Lecturas
En la historia de Cuba no falta una puerta secreta cuando no aparece un túnel o pasadizo disimulado por un escaparate. Parece que hemos visto demasiadas películas, como aquellas del Zorro en las que el sujeto, con su atuendo de calle, se escabullía por una chimenea y reaparecía, a caballo y disfrazado, por una cascada que lograba atravesar sin que el agua le mojara siquiera el sombrero. El Zorro «enmascarado y fugitivo», como se decía en aquellas Aventuras de las siete y treinta de la tarde, que salían al aire en vivo, con Julito Martínez y Jorge Sosías, en tiempos en que la TV era de palo.
Se habla del túnel que enlaza el antiguo Palacio Presidencial —hoy Museo de la Revolución— con el Capitolio. Del que conecta la residencia del ex presidente Ramón Grau San Martín, en Quinta Avenida entre 12 y 14, en Miramar, con una casa de la calle Tercera. Del corredor subterráneo que lleva desde la casa de Orestes Ferrara —actual Museo Napoleónico—, en San Miguel y Ronda, a la costa. Del pasadizo que corre entre el castillo de Averhoff, en Mantilla, y el viejo castillo de Atarés, ¡al otro lado de la ciudad!
Si se visita Kuquine, la finca de descanso de Fulgencio Batista, alguien le hablará del paso bajo tierra que une la casa de vivienda del predio con la residencia del general Roberto Fernández Miranda, cuñadísimo del dictador, a un kilómetro de distancia en la propia finca. Y no faltará la mención de otro túnel que, de existir, sería el más espectacular de la época: el que conecta Kuquine con la Cuidad Militar de Columbia, a unos 15 kilómetros de distancia.
Lo curioso de todo esto es que siempre hay alguien que asegura haber visto esos corredores y haber caminado por ellos, pero nunca dejan claro la ubicación exacta de la casa donde desemboca el túnel de Grau ni el lugar de la costa donde se abre el de Ferrara. Tampoco explican el sentido que tendría un paso secreto entre el Palacio Presidencial y el Capitolio ni si Batista, desde Kuquine, recorrería el tramo que lo separaba del campamento de Columbia a pie, a caballo o bicicleta. Hay en esto confesiones patéticas, como la de la persona que aseguró al escribidor haber descubierto el túnel de Ferrara solo para comprobar que una reja de gruesos barrotes lo cerraba bajo la intersección de Infanta y San Lázaro. Si eso era así, ¿cómo supo entonces que llegaba a la costa?
Mucho se ha hablado sobre esos túneles. Pero nada ha hecho correr tanto la imaginación como la llamada puerta secreta de Batista.
El miércoles 13 de marzo de 1957, un comando del Directorio Revolucionario asaltó el Palacio Presidencial con la intención de ajusticiar al dictador Fulgencio Batista. Varios de esos jóvenes subieron al segundo piso y penetraron en el despacho oficial del mandatario, pero la oficina estaba desierta. Se habló después de una puerta secreta que se abría a una escalera que conducía a las habitaciones privadas de Batista, en la tercera planta. Fue esa puerta, que se halla en el breve pasillo que une el despacho con el salón de reuniones del Consejo de Ministros, y que estaba entonces disimulada por una cortina de terciopelo rojo, la que permitió al dictador, dijeron los asaltantes, escapar milagrosamente. Añadieron que aunque sabían de un pasadizo secreto, no pudieron hallarlo y que el mismo no aparecía reflejado en los planos del Palacio que habían podido allegar.
La etnóloga Natalia Bolívar, estudiosa de las religiones de origen africano, asegura que la huida de Batista aquel 13 de marzo se relaciona con la ceremonia que en la santería se conoce como «la letra del año», en la que un grupo de babalaos predice los sucesos venideros y el orisha que gobernará en el período. Precisa Natalia que el signo regente en 1957 fue Obbara Meyi, que indica que el Rey debe buscar constantemente una salida, una salida oculta. Fue entonces, recalca Natalia, que Batista hizo construir no uno, sino tres escapes secretos. El de Palacio; el de Kuquine y otro más en la casa presidencial de Columbia.
Víctor Betancourt, otro estudioso de las religiones afrocubanas, no coincide con la célebre autora de Los orishas en Cuba y afirma que la letra vigente en ese año fue Odí Iká, signo que alude a un gobernante que será atacado por sus enemigos.
Natalia menciona el folleto titulado Los babalaos tenían razón, publicado, según ella, por la revista Bohemia en esa fecha y en el que apoya su versión. Dicho opúsculo no aparece en ninguna biblioteca cubana ni de Florida. Otro estudioso del tema, Abel Sierra Madero, escribe en un artículo que en ninguno de los reportajes que en su momento se publicaron sobre el asalto a Palacio se menciona la letra del año ni tampoco la puerta secreta.
¿Cuán secreta era en verdad esa puerta?
Se ha sugerido que Batista mandó a construir la puerta en cuestión cuando en enero de 1957 se dieron a conocer los resultados de la letra del año y que ya estaba lista el 13 de marzo siguiente. El capitán Alfredo J. Sadulé, el único de los seis ayudantes presidenciales de Batista que aún vive, en una larga conversación que sostuvimos en Miami a fines del año 2014 desmintió la existencia de esas tres salidas secretas y negó que la de Palacio fuese construida por Batista «al menos en los años 50». Precisó que el dictador se valía de esa puerta cuando quería entrar o salir del despacho sin que lo vieran, pero que usualmente utilizaba el ascensor.
¿Supo Batista, a inicios de enero, de las amenazas que lo asechaban en aquel 1957? ¿Conoció y tomó en serio las predicciones de los babalaos? Tuvo en su infancia una formación protestante, y ya en su exilio en España, luego de la muerte, con 19 años, de su hijo Carlos Manuel, pareció inclinarse hacia el catolicismo. Pero se dice, aunque no ha podido comprobarse, que recibió la mano de Orula y era hijo de Changó.
