Lecturas
Tras el fracaso de la huelga de marzo de 1935, Antonio Guiteras se convierte en el hombre más buscado de La Habana. Las fuerzas policiales lo persiguen sin tregua y un día sí y otro también corren noticias falsas acerca de su detención. Se esconde durante un tiempo en una vivienda de la calle Zanja y luego en una escuela de la Calzada del Cerro. Luego en una casa de la calle Calzada. Está en constante movimiento y en la carretera de Bauta se libra a tiros de un intento de captura. El caso es que se hace inatrapable y la gente habla sobre las casas de puertas y paredes simuladas en las que se esconde y de los closets con doble fondo en los que se sumerge. Algunos opinan que anda por toda la ciudad vestido de cura, lo que es falso, y otros aseguran que lo transportan dentro de un ataúd, lo que tampoco es cierto.
Lo curioso es que Guiteras fue muy escéptico con la huelga. Se percató de que una confrontación directa con el régimen estaba condenada al fracaso porque Joven Cuba, la organización que lideraba, al igual que el resto de los grupos oposicionistas, no contaba con el armamento necesario para hacer culminar el enfrentamiento en una insurrección.
Había tratado de frenar el paro porque comprendía que si se conseguía sacar al presidente Mendieta, el coronel Batista estaría a la vuelta de la esquina con la dictadura militar. Apoyó en definitiva la huelga de marzo, pero supo siempre que sería un desastre.
Así se lo hace saber a Blas Roca, secretario general del Partido Comunista, que coincide con el criterio del jefe de Joven Cuba. Se reune asimismo con los estudiantes. Hay armas, pero son insuficientes, les dice. No obstante, añade, si la huelga se mantiene ocho días, el grupo que encabeza cumplirá su compromiso. Eso sí: no aceptará ninguna fórmula que emane de la embajada norteamericana, a lo que parecen estar dispuestos otros elementos opositores.
Paran los tranvías, los ómnibus, el correo, el telégrafo, la radio… Se suman a la huelga los empleados públicos, cierran los comercios y también los cines y los teatros. Y las escuelas. No circulan periódicos. Se paraliza el ferrocarril. No hay hielo ni leche en el mercado. La Policía ocupa la Universidad y los soldados se ven obligados a despachar la gasolina en los servicentros. La huelga no solo se hace sentir en la capital, sino que se extiende por Pinar del Río, Camagüey, Santiago de Cuba… Se aplica la ley de fuga. Los huelguistas, por centenares, son encerrados en el Castillo del Príncipe y en las prisiones de La Cabaña y también en la cárcel de mujeres de Guanabacoa. La gente busca asilo en embajadas y legaciones y no es fácil conseguir espacio en el avión de Miami.
El 11 de marzo Mendieta decreta el estado de guerra en el país, y al contrario de lo que sucedió en tiempos de Machado, cuando el Ejército se fragmentó ante la idea de reprimir la huelga general, los uniformados cierran filas en torno a Batista. Se impone «un terror feroz, como nunca se había visto en Cuba», dice Pablo de la Torriente Brau, y la revista norteamericana Times advierte que Mendieta ha impuesto una dictadura más absoluta que la de Machado. A las nueve de la noche se inicia el toque de queda y la ciudad, atravesada solo por vehículos militares, se torna un cementerio, mientras que por el día resulta delito caminar en grupo de dos o más personas por la calle. El 12, los huelguistas se baten en retirada; el Gobierno ha aplicado contra los revolucionarios, dice The New York Times, las medidas represivas más severas de toda la historia republicana. El día 13 la huelga cede definitivamente, y mientras las cárceles siguen abarrotándose empieza el reparto de culpas entre la oposición. Los comunistas acusan a la dirección del movimiento por improvisación y falta de responsabilidad; los trotskistas acusan a los comunistas; Pablo, por el Ala Izquierda Estudiantil, piensa que abecedarios, auténticos y guiteristas son los responsables del fracaso…
El plan mexicano
Como alternativa a la huelga, Guiteras esbozaba un plan a más largo plazo. Sus simpatizantes en la Marina de Guerra secuestrarían aquí una goleta que traería desde México hombres y armas para iniciar la lucha en el oriente de la Isla. Tras el fracaso de marzo, podía resurgir el movimiento revolucionario, pero no escapaba a la sagacidad de Guiteras que la represión batistiana amenazaba con debilitar el movimiento opositor, situándolo a la defensiva. Es por eso que decide volver al plan insurreccional mexicano.
