Acuse de recibo
Quince de diciembre de 2010: A la santiaguera Mayra M. Felfi le avisaron que su mamá, Guarina, acababa de ingresar en el hospital local de Palma, con una isquemia transitoria. Lo dejó todo para vencer lo más rápido posible la distancia entre las dos ciudades…
Al llegar al hospital de Palma, con la idea de trasladar a la mamá a Santiago, la doctora Marieta Cardelo, quien asistía a la señora, con palabras dulces y argumentos la convenció de que no sería necesario. Ya la paciente estaba bastante recuperada, y era recomendable dejarla en observación hasta el otro día.
Lo que no supo la doctora Marieta fue que Mayra también se dispuso a «observar» a su alrededor. El hospitalito de tránsito, con solo una sala de seis camas y una salita de terapia, atiende a los pacientes, y luego si es necesario, se trasladan a otro centro asistencial de Santiago. «Ojalá se trasladara también, a cualquier hospital, la limpieza extrema que hay aquí», pensaba Mayra en la vigilia.
Allí estuvieron hasta el otro día y fue suficiente: A una señora epiléptica no se le podía canalizar la vena. Todos, médicos y enfermeras, luchaban por ello con una solidaridad admirable. A un paciente infartado que trajeron, el camillero lo alentaba, mientras los médicos se deshacían en atenciones. A una señora con una sintomatología complicada, el camillero le decía: tranquila, que usted va a mejorar…
Mayra vio a una sola enfermera, que no descansó un segundo: de alta un paciente y llegaba otro. En cuanto a su madre, los médicos constantemente seguían su estado. Un técnico radiólogo, llamaba a la señora abuelita Guari, para relajarla y que cooperara con la radiografía indicada.
La recepcionista del hospital comunicaba a Mayra con los restantes familiares que querían saber. Y con dulzura le rogaba: solo cinco minutos, por favor. Un chofer de ambulancia ayudaba a subir con delicadeza a la esposa acompañante de un paciente.
A las 3:00 a.m., cuando la salita de seis camas quedó ocupada solo por Guarina, los médicos y el camillero fueron a compartir con Mayra un humeante café, al tiempo que le aconsejaban cómo atender a la paciente. Una cadena de generosidad, en lo más grande y en lo más pequeño.
«Algunas veces, refiere, he recibido inadecuado trato en centros de Salud, y siempre hago la crítica. Ahora tengo que reconocer que allí en el hospitalito de mi ciudad natal, me sentí protegida y ayudada con el padecimiento de mi madre. No faltó la asistencia médica y la medicación, y hubo abundancia de amor, compañerismo y buen trato.
«A los doctores Marieta Cardelo, Nelson Cosme y Germán Escalante; a la enfermera Aylet Reyes y el camillero Antonio Pacheco; a las recepcionistas Magali Meriño y Olga Valdés, y al chofer de la ambulancia, llegue mi reconocimiento y felicitación», escribe Mayra desde su hogar en Escalera W56, Micro 10, en el Distrito José Martí de la ciudad de Santiago de Cuba.
Marianela Delgado lanza un S.O.S. en nombre de los residentes en la ciudadela ubicada en Avenida 29 número 5212, entre 52 y 54, Buenavista, en el municipio capitalino de Playa: la fosa se desborda hace 12 años, sin que se encuentre una solución.
Cuenta la lectora que los vecinos han tramitado su queja con el Gobierno municipal, la Dirección Provincial de Salud, Micro Social, la Unidad Municipal Inversionista de la Vivienda.
La fosa no tiene ya capacidad, y no sirven las instalaciones sanitarias, según les manifestaron los de Micro Social, que estuvieron allí el 12 de diciembre de 2010. Y les precisaron que ellos no tienen nada que ver con esos arreglos.
Lo cierto es que ellos no pueden ni acceder a sus cuartos. Deben colocar piedras para poder transitar, a más de los focos de enfermedades que ello representa. Y para colmo, las mangueras por donde reciben el agua potable pasan por el agua contaminada.
¿Se puede vivir así, entre las miasmas? ¿Cómo es posible que ninguna gestión haya fructificado? Son seres humanos que merecen todo el respeto, no solo de palabra, sino con hechos contantes y sonantes. ¿Será imposible resolver el problema de la fosa?