En un reportaje gráfico sobre Kuquine publicado en Bohemia —Edición de la Libertad— el periodista insiste en afirmar que vio en la casa de vivienda de la finca altares de santería con caracoles, patas de gallo y mazorcas de maíz… pero no hay en sus páginas una sola foto que avale la afirmación.
También en Bohemia, el 24 de mayo de 1959 otro reportaje bajo el título de Yo fui el brujo de Batista y firmado por Guillermo Villaronda, da cuenta de la existencia de Chano Betongó, una relación que, de ser cierta, se había mantenido oculta durante años.
Según Villaronda, Batista fue a «consultarse» con Betongó, que residía en el Calvario, cuando era todavía un oscuro sargento. El sujeto invocó a Changó para predecir el futuro de su cliente. Batista recorrería un camino largo y plácido, aunque al final lo esperaba «un mar inmenso, agitado por el huracán, espeso y rojo». Era un mar que empezaba en «una orilla de oro» y terminaba junto a un cielo de un rojo más vivo que el de la sangre. Batista llegaría al final de ese camino, pero de él dependía hacerlo felizmente. Tampoco tenía porqué llegar al final cuando podía detenerse y a la sombra de un árbol recibir el saludo afectuoso de los caminantes. Poco después, Betongó se enteraba que aquel sujeto de pelo lacio y tez aindiada, que no se había relajado durante la «consulta» y que lo escuchó con las aletas de la nariz dilatadas, había protagonizado, el 4 de septiembre de 1933, el golpe de Estado contra el presidente Céspedes.
Batista llamó a Betongó a Kuquine antes de las elecciones generales de 1952. Quería saber si ganaría la presidencia de la República. No por votos, respondió Betongó, pero algo podría lograrse si se sacrificaban un novillo y un venado. Batista estuvo de acuerdo y los sacrificios se hicieron en la finca. Hubo otro llamado. Esta vez Betongó entró en Palacio. Los vientos que sanaban el espíritu de Batista iban alejándose, y, para contrarrestar las adversidades, el brujo sacrificó, en el propio despacho presidencial, varios gallos negros y un becerro. Con todo, no era suficiente y recomendó además tomar tierra de las seis provincias de entonces y ofrendar gallos y gallinas con mucha miel. Dijo a Bohemia: «Yo quería remover la conciencia de Changó, pero no fue posible». A partir de ahí todo fue cuesta abajo. El dictador llamó a Betongó luego de la elecciones espurias de 1954. Esta vez su sentencia fue lapidaria. Los caminos de Batista estaban cerrados «junto al mar de agua roja», un mar que terminaría tragándoselo. Ya no había salvación posible. Decía Betongó: «Changó le daba la espalda al General».
Elogiado por Juan Ramón Jiménez y por Pablo Neruda, Guillermo Villaronda era un poeta, Su libro Hontanar mereció Premio Nacional de Poesía en 1937. El reportaje citado, a juicio del escribidor, tiene más de poesía que de realidad. Aceptemos que un entrevistador matice de alguna manera el lenguaje de su entrevistado. Pero el lenguaje de Betongó no es el de un mayombero, lo que pone en crisis la credibilidad del texto de Villaronda, aparte de que sacrificar un becerro en el despacho oficial de los presidentes cubanos, es algo inconcebible. Por suerte, no se hablaba entonces de la puerta secreta, si no Betongó hubiera tenido algo que decir al respecto. Hace unos diez años traté de rastrear la huella de Chano Betongó en el Calvario; nadie lo conocía.
Tampoco lo recuerda el capitán Sadulé. Mientras almorzamos, invitados por Max Lesnik, presidente de la Alianza Martiana, en el mejor restaurante de cocina española de Miami, el ayudante presidencial niega con énfasis cualquier relación de Batista con religiones de origen africano. «Marta, su esposa, le tenía terror a eso», dice mientras degusta un plato de arroz negro. Revela, sin embargo, que en 1954, en vísperas de los comicios, el dictador consultó a un espiritista. Luego no lo volvió a ver, pero a fines de 1956 Sadulé se lo tropezó de manera casual. Le dijo que presentía que Palacio sería asaltado y que por 13 pesos le haría un amuleto a él y a su padre, miembro de la escolta de Batista. Sadulé preguntó a su padre si se lo decían al Presidente, y acordaron no hacerlo.
Dice Sierra Madero, aunque no pudo confirmarlo, que el «padrino» de Batista fue Bernardo Rojas, sacerdote de Ifá muy respetado. Añade que fue él, aunque tampoco pudo confirmarlo, quien hizo la predicción del asalto a Palacio. Aquel 13 de marzo de 1957 el dictador no escapó por una puerta secreta. No podía hacerlo sencillamente porque no estaba en el despacho oficial. Salvo excepciones, no bajaba al segundo piso antes de las cinco de la tarde. Aquel día, a la hora del asalto, se disponía a almorzar en la tercera planta con Marta y Andrés Domingo, secretario de la Presidencia. Pero ¿existía esa puerta?
«Más de medio siglo después, resulta difícil establecer con certeza quién y cuándo se construyó la puerta, mucho menos si fue construida a raíz de alguna predicción religiosa», escribe Sierra Madero. Sin embargo, la respuesta es simple.
Esa puerta no tuvo nunca nada de secreta. Estuvo allí desde la construcción del Palacio Presidencial, y, con idéntica posición, se repite en el primer piso del edificio. La usó Batista así como la usaron sus antecesores desde el presidente Menocal y siguieron usándola los que le sucedieron.