) que se terminó de edificar en septiembre de 1959. El Teatro Nacional, obra del arquitecto Nicolás Arroyo, demoró mucho más en terminarse. Comenzó a construirse en los años 50 y se concluyó en vísperas de la celebración en La Habana de la Cumbre de los Países No Alineados, en 1979.

Una de las edificaciones de mayor altura en la ciudad es el edificio del Ministerio de las Fuerzas Armadas. Tiene 24 pisos y mide 94 metros desde los cimientos. Se destinaría a Alcaldía de La Habana. El triunfo de la Revolución cambió su destino. Se le dio el nombre de Sierra Maestra y allí se instalaron las oficinas del Instituto Nacional de la Reforma Agraria presidido por Fidel.

Calles

Hasta 1946, Boyeros llegaba hasta la calzada del Cerro y Paseo hasta Zapata. Fue en ese año cuando se trazó la avenida de 20 de Mayo para facilitar el acceso al Estadio del Cerro y a esa populosa barriada. Por esa misma época, la avenida 26 se extendió hasta Boyeros, donde también entroncó la Vía Blanca. En 1950 Santa Catalina se prolongó desde Boyeros hasta más allá de la calzada del 10 de Octubre, y la Avenida de Acosta salió de Dolores hasta conectarse con San Miguel y Camagüey para llegar a Boyeros. De Boyeros salió Vento y bordeó el Canal de Albear hasta Santa Catalina. La Terminal de Ómnibus prestó servicios desde 1952.

¿Y el monumento?

En el concurso definitivo para seleccionar el proyecto del monumento a Martí (cuarto y último concurso, 1943) resultó premiado, como se dijo antes, el del arquitecto Aquiles Maza y el escultor Juan José Sicre. En segundo lugar, resultó seleccionado el de los arquitectos Govantes y Cabarrocas. Ocupó el tercer lugar el de los arquitectos e ingenieros  Varela, Labatut, Raúl Otero, Manuel Tapia Ruano y el escultor Alexander Sambugnac.

Como el monumento que se acometería era el de Maza-Sicre, se sugirió que el proyecto de Govantes-Cabarrocas se erigiese como Biblioteca Nacional, y el de Varela se adaptase para monumento a Carlos Manuel de Céspedes.

Pero en 1952, se decidió que se erigiera el de Varela, ministro de Obras Públicas del entonces dictador Batista. Esto motivó la protesta del Colegio de Arquitectos, que reclamó que el escogido para erigirse era el de Maza-Sicre. Pero Sicre aceptó esculpir la estatua sedente del Apóstol que se adicionó al proyecto de Varela y que originalmente no tenía, y que es la que está hoy en la Plaza. Por su parte, la Junta de Patronos de la Biblioteca Nacional decidió llevar a la realidad, con fondos propios, el proyecto Govantes-Cabarrocas, a fin de instalar la Biblioteca.

Paradójicamente, el único monumento que no se construyó fue el del proyecto que resultó premiado en el concurso.

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