Acuse de recibo
Bernardo González Garrido (Cristina no. 1, entre Arroyo y Matadero, La Habana Vieja, La Habana) cuenta que en la calle Arroyo, frente al Mercado de Cuatro Caminos, hace año y medio se inició un trabajo de solución hidráulica para esa zona, que siempre ha sufrido severas inundaciones con las lluvias.
Pero los trabajos, que han requerido grandes recursos, tanto en materiales como en equipos, hace varios meses se detuvieron y ahí están truncas, llenas de escombros y de basura que arrastran las inundaciones de la zona y amenazan con tupir la nueva e inconclusa obra de desagüe, independientemente del polvo que obliga a los vecinos a vivir con todo cerrado.
«Al menos, las autoridades pertinentes que informen algo, afirma, las del municipio no pueden decir que no saben, porque lo ven a diario. ¿Por qué pasa esto?», concluye.
Aníbal Fernández Sosa (Santos sin número, entre Vigía y Reinaldo Pérez, San Francisco de Paula, San Miguel del Padrón, La Habana) reconoce que en esta sección ha existido siempre una batalla contra la contaminación sonora, pero él alerta de una nueva modalidad que se expande con fuerza.
Es la de los vendedores ambulantes de pan, que a cualquier hora, de día, noche o madrugada, anuncian su mercancía con gritos estridentes y repetitivos, hasta violentos, y sonando silbatos que vulneran la tranquilidad y el sueño de los vecinos.
«Pienso que esta situación se ha convertido en un mal por toda la ciudad, y debe ser regulada por los gobiernos municipales, que deben establecer un horario para realizar dichas ventas ambulantes y prohibir los silbatos y otras técnicas sonoras de anunciar su mercancía, que invaden y contaminan el medio ambiente y alteran nuestra convivencia», afirma.
El pasado 22 de junio, desde calle Laurel, edificio 44, apto. 11, Reparto Eléctrico, en La Habana, Orlando Viera Sarut contó aquí que hacía dos meses estaba incapacitado en su domicilio, convaleciente de una operación en el hospital Julio Trigo, en la sala de Angiología, ya que es diabético y tuvieron que amputarle los cinco dedos del pie izquierdo.
Y contrastaba la magnífica atención que tuvo en el hospital, con la pésima ya en su casa, por parte de Salud Pública y los trabajadores sociales:
«Tengo que recibir curación un día sí y otro no, decía. La enfermera llega a mi casa sin material para curar porque dice que no hay, por lo que tengo que comprar clandestinamente por la calle los materiales. A los dos meses de estar en casa se personaron un médico y un trabajador social después de varias quejas al Gobierno y al Partido, diciéndome que me iban a ayudar, y todavía estoy esperándolos».
Pues Orlando logró comunicarse telefónicamente conmigo hace unos días, para decirme que nada ha sucedido después de la publicación aquí de su queja. Nadie se ha aparecido por allí. ¡Qué vergüenza!