La captura del Che y varios de sus hombres en la selva boliviana, y la suerte de fusilamiento de que fueron objeto el lunes 9 de octubre de 1967 en la escuelita de La Higuera, por una orden horrenda de la CIA, se narra en El asesinato del Che en Bolivia. Revelaciones, presentado este miércoles en la Casa del ALBA cultural en la capital cubana, ante un grupo de estudiosos e intelectuales cubanos.
A más de 45 años del crimen, la Editora Política lanzó este libro de los escritores e investigadores Adys Cupull y Froilán González, con más de tres décadas en el estudio de la figura del Che, sus hombres y su gesta.
Por testimonios de civiles, familiares y generales vinculados a los hechos, los también periodistas e historiadores dan nuevas y actualizadas respuestas a distintas preguntas: ¿Cómo fueron las últimas horas del Che y sus compañeros? ¿Quiénes tomaron la decisión de asesinarlos? ¿Dónde fueron enterrados sus restos y por qué no se hizo público? ¿Cuál fue el final trágico de varios de los implicados en el crimen? ¿Cómo vive el Che en la memoria de los bolivianos?
En 160 páginas hay detalles que asombran a cualquier lector, como el intento de cercenarle la cabeza al Che (iniciado, pero no terminado); el de cortarle sus manos (que sí se hizo); los golpes que le dieron, vivo y muerto; las estrechas relaciones del presidente boliviano René Barrientos con el Embajador de Estados Unidos, entre otras precisiones históricas y nuevos capítulos —fruto de otras investigaciones—.
Se menciona además la publicación en 2011 de un libro, de dos abogados estadounidenses, que confirma la decisión de Estados Unidos y la participación de la CIA en el asesinato del Che, así como de un batallón de rangers y de 12 agentes de la CIA de origen cubano, entre ellos los connotados terroristas Gustavo Villoldo Sampera, Julio Gabriel García García y Félix Rodríguez Mendigutía.
Se develan las indignas actuaciones de los asesinos: varios altos oficiales se apropiaron de cuatro relojes Rolex de los guerrilleros, y de los dólares estadounidenses, canadienses y pesos bolivianos que el Che, como jefe, tenía, y acordaron no informarlo a los superiores. A un soldado le dieron, para callarlo, cien dólares y 2 000 pesos bolivianos. Andrés Sélich, uno de los jefes militares, entró a la escuelita, tiró con fuerza de la barba del Che y le arrancó parte de ella. Aunque tenía las manos atadas, el Guerrillero reaccionó indignado, las alzó con fuerza y golpeó su rostro. El militar se abalanzó sobre él para golpearlo. El Che respondió como podía: ¡escupiéndole el rostro! Entonces le amarraron sus heroicas manos a la espalda.
También se narra cómo se designó a jóvenes oficiales para cuidarlo. Uno de ellos, Eduardo Huerta Lorenzetti, de 22 años, conversó con el Che largo rato. Él lo trató con afecto, le buscó una manta contra el frío, le encendió un cigarro y se lo puso en la boca. Una boliviana le dio sopa de maní.