Dispone que seguidores suyos se trasladen a México para su entrenamiento y ordena la compra de una finca para la realización de las prácticas militares. Es posible que diera instrucciones de reanudar contactos con el presidente Lázaro Cárdenas para el entrenamiento de pilotos de aviación. Insiste en que sus partidarios asentados en tierra mexicana adquieran equipos y materiales de guerra, mientras que un hombre de su confianza viaja a Estados Unidos a fin de pedir al ex presidente Grau San Martín cinco mil pesos que ayudarían a financiar algunas operaciones. Lo que solicita es parte del botín que auténticos y guiteristas sustrajeron de los fondos del Ayuntamiento de La Habana luego de la caída del Gobierno de los Cien Días, del que Guiteras fue ministro de Gobernación, Guerra y Marina. Pero Grau dice no tener consigo ese dinero ni saber quién lo guarda y se cortan las relaciones entre ambos grupos políticos.
Escribe el historiador Newton Briones Montoto que el presidente Cárdenas había sido garante de la compra de dos barcos y de armas para los planes de Guiteras. El jefe de Joven Cuba no quería quedar mal con el militar y político mexicano. Se imponía honrar el compromiso y no se encontró otra forma de hacerlo que la de secuestrar a un millonario y reclamar luego el rescate. Desde los días de la huelga, Guiteras tenía en mente el secuestro de Eutimio Falla Bonet, miembro de una de las familias más ricas de Cuba y que había cobrado un seguro de 600 000 dólares por el incendio ocurrido en la Papelera Cubana, de su propiedad.
Conversó el asunto con Juan Antonio Casariego y con Olimpio Luna, ambos de su plena confianza. Casariego había sido el primer jefe de la Comisión Nacional de Acción de Joven Cuba, y Olimpio, muy joven, era conductor de un ómnibus hasta el día en que, por casualidad, pasó a trabajar a las órdenes de Guiteras en la Secretaría de Gobernación. Sería precisamente Olimpio Luna el encargado de chequear los movimientos de Eutimio.
Eutimio era el más el más chico de los hijos de Laureano Falla Gutiérrez y María de los Dolores Bonet, y el único varón. Se decía que en cada aniversario de su nacimiento recibía, como regalo, un millón de pesos de los suyos.
En lo personal, era un hombre metódico. Soltero, residía en el hotel Parkview, cerca del Palacio Presidencial. Se levantaba temprano y luego de recoger a su secretario particular en la calle Genios se trasladaba a las oficinas de los negocios de la familia, en la calle Oficios. Allí permanecía hasta el mediodía, cuando iba a almorzar a la casa de una de sus hermanas, en 17 esquina a I, en el Vedado. Regresaba al hotel y al anochecer visitaba a otra hermana, casada con Agustín Batista, en el edificio Paseo, un hotel de apartamentos situado en la calle Paseo esquina a 25. Permanecía con ellos alrededor de una hora.
Dice Briones Montono que durante los 28 días que duró el chequeo, Eutimio solo varió su rutina el domingo 22 de marzo cuando fue a la matiné del cine Payret. Entró a la una de la tarde a la sala cinematográfica y la abandonó a las 4 y 30. Una entrada para la platea, por la que pagó 20 centavos, le permitió disfrutar de los largometrajes Pégame otra vez, protagonizada por Joan Blondell y Warren Williams, y Paseo de amor (Dick Powell y Ruby Keeler) asi como del comic Si tuvieras alas; una revista semanal, un noticiero y un episodio de la cinta El jinete rojo.
Una casa de la calle 27 entre Paseo y 2 estaba puesta en alquiler. Por eso su propietario recibió la visita de una mujer atractiva y elegante, con una nube en un ojo que trataba de disimular con el ala del sombrero. Dijo llamarse Josefina García y estar casada con Jorge González, enfermo y necesitado de reposo. En realidad, la mujer de la nube en el ojo se llamaba Conchita Valdivieso. En el andamiaje montado por Guiteras para el secuestro, el marido de Josefina era Casariego y Olimpio, el chofer de la familia, mientras que una hermana de este era la sirvienta de la casa.
Los preparativos se ultimaron sin prisa. Guiteras determinó que la acción se llevara a cabo después de las nueve de la noche, cuando Eutimio Falla Bonet abandonara la casa de su hermana en el edificio Paseo. Hacerlo a otra hora hubiera despertado sospechas pues habría alterado las costumbres de un hombre rutinario en extremo.
La noche del 3 de abril de 1935, al abandonar el edificio Paseo, el Packard de Eutimio fue seguido por el Ford color naranja que conducía Olimpio. Detrás, en otro Ford, viajaban Casariego y otros miembros de Joven Cuba. El encontronazo tendría lugar en la intersección de 23 e Infanta, un lugar solitario, rodeado de furnias. Allí el Ford color naranja de Olimpio se adelantó, giró a la derecha y obligó a frenar al chofer de Eutimio.
Las defensas delanteras de ambos vehículos quedaron trabadas. Olimpio Luna salió de su coche y caminó con naturalidad hacia el Packard. Parecía que pediría una disculpa, pero llevaba una pistola Colt 45 en la mano. (Continuará)