Acuse de recibo
Se puede estar insatisfecho y preocupado por ciertos fenómenos sociales, lo mismo en el centro de La Habana, o en el mismísimo poblado de Baire, surtidor de tanta gloria patria allá en territorio de la actual provincia de Santiago de Cuba.
Eva Cartaya del Pino vive muy alarmada, por lo que ve y escucha cada vez que, a las tres de la mañana, salen a la calle ciertos problemáticos clientes de la Casa de la Música Habana, de Galiano, entre Neptuno y Concordia, en Centro Habana.
Eva es una de las inquilinas del famoso edificio América, en cuya planta baja está instalado el flamante centro nocturno. Y habla por muchos de los vecinos, quienes, a esa hora de la resaca en que cierra sus puertas la Casa de la Música, sufren los constantes espectáculos de aquellos trasnochadores indisciplinados.
«Nadie puede continuar disfrutando del necesario descanso nocturno. La situación se torna cada vez más crítica con los escándalos, las tiraderas de botellas, las reproductoras de los carros que continúan el show en la calle».
Asegura la vecina que se ven escenas deprimentes. «Es una violación constante del derecho mínimo al descanso y al silencio», señala Eva, quien está consciente de que vive en plena zona comercial y no puede pretender el silencio absoluto, pero tampoco aceptar tal agresión al orden público.
La remitente no se cuestiona ni mucho menos que exista ese tipo de centro nocturno, que tanto necesita la juventud. Lo otro sería lo de siempre: botar el sofá; agregaría este redactor. Lo que sí cuestiona ella es que no se haga prevalecer un control por parte de las autoridades, para preservar el derecho al descanso de los vecinos. «¿Así se puede vivir?», pregunta desconcertada.
La segunda inconformidad la envía el joven Iván Infante Ortuño, vecino de Bellavista 710, entre Tulipán y Lombillo, en la capital; pero natural de Baire, en la provincia de Santiago de Cuba.
Fiel a sus orígenes, Iván está muy preocupado, y hasta triste, por la pobre vida espiritual y la nula recreación de los jóvenes en ese poblado: hace muchos años, la Casa de la Cultura de Baire carece de equipos de audio, para al menos escuchar música y bailar.
Así, «la juventud bairense ha optado por reunir dinero entre los que pueden darlo, para alquilar un equipo de música a particulares. Igualmente, optan por irse cada fin de semana hacia otros pueblos como Jiguaní, Santa Rita o hasta Bayamo, en busca de diversión».
Y lo peor, según Iván, es que los que se quedan allí, porque no pueden o no tienen dinero para ir a otro lado, se tiran a beber ron sentados en el parque, o esperan a que aparezca la celebración de alguna cumpleañera. Otro síntoma preocupante es que en Baire no existe una cafetería o Rapidito. Después de las 4 y 30 de la tarde cierran las tiendas, y quien quiera comprarse un refresco, un helado o una cerveza, simplemente tiene que ir hacia otros pueblos.
Aun así, asegura, la Casa de Cultura hace lo imposible por tratar de alegrar a su pueblo con cosas novedosas. Pero al final, el público no asiste, porque imagina que se va a encontrar la misma situación con el audio.
Quizá sin imaginarlo, Iván está retratando el panorama nocturno de otras localidades en el país, que laceradas bajo el peso de tantas carencias en estos años duros, también han perdido la iniciativa y la fuerza para recuperar los espacios de la diversión y la alegría.
Ya es hora de preocuparse por sacar a tantas comunidades del aburrimiento, con un concepto de la recreación muy versátil y saludable, que pondere, intencional y organizadamente, desde las manifestaciones más cultas y elevadas, hasta las más ligeras y sensoriales. No hay que contraponer el libro y la exposición al también necesario éxtasis del baile y la sensualidad. Todo se complementa.
Claro que con más plata, todo sería mejor. Pero lo que más escasea es otro tipo de recurso: ideas propias y audaces para el goce, creatividad para llenar la noche de vida.